martes, 8 de diciembre de 2020

Mi Colombia

 

Colombia es un país a oscuras, sitiado por el miedo, estremecido por el rumor de tantas batallas, por ríos de sangre que bajan raudos con una multitud de cadáveres que han dejado los que no se conforman con lo suyo, sino que andan con la guadaña en sus manos tras los pocos que todavía tienen algo.

Colombia es un país ciego a la razón, desbordado por los que perdieron hace tiempo la decencia, donde cada día se levantan muchos con la esperanza de que alguien acabe con los demás para seguir viviendo.

Colombia es un ancho y largo cementerio de sueños y de personas que nunca volverán pero que siguen caminando por sus calles tomados de la mano de los que los amaron.

En medio del cielo azul y los verdes de nuestra tierra una selva tupida de mentiras nos asfixia, nos embrutece.

Colombia es un país que se hunde en su egoísmo y que llora sin cesar por  lo que no fue y reza por los días buenos que parece que nunca llegarán. Colombia no es pasado ni futuro, sólo un lugar donde todos tienen miedo de vivir, de no llegar vivos al día de su muerte.

Colombia es el dolor que muchos llevamos dentro aunque estemos en otros mundos, en otros sueños.

lunes, 23 de noviembre de 2020

A la orilla del mar de la vida

 

Los sueños se sentaron

a la orilla del mar de la vida

a mirarnos mientras nos amábamos.


Recuerdo que en ese verano nuestros sueños -ellos también eran adolescentes- se sentaban en la playa y mientras jugaban con la arena dorada nos miraban a lo lejos mientras nadábamos hacia el mar profundo. Fue el mejor tiempo de nuestra vida. Tú, el mar, la juventud, el amor y yo. Pasado los años no regresamos más a ese playa lejana de Biarritz ni los sueños nos esperaron a la orilla de la vida. Pero algunas mañanas me despierto y desde el pasado oigo la risa y la dicha de esos adolescentes que fuimos. Una vaga tristeza se anuda en mi garganta. Algo de mí aún sigue en esos días y en ese amor.

martes, 27 de octubre de 2020

Vivir es disfrazarse

 

Vivimos disfrazados y disfrazados morimos. De cuando en cuando logramos ser nosotros y ser. Al fin, ser. Pero sin disfraz no sale nadie a la calle. La calle exige disfraz.


En Bogotá me disfracé por primera vez a los cuatro años de alumno de colegio. Disfraz que me acompañó hasta el día de la graduación. Con ese disfraz llevé vidas paralelas entre el aburrido aprendiz de idiomas imposibles, pasando por el de silencioso alumno que dormía con los ojos abiertos hasta el de amigo de mis amigos, donde podía quitarme el disfraz y ser yo.

La amistad es lo mejor que me dejó el colegio.


Luego me disfracé de estudiante de arquitectura y de derecho. Descubrí que para muchos copiar era una forma de crear y de llegar al éxito y que el delito era la línea más corta entre la codicia y la riqueza. Ya entonces noté que no me gustaban esos disfraces.


Para ganarme la vida me he disfrazado mil veces; y mil veces he detestado ese disfraz. Ganarse la vida es irremediable y jartísimo.

Hubiera sido mejor y más feliz si hubiera tenido la semana para vivir y los fines de semana para disfrazarme de trabajador.


El disfraz de publicista fue el más divertido y contradictorio. Nunca pensé que sería sumo sacerdote del consumismo. Debo reconocer que fui feliz inventando universos de ideas e imágenes para satisfacer las necesidades que les habíamos creado a los consumidores explotando sus miedos, sus dudas y su confianza.

Era un pequeño dios de las pompas de jabón. Pude sentir la necesidad de la gente por creer en algo, de sentirse protegidos por una mentira. De esos miedos que llevamos dentro es que nacen todas las violencias.


Necesitamos ser engañados para poder vivir. Así sepamos que todo es mentira. Esa es la razón por la cual adoramos los disfraces. Queremos ser ese otro que somos en los sueños.


