martes, 8 de diciembre de 2020

Mi Colombia

 

Colombia es un país a oscuras, sitiado por el miedo, estremecido por el rumor de tantas batallas, por ríos de sangre que bajan raudos con una multitud de cadáveres que han dejado los que no se conforman con lo suyo, sino que andan con la guadaña en sus manos tras los pocos que todavía tienen algo.

Colombia es un país ciego a la razón, desbordado por los que perdieron hace tiempo la decencia, donde cada día se levantan muchos con la esperanza de que alguien acabe con los demás para seguir viviendo.

Colombia es un ancho y largo cementerio de sueños y de personas que nunca volverán pero que siguen caminando por sus calles tomados de la mano de los que los amaron.

En medio del cielo azul y los verdes de nuestra tierra una selva tupida de mentiras nos asfixia, nos embrutece.

Colombia es un país que se hunde en su egoísmo y que llora sin cesar por  lo que no fue y reza por los días buenos que parece que nunca llegarán. Colombia no es pasado ni futuro, sólo un lugar donde todos tienen miedo de vivir, de no llegar vivos al día de su muerte.

Colombia es el dolor que muchos llevamos dentro aunque estemos en otros mundos, en otros sueños.

lunes, 23 de noviembre de 2020

A la orilla del mar de la vida

 

Los sueños se sentaron

a la orilla del mar de la vida

a mirarnos mientras nos amábamos.


Recuerdo que en ese verano nuestros sueños -ellos también eran adolescentes- se sentaban en la playa y mientras jugaban con la arena dorada nos miraban a lo lejos mientras nadábamos hacia el mar profundo. Fue el mejor tiempo de nuestra vida. Tú, el mar, la juventud, el amor y yo. Pasado los años no regresamos más a ese playa lejana de Biarritz ni los sueños nos esperaron a la orilla de la vida. Pero algunas mañanas me despierto y desde el pasado oigo la risa y la dicha de esos adolescentes que fuimos. Una vaga tristeza se anuda en mi garganta. Algo de mí aún sigue en esos días y en ese amor.

martes, 27 de octubre de 2020

Vivir es disfrazarse

 

Vivimos disfrazados y disfrazados morimos. De cuando en cuando logramos ser nosotros y ser. Al fin, ser. Pero sin disfraz no sale nadie a la calle. La calle exige disfraz.


En Bogotá me disfracé por primera vez a los cuatro años de alumno de colegio. Disfraz que me acompañó hasta el día de la graduación. Con ese disfraz llevé vidas paralelas entre el aburrido aprendiz de idiomas imposibles, pasando por el de silencioso alumno que dormía con los ojos abiertos hasta el de amigo de mis amigos, donde podía quitarme el disfraz y ser yo.

La amistad es lo mejor que me dejó el colegio.


Luego me disfracé de estudiante de arquitectura y de derecho. Descubrí que para muchos copiar era una forma de crear y de llegar al éxito y que el delito era la línea más corta entre la codicia y la riqueza. Ya entonces noté que no me gustaban esos disfraces.


Para ganarme la vida me he disfrazado mil veces; y mil veces he detestado ese disfraz. Ganarse la vida es irremediable y jartísimo.

Hubiera sido mejor y más feliz si hubiera tenido la semana para vivir y los fines de semana para disfrazarme de trabajador.


El disfraz de publicista fue el más divertido y contradictorio. Nunca pensé que sería sumo sacerdote del consumismo. Debo reconocer que fui feliz inventando universos de ideas e imágenes para satisfacer las necesidades que les habíamos creado a los consumidores explotando sus miedos, sus dudas y su confianza.

Era un pequeño dios de las pompas de jabón. Pude sentir la necesidad de la gente por creer en algo, de sentirse protegidos por una mentira. De esos miedos que llevamos dentro es que nacen todas las violencias.


Necesitamos ser engañados para poder vivir. Así sepamos que todo es mentira. Esa es la razón por la cual adoramos los disfraces. Queremos ser ese otro que somos en los sueños.


Con los años me cansé de vivir disfrazado de exitoso, de niño bien, de asesor de imagen, de estratega de mercadeo, de ser lo que no soy. Y dejé todo. Boté los disfraces de mi vida y me lancé a vivir. De tanto disfrazarme no sabía quién era o qué quería. Ser uno mismo es lo más difícil que hay. Hay que romper con todos y mantenerse al lado de uno. No es fácil. Cada vez que me encontraba con otro mi reflejo era ponerme una máscara. Disfrazarme. Poco a poco, entendí quien era y que quería. Me acepté. Me ví al espejo de la realidad y me gusté.


Ahora me disfrazo poco. Aunque me disfrazo como todos. Cada vez logro que el disfraz se parezca más a mí.

martes, 6 de octubre de 2020

Columna de Antonio Caballero sobre quién era Álvaro Gómez Hurtado

 

Como cada vez que hay muerto grande en Colombia, amigos y enemigos coinciden: «¡Qué bueno era!».

