martes, 11 de agosto de 2020

Una tormenta se avecina y es medianoche

La luz del repentino relámpago ilumina la noche, la deslumbra. Poco después el ruido amenazador del trueno se oye a lo lejos. Una y otra vez la noche deja de ser noche por los rayos que se acercan. Y el eco del rayo retumba como advertencia, como negación de la oscuridad. Rayos como caballos desbocados recorren la noche, relinchan y desaparecen. El bochorno asfixia la medianoche.
El calor se pega a la piel. La ciudad calla. Duerme. Todos duermen menos yo, que vivo de noche. Noctámbulo solitario. Se acerca una tormenta de verano. La espero mientras ella aturde la noche de agosto con sus bramidos de toro de lidia a punto de embestir. Me vivo en silencio. En este momento soy la vida entera.

lunes, 3 de agosto de 2020

Cosmopolita y provinciano

Un cosmopolita es en el fondo un provinciano más. Quizá más recorrido, conocedor de otros mundos, pero siempre pertenece a su pequeño lugar de nacimiento, sus afectos están allá en ese lugar donde viven los suyos, los de siempre. No hay nada mejor que ser un provinciano en cualquier lugar del mundo.
La capacidad de sorprenderse, de ser espontáneo, de ser feliz por las cosas más sencillas, de querer despertarse mañana temprano porque es posible que el día sea maravilloso o mejor porque alguien nos espera a la vuelta de la esquina con los besos más amorosos que jamás nos darán. No perder la capacidad de sorprenderse, no perder la alegría de vivir o de leer, encontrarse con una persona y disfrutar del milagro de que de la nada surge una amistad o el amor. Ser provinciano es único.
Hacer de alguna manera lo que uno desea, por lo que uno es. No abandonar ese yo que es la base de los otros yos de lo que está hecha nuestra vida. No traicionarse aunque todos te lo pidan. Oír el concierto para piano No. 5 de Beethoven y sentir que el ser humano es capaz de ir más allá de sí mismo, rozar la divinidad. Y bailar al ritmo de un merengue como si aún fueras joven y sentir que la vida es a veces un carnaval, como dice Celia. No dividir lo bueno del mundo en categorías, sino darle el valor que tiene: la felicidad de estar vivo y poder disfrutar de lo que otros nos ofrecen con generosidad.
Ser feliz porque una amiga preciosa me sorprende con Septet in E-Flat Major,Op 20 II Adagio cantabile de Beethoven y al escucharla transportarme a otro universo, a un lugar nuevo de mi sensibilidad. Vibrar con la música, suspirar por ella. O sentarme a almorzar con mi familia a principios de agosto en un mediodía esplendoroso arepas con chili con carne y ensalada de aguacate. Sentirme como un dios. Ser eterno cada vez que la vida lo permite.
Sencillamente disfrutar con lo que nos es dado. Hay días en que la vida me mira con absoluto descaro y yo quiero devorarla.
Dejar que el amor me lleve de la mano de ella a orillas del Rin, sentarnos a charlar sobre el bien y el mal, ver pasar la vida frente a nosotros y no querer ser nadie distinto a los que somos en ese instante eterno. Sentir su cuerpo junto al mío y creer que sus sueños le sonríen a los míos. Reírnos porque estamos vivos y nos queremos.
Estar sentado en una reunión de junta directiva decidiendo un negocio de millones, discutiendo la campaña de imagen de un producto o de un servicio, observando días y tardes, una y otra vez, el comportamiento de los clientes en los puntos de venta y dejar por un momento todo y pensar en aquel julio en que estuve en Sevilla y no conocí la ciudad, pero conocí el amor.
No hablar del trabajo fuera del trabajo. Preferir vivir. Irremediablemente dejarme llevar por las cosas pequeñas que son las grandes para mí.
Recordar las tantas ciudades, mares, ríos, montañas y calles que conozco y pensar que sería lindo estar en Bogotá con mamá y papá charlando. Que sería lo mejor.
No quiero ser cosmopolita ni aquí, ni en Singapur, ni en Londres, ni Milán, ni Madrid, ni Bilbao o México. Yo quiero ser el bogotano que soy. Ser el provinciano que se maravilla de estar vivo y de la alegría que la vida siente de conocerme.