Con los años me cansé de vivir disfrazado de exitoso, de niño bien, de asesor de imagen, de estratega de mercadeo, de ser lo que no soy. Y dejé todo. Boté los disfraces de mi vida y me lancé a vivir. De tanto disfrazarme no sabía quién era o qué quería. Ser uno mismo es lo más difícil que hay. Hay que romper con todos y mantenerse al lado de uno. No es fácil. Cada vez que me encontraba con otro mi reflejo era ponerme una máscara. Disfrazarme. Poco a poco, entendí quien era y que quería. Me acepté. Me ví al espejo de la realidad y me gusté.


Ahora me disfrazo poco. Aunque me disfrazo como todos. Cada vez logro que el disfraz se parezca más a mí.

martes, 6 de octubre de 2020

Columna de Antonio Caballero sobre quién era Álvaro Gómez Hurtado

 

Como cada vez que hay muerto grande en Colombia, amigos y enemigos coinciden: «¡Qué bueno era!».

Pero de esas necrologías corteses está hecha en buena parte la falsificación de nuestra historia, que nos impide comprenderla. Por eso ahora, ante el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, me permito discrepar de esa unanimidad hipócrita que llora su cadáver. Creo que hacerlo es, además, respetar la verdadera dimensión histórica del personaje, que antes de muerto grande fue un vivo grande: pero no ese cruce improbable de Montesquieu, Leonardo y la madre Teresa que pinta en estos días la prensa, sino uno de los políticos más nefastos y dañinos que se hayan visto en esta tierra de políticos dañinos y nefastos que es la nuestra.

Nefasto, por violento. Acaba de perecer víctima de la violencia, que condenamos todos. ¿Todos? No: él no. Durante toda su larguísima vida política -50 años- Álvaro Gómez Hurtado fue un tozudo predicador de la violencia como instrumento de la política. Empezó con sus arrebatos juveniles a favor de «la acción intrépida y el atentado personal» , persistió en su madurez con la incitación al aniquilamiento físico de las «repúblicas independientes» , se empecinaba todavía en su vejez con el embeleco de que había que «tumbar el régimen» .Hace apenas un par de años se definió a sí mismo, sin arrepentimiento, como «un soldado de primera línea» .Pues nunca pudo aprender nada del hecho de que esa violencia que predicaba y practicaba hubiera resultado siempre contraproducente para sus propios fines.

De la guerra contra los liberales, el incendio de sus periódicos y de las casas de sus jefes, no salió la victoria de sus ideas, sino el derrocamiento del gobierno de su padre. El bombardeo de la “republicas independientes” expandió rápidamente la guerrilla al país entero, en vez de eliminarla. Y el régimen no ha caído, sino que el mismo Álvaro Gómez Hurtado está muerto.

La violencia que propugnó no soluciona los problemas, sino que los agrava.

Violento desde el poder. Porque si bien se presentaba últimamente (ya lo había hecho antes: casi en cada oportunidad electoral)como un adversario del régimen, su biografía ilustra todo lo contrario. Salvo en los cuatro años de su exilio bajo la dictadura de Rojas, toda la larguísima carrera política de Álvaro Gómez Hurtado se desarrolla desde el poder. El de su padre primero, de quien fue la «eminencia gris». y luego, derrotado muchas veces en sus aspiraciones presidenciales (bajo diversos nombres y diversas banderas: Álvaro Gómez Hurtado, el Salvador Nacional, bandera azul, bandera de cuadritos, bandera de arco iris), desde el poder de sus adversarios, a quienes, en vez de oponerse, prefirió siempre extorsionar para sacarles «cuotas» .Cuotas para mantener su ficción de ser periodista independiente» (la Operación K para financiar su diario El Siglo, la concesión del Noticiero 24 Horas en la televisión del Estado) y cuotas burocráticas para sostener su farsa de ser un «parlamentario independiente», como lo decía todavía, sin sonrojo, en recientísima entrevista: ministros ( en el gobierno actual todavía ), directores de instituto, gobernadores, telegrafistas, barrenderos embajadores. El mismo fue embajador varias veces: de Ospina, de Barco en los Estados Unidos, de Gaviria en Francia (sin contar la “palomitas” en la ONU). y senador toda la vida, y jefe hereditario de medio Partido Conservador desde los 30 años, y designado a la presidencia y presidente de la Asamblea Constituyente.

