lunes, 9 de febrero de 2015

Un día con la amada




Mainz es una ciudad pequeña llena de encanto. Con una catedral que habla de tiempos gloriosos y magníficos. Tiene una pequeña capilla al lado del altar central donde las personas que lo deseen se pueden recoger a rezar en un ambiente sereno y acogedor que hasta para un agnóstico como yo sería una delicia rezar ahí. La verdad es que todos los días de mi vida he rezado. Siempre rezo. Es una costumbre que tengo desde niño cuando mamá cada noche con mi hermana y yo rezaba el Ángel de la Guarda.
A orillas del Rin se asoma al mundo Mainz, la antigua Maguncia de los romanos y sede del cardenal príncipe elector del Sacro Imperio Romano Germánico. Hoy es una de las ciudades más ricas de Alemania y en pleno centro de la industria alemana. Mainz tiene menos habitantes que Bonn y Gutenberg es su hijo más preclaro. Inventor de la imprenta que transformó el mundo. A este hombre le debo mi placer más grande: los libros. Bueno, los libros ya existían. A él le debemos que se pudieran multiplicar.
La estación de Mainz está siempre llena de gente que llega o se va. Su cercanía con Wiesbaden y Frankfurt hace de ella un centro del tráfico de trenes.
Mi amada, en realidad sólo un antiguo amor y ahora amiga del alma a quien sigo llamando mi amada,  me espera en la floristería a la entrada de la estación. Siempre nos encontramos ahí. Nos sonreímos. Nos alegramos de vernos. Llevamos toda una vida queriéndonos.
Por primera vez voy a montar en su nuevo Mini Cooper verde. Uno de sus sueños hecho realidad. Aunque su apartamento no está lejos ha salido a recogerme. Es un ritual que nos gusta y une. Una manera de decirnos que nos queremos. El carro es precioso y más si lo ha comprado ella. Huele a nuevo y a cuero. Ummm. El motor suena de película y se ve fácil, ágil y ligero de manejar. Más que mirar estoy admirando la belleza de ella. En diez minutos estamos frente a su apartamento en el centro de la ciudad. El carro lo deja frente al edificio. Su apartamento está en el primer piso, que para nosotros colombianos es el segundo piso. Es pequeño y moderno. Tiene una mini terraza con cactus donde nos asoleamos cuando el verano se digna a asomarse por estas latitudes. Subimos para dejar la maleta y salir de nuevo. Vamos a darnos una caminada por la ciudad. Primero iremos al Rin que está muy cerca y después subiremos al centro de la ciudad y nos devolveremos por la Agustinerstrasse. La calle lleva el nombre de San Agustín pues en ella está un antiguo convento de los agustinianos con una de las capillas más bellas que haya visto en mi vida. Qué cantidad de iglesias y capillas hay en la parte antigua de las ciudades europeas y americanas. Uno pensaría que no hacían más rezar. Aunque todos sabemos que no le temían al pecado. Me recuerda la Séptima con Jiménez de Bogotá con sus tres iglesias pegadas: San Francisco, la Veracruz y la Tercera. Qué cantidad de plata, esfuerzo, creatividad y pasión dedicadas a dios. 

Caminamos despacio dejando que el ambiente nos envuelva. Las bellas casas de ladrillo rojo de la orilla del Rín con sus balcones adornados de flores multicolores, el paseo amplio lleno de árboles que sigue el curso del río, las barcazas que lo cruzan, la gente que pasa a nuestro lado, las familias con sus hijos y nosotros dos, mi amada y yo, hablando de las novedades de cada día en nuestras vidas. Hace calor. Un delicioso calor de junio para sorpresa de todos.
Casi todas las adolescentes llevan esta temporada unos hot pants que le quitan el aliento a este viejo. Le comento que la belleza está en la juventud. Que la vejez es el adiós más largo a la belleza. Sé que la belleza es en primer lugar una percepción individual del otro y de todo lo que nos rodea. La belleza entra por los ojos. La belleza está ligada de forma irremediable a la juventud que es el momento en que la vida se quiere perpetuar a sí misma y el gancho ideal es la belleza. Atraer al otro con la belleza. El truco lo observamos en la naturaleza cada primavera cuando millones de flores luchan con todos sus medios por atraer a las abejas para seguir viviendo. La belleza es de lo mejor que nos puede pasar ya sea en el propio cuerpo o viéndola en otro. Amo la belleza y la juventud. Ese instante de eternidad que se une para que el amor sea. Belleza, juventud y amor son tres elementos que definen la vida de todos. Intuyo que lo demás es envidia.