Pero de esas necrologías corteses está hecha en buena parte la falsificación de nuestra historia, que nos impide comprenderla. Por eso ahora, ante el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, me permito discrepar de esa unanimidad hipócrita que llora su cadáver. Creo que hacerlo es, además, respetar la verdadera dimensión histórica del personaje, que antes de muerto grande fue un vivo grande: pero no ese cruce improbable de Montesquieu, Leonardo y la madre Teresa que pinta en estos días la prensa, sino uno de los políticos más nefastos y dañinos que se hayan visto en esta tierra de políticos dañinos y nefastos que es la nuestra.

Nefasto, por violento. Acaba de perecer víctima de la violencia, que condenamos todos. ¿Todos? No: él no. Durante toda su larguísima vida política -50 años- Álvaro Gómez Hurtado fue un tozudo predicador de la violencia como instrumento de la política. Empezó con sus arrebatos juveniles a favor de «la acción intrépida y el atentado personal» , persistió en su madurez con la incitación al aniquilamiento físico de las «repúblicas independientes» , se empecinaba todavía en su vejez con el embeleco de que había que «tumbar el régimen» .Hace apenas un par de años se definió a sí mismo, sin arrepentimiento, como «un soldado de primera línea» .Pues nunca pudo aprender nada del hecho de que esa violencia que predicaba y practicaba hubiera resultado siempre contraproducente para sus propios fines.

De la guerra contra los liberales, el incendio de sus periódicos y de las casas de sus jefes, no salió la victoria de sus ideas, sino el derrocamiento del gobierno de su padre. El bombardeo de la “republicas independientes” expandió rápidamente la guerrilla al país entero, en vez de eliminarla. Y el régimen no ha caído, sino que el mismo Álvaro Gómez Hurtado está muerto.

La violencia que propugnó no soluciona los problemas, sino que los agrava.

Violento desde el poder. Porque si bien se presentaba últimamente (ya lo había hecho antes: casi en cada oportunidad electoral)como un adversario del régimen, su biografía ilustra todo lo contrario. Salvo en los cuatro años de su exilio bajo la dictadura de Rojas, toda la larguísima carrera política de Álvaro Gómez Hurtado se desarrolla desde el poder. El de su padre primero, de quien fue la «eminencia gris». y luego, derrotado muchas veces en sus aspiraciones presidenciales (bajo diversos nombres y diversas banderas: Álvaro Gómez Hurtado, el Salvador Nacional, bandera azul, bandera de cuadritos, bandera de arco iris), desde el poder de sus adversarios, a quienes, en vez de oponerse, prefirió siempre extorsionar para sacarles «cuotas» .Cuotas para mantener su ficción de ser periodista independiente» (la Operación K para financiar su diario El Siglo, la concesión del Noticiero 24 Horas en la televisión del Estado) y cuotas burocráticas para sostener su farsa de ser un «parlamentario independiente», como lo decía todavía, sin sonrojo, en recientísima entrevista: ministros ( en el gobierno actual todavía ), directores de instituto, gobernadores, telegrafistas, barrenderos embajadores. El mismo fue embajador varias veces: de Ospina, de Barco en los Estados Unidos, de Gaviria en Francia (sin contar la “palomitas” en la ONU). y senador toda la vida, y jefe hereditario de medio Partido Conservador desde los 30 años, y designado a la presidencia y presidente de la Asamblea Constituyente.

La simple enumeración de los cargos públicos ocupados por Álvaro Gómez Hurtado coparía entera esta columna, y basta para demoler su desfachatada pretensión de haber sido «la oposición al régimen» .El régimen era é1. Y de su corrupción -evidente- carga él con buena parte de la responsabilidad.

Porque una «oposición» que consiste simplemente en extorsionar al poder para poder participar en él, no sólo no ayuda a depurar la podredumbre, sino que contribuye a aumentarla.

Cabrían más cosas. ¿Servidor público? El propio Gómez resumió su tarea como embajador en Francia diciendo que le había servido «para ir mucho a la ópera». ¿Patriota? Su desprecio por el país -desprecio racial, cultural, político, y hasta físico- se resume en una anécdota: invitado, en tiempos del «proceso de paz» de Betancur, a entrevistarse con la guerrilla en Casa Verde en la Uribe para discutir sobre la paz, se negó con desdén: «No está uno para ponerse a visitar lejanías». Porque Colombia le quedaba muy lejos.

Que lo lloren sus deudos. Pero que no vengan a llorar ahora, al amparo de su muerte violenta, a tratar de convencemos de que Álvaro Gómez Hurtado era un héroe.