La simple enumeración de los cargos públicos ocupados por Álvaro Gómez Hurtado coparía entera esta columna, y basta para demoler su desfachatada pretensión de haber sido «la oposición al régimen» .El régimen era é1. Y de su corrupción -evidente- carga él con buena parte de la responsabilidad.

Porque una «oposición» que consiste simplemente en extorsionar al poder para poder participar en él, no sólo no ayuda a depurar la podredumbre, sino que contribuye a aumentarla.

Cabrían más cosas. ¿Servidor público? El propio Gómez resumió su tarea como embajador en Francia diciendo que le había servido «para ir mucho a la ópera». ¿Patriota? Su desprecio por el país -desprecio racial, cultural, político, y hasta físico- se resume en una anécdota: invitado, en tiempos del «proceso de paz» de Betancur, a entrevistarse con la guerrilla en Casa Verde en la Uribe para discutir sobre la paz, se negó con desdén: «No está uno para ponerse a visitar lejanías». Porque Colombia le quedaba muy lejos.

Que lo lloren sus deudos. Pero que no vengan a llorar ahora, al amparo de su muerte violenta, a tratar de convencemos de que Álvaro Gómez Hurtado era un héroe.

ANTONIO CABALLERO

NOVIEMBRE 6 DE 1995

martes, 11 de agosto de 2020

Una tormenta se avecina y es medianoche

La luz del repentino relámpago ilumina la noche, la deslumbra. Poco después el ruido amenazador del trueno se oye a lo lejos. Una y otra vez la noche deja de ser noche por los rayos que se acercan. Y el eco del rayo retumba como advertencia, como negación de la oscuridad. Rayos como caballos desbocados recorren la noche, relinchan y desaparecen. El bochorno asfixia la medianoche.
El calor se pega a la piel. La ciudad calla. Duerme. Todos duermen menos yo, que vivo de noche. Noctámbulo solitario. Se acerca una tormenta de verano. La espero mientras ella aturde la noche de agosto con sus bramidos de toro de lidia a punto de embestir. Me vivo en silencio. En este momento soy la vida entera.