Ella se ríe cuando me oye hablar de jóvenes y me dice: Viejo verde. Pero en ella es una manera tierna de recordar lo irreprochable: que aún los viejos no estamos ciegos y podemos caer en la tentación de la belleza, de la juventud y el amor. El control social que busca que los viejos sólo nos atraigan otros viejos es sólo eso: un intento inútil de negar la naturaleza. 

A mí me gusta ver a las adolescentes tan lejanas y extrañas para mí. Su belleza abrumadora, su inocencia, sus ganas de vivir, su para ellas desconocida capacidad de seducir. Aunque sé que para ellas soy invisible. No existo. No me ven. No les intereso. Y así está bien.
Las adolescentes maravillosas con su provocadora inocencia, con su descarada belleza, con la certeza de la juventud caminan a mi alrededor sin tener la menor idea de que yo las veo. Qué hermosa la vida a cierta edad. Es decir a mi edad cuando ya he superado todas las vergüenzas, las penas y las inseguridades de la edad más bella de la vida.

Ella me invita a cenar al restaurante tailandés de la Agustinerstrasse. Nos gusta en especial por su arroz con vegetales y carnes. Es una delicia. No hay otro igual en esta parte del Rin. El sitio siempre está lleno de gente. En gran parte jóvenes. Cada vez más soy consciente de que ya no soy joven, de que la vida me está despidiendo de ella y que no tengo ni dos de ganas de esa despedida. Pero el tiempo hace su selección. Ya veré qué pasa y cuándo. Mientras tanto disfruto cada momento de vida, de risa, de charla, de baile, de aire puro y de sueños. Quien vive no está muerto.
-El amor sólo es amor si es de dos. Si los dos lo sienten y lo viven. Si sólo uno de los dos lo siente, no es amor. Es, más bien, desamor.- me dice mientras comemos. - El amor de uno solo es sólo dolor, tristeza. Que es todo lo contrario al amor, que debe ser alegría, felicidad y ganas de vivir, de disfrutar el instante, de ser el otro y con el otro.-
Es cierto. Este amor que aún me queda por la otra, por la que un día me dejó, porque se sentía culpable ya no es amor, es tristeza de lo perdido, nostalgia del pasado, es el duelo casi eterno que es saber que el otro a muerto para uno, aunque siga tan vivo por la vida. Me viene a la memoria la frase de Anatole France "Todos los cambios, aún los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía; porque aquello que dejamos es una parte de nosotros mismos: debemos morir una vida para entrar en otra."


