Nací
para caminante. Me deshabito a cada paso que doy para ser pura
existencia. Soy el aire frío del invierno, aspiro profundo el
instante, dejo que el paisaje y yo nos asombremos, navego con mis
ojos el Rin, me fundo en el instante de luz o en la imagen escondida
en las sombras de los desnudos árboles, busco lo desconocido que
espera ser descubierto, doy rienda suelta a ese diálogo entre el
parque y mi alma, somos un diálogo sobre lo divino y humano, soy
observado por las bandadas de pájaros de la Rheinaue volando, soy el silencio que mira a los patos y los cisnes que nadan en los lagos, me veo en la gente trotando sus vidas o llevadas por
su perro de paseo. Sé que soy un momento que piensa la inmensidad,
ese todo de verdes que crecen hacia el cielo, de líquidos azules y
grises cantos de las nubes en movimiento. Soy un hombre en el
universo que regresa a la naturaleza para ser camino.
viernes, 17 de abril de 2020
jueves, 16 de abril de 2020
El Pescador
El
Pescador
El amor lo tomó por sorpresa al
cruzar el Rin después de una larga jornada de pesca cerca de
Niederollendorf. Al bajarse de la barca, se puso el sombrero, se
arregló la chaqueta. No había sido un buen día. No habían pescado
nada. Esta noche habría solo pan negro en la mesa de los Guttmann.
Emprendió el camino a paso lento y cabizbajo sin poner atención a
los demás. Una sombra lo empujó tratando de sobrepasarlo. Se volteó
a mirarla con la intención de desahogar su frustración, pero al
verse frente a esos ojos de un azul profundo y el pelo rubio ondulado
de ella se le olvidó el mal día. La saludo y se excusó. Ella sin
decir nada siguió su camino. Él se fue detrás de ella a cierta
distancia. La vió entrar en la casa con el número 53. No sabía que
hubiera vuelto a vivir alguien en esa casa, pensó y regresó a casa
con una sonrisa en los labios y la idea de que al día siguiente la
buscaría y hablaría.
Esa noche se durmió con la dicha
del amor encontrado. Salió bien de mañana
a pescar con tan buena suerte que al mediodía ya tenía las canastas
llenas de pescado. Dejó su barca a orillas del embarcadero de
Plitersdorf. Entregó una parte del pescado en la casa de los
pescadores que se encargaba de la venta y corrió a casa. Saló el
resto del pescado y lo puso a secar al aire fresco. Se lavó la cara
y las manos. Se peinó y salió de casa. Caminó hacia el número 53
y ya frente a la puerta golpeó. Así pasó una hora y nadie abría.
Una mujer que lo observaba desde el frente, le gritó que en la casa
no vivía nadie desde la última hambruna en 1790 en que la hija de
los Braun murió de hambre a los dieciséis años.
Él la miró con los ojos vacíos de la decepción y calló. Se sentó
frente a la puerta y ahí siguió toda la noche.
Cada día desde 1848, después de
faenar en el Rin, el pescador va al número 53 y se sienta a esperar
al amor.
jueves, 2 de abril de 2020
Habemus corona virus
No sé si será bueno o malo, pero en Alemania todavía se puede salir a la calle a caminar, máximo dos personas de la familia y manteniendo una distancia de dos metros. Y la gente sale. Los buses, el metro, los tranvías y los trenes funcionan como siempre. Están cerrados los restaurantes, aunque pueden hacer domicilios, y los almacenes. Las droguerías, los bancos y las panaderías están abiertas. Una parte de los empleados trabajan desde la casa. Otros tienen Kurzarbeit, una subvención del estado para que las empresas no echen a los trabajadores ( esa medida ya se había aplicado en la crisis económica del 2008 con mucho éxito y por ello la recuperación económica de Alemania fue más rápida que en otros países). El país está semi paralizado. No hay vuelos comerciales.
Ayer, después de una semana larga de semi encierro, salimos a caminar a orillas del Rin. Como los días están estupendos, fue un placer de dioses. Me encanta caminar. Esa costumbre la tengo de papá a quien siempre le ha gustado caminar. Los dos hemos dado muchas largas caminadas. El cielo y el Rin están azules y los árboles en flor. Espectacular. Se podría creer que no estamos en medio de una pandemia.
Pero las noticias y los medios solo hablan del corona virus. Eso también abruma, la verdad. El gobierno informa que después de Pascua y según como
evolucione la epidemia, se pueden aflojar o no las restricciones.
Ya veremos.
Hago mi vida común y corriente, pero ahora a falta de presencia física, hablamos mucho por whatsapp con mamá y mis hijos.
Estoy leyendo la más corta historia de Alemania de un catedrático británico, James Hawes, con su chispa británica y datos claros y concisos, la historia de la República Federal de Alemania desde su fundación de Manfred Görtemaker. Más denso y complejo. Y Bartleby, el escribiente de Herman Melville, de una colección de literatura fantástica escogida por Jorge Luis Borges, la historia de un empleado que un día se niega a obedecer órdenes. Confieso que soy un lector que me gusta picotear libros. Empiezo a leer, dejo de leerlo y busco otro, empiezo la lectura de un tercer libro y a veces lo sigo leyendo. Otras, no. Y así hasta que un día un libro al fin me seduce y me lo leo de una sentada. Con los de historia siempre es con disciplina.
Y aprovecho para chismosear un poco, que es la sal de la vida, la pareja francesa de al lado, después de no verla por dos semanas, ha salido a caminar con sus hijas. En este edificio viven ingleses, japoneses, checos, una señora alemana, franceses y nosotros, los colombianos. Somos cosmopolitas...que es como decir provinciano en el extranjero hablando otros idiomas.
Bueno, ya no más carreta que quiero oír música o ver una peli en Netflix o asolearme en el balcón.
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