lunes, 3 de agosto de 2020

Cosmopolita y provinciano

Un cosmopolita es en el fondo un provinciano más. Quizá más recorrido, conocedor de otros mundos, pero siempre pertenece a su pequeño lugar de nacimiento, sus afectos están allá en ese lugar donde viven los suyos, los de siempre. No hay nada mejor que ser un provinciano en cualquier lugar del mundo.
La capacidad de sorprenderse, de ser espontáneo, de ser feliz por las cosas más sencillas, de querer despertarse mañana temprano porque es posible que el día sea maravilloso o mejor porque alguien nos espera a la vuelta de la esquina con los besos más amorosos que jamás nos darán. No perder la capacidad de sorprenderse, no perder la alegría de vivir o de leer, encontrarse con una persona y disfrutar del milagro de que de la nada surge una amistad o el amor. Ser provinciano es único.
Hacer de alguna manera lo que uno desea, por lo que uno es. No abandonar ese yo que es la base de los otros yos de lo que está hecha nuestra vida. No traicionarse aunque todos te lo pidan. Oír el concierto para piano No. 5 de Beethoven y sentir que el ser humano es capaz de ir más allá de sí mismo, rozar la divinidad. Y bailar al ritmo de un merengue como si aún fueras joven y sentir que la vida es a veces un carnaval, como dice Celia. No dividir lo bueno del mundo en categorías, sino darle el valor que tiene: la felicidad de estar vivo y poder disfrutar de lo que otros nos ofrecen con generosidad.
Ser feliz porque una amiga preciosa me sorprende con Septet in E-Flat Major,Op 20 II Adagio cantabile de Beethoven y al escucharla transportarme a otro universo, a un lugar nuevo de mi sensibilidad. Vibrar con la música, suspirar por ella. O sentarme a almorzar con mi familia a principios de agosto en un mediodía esplendoroso arepas con chili con carne y ensalada de aguacate. Sentirme como un dios. Ser eterno cada vez que la vida lo permite.
Sencillamente disfrutar con lo que nos es dado. Hay días en que la vida me mira con absoluto descaro y yo quiero devorarla.
Dejar que el amor me lleve de la mano de ella a orillas del Rin, sentarnos a charlar sobre el bien y el mal, ver pasar la vida frente a nosotros y no querer ser nadie distinto a los que somos en ese instante eterno. Sentir su cuerpo junto al mío y creer que sus sueños le sonríen a los míos. Reírnos porque estamos vivos y nos queremos.
Estar sentado en una reunión de junta directiva decidiendo un negocio de millones, discutiendo la campaña de imagen de un producto o de un servicio, observando días y tardes, una y otra vez, el comportamiento de los clientes en los puntos de venta y dejar por un momento todo y pensar en aquel julio en que estuve en Sevilla y no conocí la ciudad, pero conocí el amor.
No hablar del trabajo fuera del trabajo. Preferir vivir. Irremediablemente dejarme llevar por las cosas pequeñas que son las grandes para mí.
Recordar las tantas ciudades, mares, ríos, montañas y calles que conozco y pensar que sería lindo estar en Bogotá con mamá y papá charlando. Que sería lo mejor.
No quiero ser cosmopolita ni aquí, ni en Singapur, ni en Londres, ni Milán, ni Madrid, ni Bilbao o México. Yo quiero ser el bogotano que soy. Ser el provinciano que se maravilla de estar vivo y de la alegría que la vida siente de conocerme.

martes, 9 de junio de 2020

El amor amor

No habrá otra larga caminada a orillas del Guadalquivir, ni volveremos a comer fish and chips en un kiosco en Londres bajo la lluvia, ni correremos y bailaremos en otra noche de verano en París, no nadaremos como tantas veces hicimos en una isla perdida del Caribe, no nos esconderemos a besarnos una y otra vez en las calles de la Medina de Marrakech como ese lejano día de nuestro amor, no nos tomaremos de la mano debajo de la mesa en esas largas charlas con los amigos mientras mirábamos atardecer a orillas del Báltico, ni nos reiremos de nuevo al oír por sorpresa esa canción que tanto nos gustó en el bullicio de Manhattan o ese verso que te escribí que le oímos a un joven cuando se lo susurraba al oído a su amiga en un bar de Bilbao. 

Tú y yo no volveremos.

Pero no habrá tiempo, distancia o silencio que haga posible que yo te deje de soñar pues fuiste el momento de mi vida, el amor que se da sin esperar nada a cambio.

viernes, 5 de junio de 2020

La mirada de ella

¿Será
que en la mirada
de ella -quizá
no ha dejado de soñar conmigo-
aún me habla de amor,
me vuelve inmortal?

jueves, 4 de junio de 2020

Tú que me conoces

Conoces mis noches,
mi hora de dejar que las cosas pasen,
mi risa que se pierde por la casa,
mi repentino deseo de bailar,
mis mejores días,
mis momentos de silencio,
mis largas caminadas,
mi manera de doblar las camisas,
mi predilección por el azul,
mi debilidad por el chocolate,
mis ganas de no dormir,
mi deseo de otro beso y uno más.
Conoces
cada recoveco de mi vida,
mis sueños más privados,
mis amores,
mi devoción por la duda,
mi admiración por los imposibles,
mi manera de nadar,
mis libros que leo una y otra vez,
mi fascinación por la música clásica,
mi gusto por caminar descalzo,
mi manera de arruncharme junto a ti,
mi amor por ti.
Conoces casi todo de mí
salvo que te esperaba
desde muchas vidas antes
de que empezaras
a ser el sueño de mi vida.