ANTONIO CABALLERO

NOVIEMBRE 6 DE 1995

martes, 11 de agosto de 2020

Una tormenta se avecina y es medianoche

La luz del repentino relámpago ilumina la noche, la deslumbra. Poco después el ruido amenazador del trueno se oye a lo lejos. Una y otra vez la noche deja de ser noche por los rayos que se acercan. Y el eco del rayo retumba como advertencia, como negación de la oscuridad. Rayos como caballos desbocados recorren la noche, relinchan y desaparecen. El bochorno asfixia la medianoche.
El calor se pega a la piel. La ciudad calla. Duerme. Todos duermen menos yo, que vivo de noche. Noctámbulo solitario. Se acerca una tormenta de verano. La espero mientras ella aturde la noche de agosto con sus bramidos de toro de lidia a punto de embestir. Me vivo en silencio. En este momento soy la vida entera.

lunes, 3 de agosto de 2020

Cosmopolita y provinciano

Un cosmopolita es en el fondo un provinciano más. Quizá más recorrido, conocedor de otros mundos, pero siempre pertenece a su pequeño lugar de nacimiento, sus afectos están allá en ese lugar donde viven los suyos, los de siempre. No hay nada mejor que ser un provinciano en cualquier lugar del mundo.
La capacidad de sorprenderse, de ser espontáneo, de ser feliz por las cosas más sencillas, de querer despertarse mañana temprano porque es posible que el día sea maravilloso o mejor porque alguien nos espera a la vuelta de la esquina con los besos más amorosos que jamás nos darán. No perder la capacidad de sorprenderse, no perder la alegría de vivir o de leer, encontrarse con una persona y disfrutar del milagro de que de la nada surge una amistad o el amor. Ser provinciano es único.
Hacer de alguna manera lo que uno desea, por lo que uno es. No abandonar ese yo que es la base de los otros yos de lo que está hecha nuestra vida. No traicionarse aunque todos te lo pidan. Oír el concierto para piano No. 5 de Beethoven y sentir que el ser humano es capaz de ir más allá de sí mismo, rozar la divinidad. Y bailar al ritmo de un merengue como si aún fueras joven y sentir que la vida es a veces un carnaval, como dice Celia. No dividir lo bueno del mundo en categorías, sino darle el valor que tiene: la felicidad de estar vivo y poder disfrutar de lo que otros nos ofrecen con generosidad.
Ser feliz porque una amiga preciosa me sorprende con Septet in E-Flat Major,Op 20 II Adagio cantabile de Beethoven y al escucharla transportarme a otro universo, a un lugar nuevo de mi sensibilidad. Vibrar con la música, suspirar por ella. O sentarme a almorzar con mi familia a principios de agosto en un mediodía esplendoroso arepas con chili con carne y ensalada de aguacate. Sentirme como un dios. Ser eterno cada vez que la vida lo permite.
Sencillamente disfrutar con lo que nos es dado. Hay días en que la vida me mira con absoluto descaro y yo quiero devorarla.
Dejar que el amor me lleve de la mano de ella a orillas del Rin, sentarnos a charlar sobre el bien y el mal, ver pasar la vida frente a nosotros y no querer ser nadie distinto a los que somos en ese instante eterno. Sentir su cuerpo junto al mío y creer que sus sueños le sonríen a los míos. Reírnos porque estamos vivos y nos queremos.
Estar sentado en una reunión de junta directiva decidiendo un negocio de millones, discutiendo la campaña de imagen de un producto o de un servicio, observando días y tardes, una y otra vez, el comportamiento de los clientes en los puntos de venta y dejar por un momento todo y pensar en aquel julio en que estuve en Sevilla y no conocí la ciudad, pero conocí el amor.
No hablar del trabajo fuera del trabajo. Preferir vivir. Irremediablemente dejarme llevar por las cosas pequeñas que son las grandes para mí.
Recordar las tantas ciudades, mares, ríos, montañas y calles que conozco y pensar que sería lindo estar en Bogotá con mamá y papá charlando. Que sería lo mejor.
No quiero ser cosmopolita ni aquí, ni en Singapur, ni en Londres, ni Milán, ni Madrid, ni Bilbao o México. Yo quiero ser el bogotano que soy. Ser el provinciano que se maravilla de estar vivo y de la alegría que la vida siente de conocerme.

martes, 9 de junio de 2020

El amor amor

No habrá otra larga caminada a orillas del Guadalquivir, ni volveremos a comer fish and chips en un kiosco en Londres bajo la lluvia, ni correremos y bailaremos en otra noche de verano en París, no nadaremos como tantas veces hicimos en una isla perdida del Caribe, no nos esconderemos a besarnos una y otra vez en las calles de la Medina de Marrakech como ese lejano día de nuestro amor, no nos tomaremos de la mano debajo de la mesa en esas largas charlas con los amigos mientras mirábamos atardecer a orillas del Báltico, ni nos reiremos de nuevo al oír por sorpresa esa canción que tanto nos gustó en el bullicio de Manhattan o ese verso que te escribí que le oímos a un joven cuando se lo susurraba al oído a su amiga en un bar de Bilbao. 

Tú y yo no volveremos.

Pero no habrá tiempo, distancia o silencio que haga posible que yo te deje de soñar pues fuiste el momento de mi vida, el amor que se da sin esperar nada a cambio.