Un
cosmopolita es en el fondo un provinciano más. Quizá más
recorrido, conocedor de otros mundos, pero siempre pertenece a su
pequeño lugar de nacimiento, sus afectos están allá en ese lugar
donde viven los suyos, los de siempre. No hay nada mejor que ser un
provinciano en cualquier lugar del mundo.
La
capacidad de sorprenderse, de ser espontáneo, de ser feliz por las
cosas más sencillas, de querer despertarse mañana temprano porque
es posible que el día sea maravilloso o mejor porque alguien nos
espera a la vuelta de la esquina con los besos más amorosos que
jamás nos darán. No perder la capacidad de sorprenderse, no perder
la alegría de vivir o de leer, encontrarse con una persona y
disfrutar del milagro de que de la nada surge una amistad o el amor.
Ser provinciano es único.
Hacer
de alguna manera lo que uno desea, por lo que uno es. No abandonar
ese yo que es la base de los otros yos de lo que está hecha nuestra
vida. No traicionarse aunque todos te lo pidan. Oír el concierto
para piano No. 5 de Beethoven y sentir que el ser humano es capaz de
ir más allá de sí mismo, rozar la divinidad. Y bailar al ritmo de
un merengue como si aún fueras joven y sentir que la vida es a veces
un carnaval, como dice Celia. No dividir lo bueno del mundo en
categorías, sino darle el valor que tiene: la felicidad de estar
vivo y poder disfrutar de lo que otros nos ofrecen con generosidad.
Ser
feliz porque una amiga preciosa me sorprende con Septet in E-Flat
Major,Op 20 II Adagio cantabile de Beethoven y al escucharla
transportarme a otro universo, a un lugar nuevo de mi sensibilidad.
Vibrar con la música, suspirar por ella. O sentarme a almorzar con
mi familia a principios de agosto en un mediodía esplendoroso arepas
con chili con carne y ensalada de aguacate. Sentirme como un dios.
Ser eterno cada vez que la vida lo permite.
Sencillamente
disfrutar con lo que nos es dado. Hay días en que la vida me mira
con absoluto descaro y yo quiero devorarla.
Dejar
que el amor me lleve de la mano de ella a orillas del Rin, sentarnos
a charlar sobre el bien y el mal, ver pasar la vida frente a nosotros
y no querer ser nadie distinto a los que somos en ese instante
eterno. Sentir su cuerpo junto al mío y creer que sus sueños le
sonríen a los míos. Reírnos porque estamos vivos y nos queremos.
Estar
sentado en una reunión de junta directiva decidiendo un negocio de
millones, discutiendo la campaña de imagen de un producto o de un
servicio, observando días y tardes, una y otra vez, el
comportamiento de los clientes en los puntos de venta y dejar por un
momento todo y pensar en aquel julio en que estuve en Sevilla y no
conocí la ciudad, pero conocí el amor.
No
hablar del trabajo fuera del trabajo. Preferir vivir.
Irremediablemente dejarme llevar por las cosas pequeñas que son las
grandes para mí.
Recordar
las tantas ciudades, mares, ríos, montañas y calles que conozco y
pensar que sería lindo estar en Bogotá con mamá y papá charlando.
Que sería lo mejor.
No
quiero ser cosmopolita ni aquí, ni en Singapur, ni en Londres, ni
Milán, ni Madrid, ni Bilbao o México. Yo quiero ser el bogotano que
soy. Ser el provinciano que se maravilla de estar vivo y de la
alegría que la vida siente de conocerme.