miércoles, 3 de junio de 2020

El día que te mira

 
El día que ella te mira y sabes sin razón alguna aparente que con ella puedes ser vulnerable, dejar que tu ternura la envuelva, sentirte triste y encontrar refugio entre sus brazos, ser como eres, no el príncipe azul, sino el mortal poeta que la adora, entonces la tomas de la mano y le devuelves esa misma mirada y ves en sus ojos que ella también siente que puede ser vulnerable, tierna y sentirse triste.
Ese día la has encontrado, te han encontrado.

sábado, 23 de mayo de 2020

Del instante, de la belleza, del ser y de la monotonía











Ya los veo. Es decir, los imagino a cada uno en su reino, su territorio de monotonía del que no pueden huir. Allí están. Es decir estamos, porque todos estamos atrapados en la monotonía. Porque la vida no es un encadenamiento de sucesos únicos e irrepetibles. Porque París es una fiesta, pero la vida no. Al contrario, es una secuencia de hechos, ritos y costumbres que se repiten una y otra vez de la mañana a la noche hora tras hora, día tras día, semana tras semana durante nuestra vida. 
 
Durante mi ya larga monotonía me he escondido de ésta en los libros, los juegos, los sueños y la escritura. Como dicen por ahí, he matado el tiempo viviendo mil otras vidas en mi mente. 
 
En el aburrimiento de la repetición he encontrado placer en detener el tiempo, en captar el instante con fotos. Una manera de hacer que pase algo donde no pasa nada. Fotografío todo el tiempo. Todo lo que veo, lo destacado y lo desapercibido, lo grande y lo chiquito, la gente, las cosas, la naturaleza, todo aquello que me rodea. Esa parte de mí que sin ser yo es también mi yo, el universo en que soy. Universo que suele ser pequeño pero lleno de sorpresas y belleza o feura o tristeza o descuido. Captar el detalle, la efímera realidad con la dureza o delicadeza de las cosas. Una manera de nostalgía que llevo dentro porque nunca seré un dios, pero intuyo cielos y olimpos en todas las cosas. 
 
Les muestro algunas de las flores y matas de mi cuarto...tan calladas y bellas compañeras de mi vida. Solo porque estoy aburrido, por supuesto.

viernes, 17 de abril de 2020

Nací para caminante



Nací para caminante. Me deshabito a cada paso que doy para ser pura existencia. Soy el aire frío del invierno, aspiro profundo el instante, dejo que el paisaje y yo nos asombremos, navego con mis ojos el Rin, me fundo en el instante de luz o en la imagen escondida en las sombras de los desnudos árboles, busco lo desconocido que espera ser descubierto, doy rienda suelta a ese diálogo entre el parque y mi alma, somos un diálogo sobre lo divino y humano, soy observado por las bandadas de pájaros de la Rheinaue volando, soy el silencio que mira a los patos y los cisnes que nadan en los lagos, me veo en la gente trotando sus vidas o llevadas por su perro de paseo. Sé que soy un momento que piensa la inmensidad, ese todo de verdes que crecen hacia el cielo, de líquidos azules y grises cantos de las nubes en movimiento. Soy un hombre en el universo que regresa a la naturaleza para ser camino.

jueves, 16 de abril de 2020

El Pescador


El Pescador




El amor lo tomó por sorpresa al cruzar el Rin después de una larga jornada de pesca cerca de Niederollendorf. Al bajarse de la barca, se puso el sombrero, se arregló la chaqueta. No había sido un buen día. No habían pescado nada. Esta noche habría solo pan negro en la mesa de los Guttmann. Emprendió el camino a paso lento y cabizbajo sin poner atención a los demás. Una sombra lo empujó tratando de sobrepasarlo. Se volteó a mirarla con la intención de desahogar su frustración, pero al verse frente a esos ojos de un azul profundo y el pelo rubio ondulado de ella se le olvidó el mal día. La saludo y se excusó. Ella sin decir nada siguió su camino. Él se fue detrás de ella a cierta distancia. La vió entrar en la casa con el número 53. No sabía que hubiera vuelto a vivir alguien en esa casa, pensó y regresó a casa con una sonrisa en los labios y la idea de que al día siguiente la buscaría y hablaría.

