viernes, 13 de febrero de 2015

Una noche de verano



Ahora que hace calor, que las noches son largas, sacamos dos sillas y nos sentamos a disfrutar el adiós del día y estar juntos así sin más que el placer de sabernos y querernos. Estar, estar vivo y sano, estar con alguien que te ama sin pedir nada a cambio, estar y dejar que la vida se descubra a sí misma frente a nosotros, no querer nada diferente a estar en este momento vivo. Esa es la felicidad. Mi felicidad. En silencio, cada uno en sus pensamientos, sin miedo a estar callado. Una delicia.
Mientras tomamos jugo de naranja helado y oímos al fondo Abba, pienso que el amor es una canción que sólo oyen los enamorados. Es casi media noche. Estamos cansados. Mis ojos se están cerrando. Me estoy yendo hacia el mundo de los sueños.

El cielo está lleno de estrellas. Los aviones que van a aterrizar sobrevuelan a baja . En los apartamentos vecinos algunas luces siguen encendidas, un grupo de personas charla en un balcón, una mujer está en la cocina y una joven se asoma a vernos. Con un gesto de la mano la saludamos y se esconde desconcertada. Nos reímos. La torre de la iglesia vecina, que está a unos cincuenta metros de distancia, sobresale sobre la oscura silueta de los edificios que nos rodean. A nuestros pies hay restos de la antigua muralla de la ciudad. Los mosquitos se sienten atraídos por la luz y por nosotros. Es hora de entrarnos y descansar.

Me acuesto. Con este calor sólo me cubro con la cobija desde la rodilla hasta la cintura. No siento frío, pero necesito sentirme protegido al dormir. Antes de dormir me gusta pensar algo agradable que me lleve con suavidad al sueño. No se oyen ruidos. Me dejo ir para mañana volver a ser.

Cierro los ojos y pienso en ellas. Las guapas y maravillosas mujeres que tanto he amado. Digo en mi mente sus nombres que tanto significan. Suspiro y me giro en la cama. ¿Ellas donde estarán? ¿Qué estarán haciendo?

Debo dejar que los nombres de las mujeres que me amaron regresen a ellas. Dejar que vuelen sus besos, sus miradas y sus palabras con el viento. Volverlas recuerdo dulce recuerdo del ayer. Es hora de soltar el pasado, dejarlo descansar, permitir que el presente florezca, que me envuelva, que me absorba. Es hora de vivir el momento. Disfrutar la vida que me queda. Amar, amar de nuevo, si es aún posible. Es hora de dejar que el pasado descanse. Es el tiempo de soñar, sentir y vivir. Y ahora me dormiré, porque mañana me espera un nuevo día, otro presente que será todo mío.

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