Es
treinta y uno de diciembre. Llueve. Las últimas horas de este año
caen sobre la ciudad y en silencio desaparecen. El cielo está
nublado y la gente se recoge con sus tristezas y alegrías en sus
casas.
En mí hay optimismo por el mañana.
Pues cada año
que comienza puede ser una segunda oportunidad. Difícil que algo
cambie, pero en mí, siempre por esta época, hay un atisbo de
esperanza que me dice que la magia existe, que todo es posible.
Así
que hoy a medianoche, exactamente a medianoche, te preguntaré si
quieres que nos veamos, que volvamos a reír y a charlar. Quizá,
para al fin ser felices.