Esa noche se durmió con la dicha del amor encontrado. Salió bien de mañana a pescar con tan buena suerte que al mediodía ya tenía las canastas llenas de pescado. Dejó su barca a orillas del embarcadero de Plitersdorf. Entregó una parte del pescado en la casa de los pescadores que se encargaba de la venta y corrió a casa. Saló el resto del pescado y lo puso a secar al aire fresco. Se lavó la cara y las manos. Se peinó y salió de casa. Caminó hacia el número 53 y ya frente a la puerta golpeó. Así pasó una hora y nadie abría. Una mujer que lo observaba desde el frente, le gritó que en la casa no vivía nadie desde la última hambruna en 1790 en que la hija de los Braun murió de hambre a los dieciséis años. Él la miró con los ojos vacíos de la decepción y calló. Se sentó frente a la puerta y ahí siguió toda la noche.

Cada día desde 1848, después de faenar en el Rin, el pescador va al número 53 y se sienta a esperar al amor.

jueves, 2 de abril de 2020

Habemus corona virus



No sé si será bueno o malo, pero en Alemania todavía se puede salir a la calle a caminar, máximo dos personas de la familia y manteniendo una distancia de dos metros. Y la gente sale. Los buses, el metro, los tranvías y los trenes funcionan como siempre. Están cerrados los restaurantes, aunque pueden hacer domicilios, y los almacenes. Las droguerías, los bancos y las panaderías están abiertas. Una parte de los empleados trabajan desde la casa. Otros tienen Kurzarbeit, una subvención del estado para que las empresas no echen a los trabajadores ( esa medida ya se había aplicado en la crisis económica del 2008 con mucho éxito y por ello la recuperación económica de Alemania fue más rápida que en otros países). El país está semi paralizado. No hay vuelos comerciales.

Ayer, después de una semana larga de semi encierro, salimos a caminar a orillas del Rin. Como los días están estupendos, fue un placer de dioses. Me encanta caminar. Esa costumbre la tengo de papá a quien siempre le ha gustado caminar. Los dos hemos dado muchas largas caminadas. El cielo y el Rin están azules y los árboles en flor. Espectacular. Se podría creer que no estamos en medio de una pandemia.


Pero las noticias y los medios solo hablan del corona virus. Eso también abruma, la verdad. El gobierno informa que después de Pascua y según como
evolucione la epidemia, se pueden aflojar o no las restricciones.
Ya veremos. 


Hago mi vida común y corriente, pero ahora a falta de presencia física, hablamos mucho por whatsapp con mamá y mis hijos.

Estoy leyendo la más corta historia de Alemania de un catedrático británico, James Hawes, con su chispa británica y datos claros y concisos, la historia de la República Federal de Alemania desde su fundación de Manfred Görtemaker. Más denso y complejo. Y Bartleby, el escribiente de Herman Melville, de una colección de literatura fantástica escogida por Jorge Luis Borges, la historia de un empleado que un día se niega a obedecer órdenes. Confieso que soy un lector que me gusta picotear libros. Empiezo a leer, dejo de leerlo y busco otro, empiezo la lectura de un tercer libro y a veces lo sigo leyendo. Otras, no. Y así hasta que un día un libro al fin me seduce y me lo leo de una sentada. Con los de historia siempre es con disciplina.


Y aprovecho para chismosear un poco, que es la sal de la vida, la pareja francesa de al lado, después de no verla por dos semanas, ha salido a caminar con sus hijas. En este edificio viven ingleses, japoneses, checos, una señora alemana, franceses y nosotros, los colombianos. Somos cosmopolitas...que es como decir provinciano en el extranjero hablando otros idiomas.


