miércoles, 4 de febrero de 2015

El viaje de regreso




Yo solía pensar que viajar era normal, pan de cada día, parte de lo que uno es. Nada importante en particular. Como en la infancia ir al colegio, que es parte del paisaje irremediable de esos días. Pero un día caí en cuenta de que viajar es también dejar de ser ese yo de siempre, el cotidiano,  para ser ese otro yo que se es al llegar a un nuevo lugar. La distancia entre el uno y el otro permite al nuevo yo volverse a inventar, darse una tregua del yo de todos los días, el cotidiano. Casi que por arte de magia surge la oportunidad de volvernos a hacer, a ser otro que como yo piensa y siente, pero que es diferente, quizá mejor o al menos distinto.

Viajar es darse la oportunidad de ser el que quizá no se ha podido ser, ese que llevamos guardado hace tanto tiempo y que espera su oportunidad de ser. Viajar es una de las maravillas de la vida. 

Me encanta viajar en tren por Alemania. La he recorrido un par de veces y es una experiencia que disfruto cada vez que vuelvo a subirme a un tren. Y en cada estación del viaje he tenido la posibilidad de inventarme de nuevo. Dejar atrás una parte de mí para que otro yo fuera.

Ahora que vivo de viaje, que viajo de un lugar y un yo hacia otro lugar y otro yo, ahora que puedo ser más yo que nunca, me siento bien, nuevo y feliz. Ojalá pueda viajar hasta el último día de la vida, que mi permanencia en este mundo sea ser siempre otro, otro que es igual a mí, pero distinto.

Algunas veces, salí de viaje con una maleta llena de resignación y regresé cargado de vitalidad. Quizá algún día, en otro viaje, encuentre al fin ese yo que sea mi último yo, el yo que se acepte tal como soy.

Pero siempre lo mejor de cada viaje es regresar a casa con la certeza de verme una vez más en los hermosos ojos azules de ella, la estación más bella de mi vida. 
Amo la vida, porque ella es el destino de todos mis viajes.

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