Bueno, ya no más carreta que quiero oír música o ver una peli en Netflix o asolearme en el balcón.

miércoles, 4 de marzo de 2020

No nos digamos mentiras


No nos digamos mentiras, no fue por cumplir con nuestro deber, ni porque teníamos compromisos anteriores y menos por ser valientes y dispuestos a todo por ser leales. No, lo nuestro no fue más, porque nos era más cómodo no seguir adelante, no arriesgar la monotonía que teníamos por lo desconocido, por un amor que quizá a mitad de camino ya no existiera. No fuimos para nada valientes ni leales, fuimos cobardes como la mayoría, como los millones que cumplen horarios, aportan a la seguridad, trabajan de ocho a cinco y en verano van al mismo sitio siempre. No fuimos capaces de creer en nuestro amor, en lo incierto, en lo desconocido...no fuimos capaces de ser nosotros mismos.

Ni tú ni yo hablaremos de nosotros con nadie más. Será nuestro secreto, nuestro recuerdo, nuestro olvido.

Cuando me miro al espejo miro a un tipo que se equivocó por no ser capaz de arriesgarse a ser feliz cuando la vida le dio la oportunidad.

No nos digamos mentiras, seguimos viviendo y a muchos les parece que somos felices, pero tú y yo nunca sabremos qué había más allá, donde el amor es rey, donde solo el deseo, el placer y la felicidad son el pan de cada día.
No importa, la vida continúa, continúa sin nosotros, sin amor o con otros amores y otros deberes...no importa. Cuando debimos ser, no fuimos.

He durado muchos años en aceptar y entender qué nos pasó y que dejamos que todo un universo, el nuestro, no fuera.

Pero a pesar de la realidad y la decepción, siempre siempre querré volver a despertar en ese día que por primera vez nos vimos.

lunes, 24 de febrero de 2020

Placeres




No temas a los dioses;
no te preocupes por la muerte;
Lo que es bueno es fácil de obtener
Anónimo



Mis placeres son sencillos: leer siempre; escribir todos los días; cocinar, charlar, reír, bailar, cantar y contarnos la vida una y otra vez en familia; charlar con otros; montar en bicleta y nadar en el verano; reír muchas veces al día; pensar; soñar; oír música; ir a cine o al teatro; desandar calles y ciudades; comer en la calle o en algún sitio inesperado entrar a un restaurante y dejarme sorprender y caminar. Caminar me anima siempre. Me quita la tristeza, los malos pensamientos y me devuelve la alegría, las ganas de ser. Hoy, como varias veces a la semana, caminé a orillas del Rin. Aunque el invierno tiñe de grises y ocres el paisaje, la vista siempre es estupenda. El Rin es un río vital. Navegan barcos de carga río arriba y río abajo, parejas, niños, viejos, jubilados, jóvenes enamorados y ciclistas van y vienen, los remeros en sus embarcaciones, las gaviotas volando y los patos nadando en busca de comida. De fondo el Drachenfels y las Siebengebirge. El Rin es ya parte del paisaje de mi vida. El sonido del agua, del tren en la orilla opuesta, las charlas de los transeuntes que se oyen y pierden, y el viento helado que siempre sopla del sur. El Rin y yo somos amigos, cómplices y ambos cada uno a su manera viajeros del tiempo.

domingo, 23 de febrero de 2020

Tengo 64 años




Cuando digo que tengo 64 años -ahora caigo en cuenta- en realidad de lo que estoy hablando es que ya no tengo 64 años de mi vida, pues ya los he vivido. Se fueron. Son pasado. No volverán. Que me quedan cada vez menos años por vivir. Que no se si serán muchos, pocos o apenas meses, semanas o días.

Cuando digo que tengo 64 años quiere decir que si ahora no hago lo que quiero, nunca lo haré. Y si insisto en hacer lo que no quiero, soy un pendejo.

He vivido 64 años y ojalá me queden los suficientes para hacer lo que al fin sé que quiero y puedo hacer.