-No te vayas detrás de su recuerdo- me dice mientras me sonríe con esa ternura y complicidad que nos hace inseparables. -Si no puedes, no importa. Vive tu ahora, el instante. Disfruta de lo que te da la vida, que es mucho.-
Le sonrío, y le doy gracias a la vida por tener una amada que me acepta tal como soy. Y no es por nada, pero ejerzo con cierto éxito todos los defectos que puede poseer una persona sin ser tildado de anormal. Con el tiempo, he entendido que la lucha contra la realidad está perdida, que lo que hay que hacer es dejar que la vida llueva sobre uno y aflore con mucha suerte lo bueno que hay en nosotros.
Después de cenar nos vamos caminando por la Agustinerstrasse hasta su apartamento en la Zukunfttrasse. Caminamos despacio. Miramos a la gente, las vitrinas, nos embriagamos del ambiente distendido casi alegre que tiene la calle con sus bares, restaurantes, almacenes con ropa exclusiva, turistas, estudiantes y parejas enamoradas presurosas de llegar a la cama. Nos asomamos a la bella capilla del antiguo convento de los agustinos, que le da su nombre a la calle. Esta calle es peatonal, de casas de máximo tres pisos, estrecha como las calles del casco antiguo, con algunos rincones donde aún se conservan un par de casas antiguas hechas de grandes vigas de madera y adobe blanqueado. Típica arquitectura medieval alemana. También hay edificios modernos pero que no molestan la armonía de este pequeño milagro de calle en medio del mundanal ruido. Es nuestro sitio predilecto. Siempre que caminamos por ella nos sentimos bien, únicos, actores de nuestra propia vida, como si los sueños sí pudieran convertirse en realidad. Me gusta la Augustinerstrasse.

Ahora que hace calor, que las noches son largas, sacamos dos sillas y nos sentamos a disfrutar el adiós del día y estar juntos así sin más que el placer de sabernos y querernos. Estar, estar vivo y sano, estar con alguien que te ama sin pedir nada a cambio, estar y dejar que la vida se descubra a sí misma frente a nosotros, no querer nada diferente a estar en este momento vivo. Esa es la felicidad. Mi felicidad. En silencio, cada uno en sus pensamientos, sin miedo a estar callado. Una delicia.
Mientras tomamos jugo de naranja helado y oímos al fondo Abba, pienso que el amor es una canción que sólo oyen los enamorados. Es casi media noche. Estamos cansados. Mis ojos se están cerrando. Me estoy yendo hacia el mundo de los sueños.

El cielo está lleno de estrellas. Los aviones que aterrizan en Frankfurt sobrevuelan a baja altura Mainz. En los apartamentos vecinos algunas luces siguen encendidas, un grupo de personas charla en un balcón, una mujer está en la cocina y una joven se asoma a vernos. Con un gesto de la mano la saludamos y se esconde desconcertada. Nos reímos. La torre de la iglesia vecina, que está a unos cincuenta metros de distancia, sobresale sobre la oscura silueta de los edificios que nos rodean. A nuestros pies hay restos de la antigua muralla de la ciudad. Los mosquitos se sienten atraídos por la luz y por nosotros. Es hora de entrarnos y descansar.
Me acuesto. Con este calor sólo me cubro con la cobija desde la rodilla hasta la cintura. No siento frío, pero necesito sentirme protegido al dormir. Antes de dormir me gusta pensar algo agradable que me lleve con suavidad al sueño. No se oyen ruidos. Me dejo ir para mañana volver a ser.
Cierro los ojos y pienso en ellas. Las guapas y maravillosas mujeres que tanto he amado. Digo en mi mente sus nombres que tanto significan. Suspiro y me giro en la cama. ¿Ellas donde estarán? ¿Qué estarán haciendo?
Debo dejar que los nombres de las mujeres que me amaron regresen a ellas. Dejar que vuelen sus besos, sus miradas y sus palabras con el viento. Volverlas recuerdo dulce recuerdo del ayer. Es hora de soltar el pasado, dejarlo descansar, permitir que el presente florezca, que me envuelva, que me absorba. Es hora de vivir el momento. Disfrutar la vida que me queda. Amar, amar de nuevo, si es aún posible. Es hora de dejar que el pasado descanse. Es el tiempo de soñar, sentir y vivir. Y ahora me dormiré, porque mañana me espera un nuevo día, otro presente que será todo mío.

Ella cocina mucho mejor que yo. Todo lo que hace le queda delicioso. No hay nada como su arroz blanco y sencillo. Ummmmm...Nos hemos levantado tarde. Son las diez y media de la mañana. Ha preparado jugo de naranjas recién exprimidas, huevos revueltos, café y arepas. Un desayuno riquísimo y charladito como nos gusta. Después de desayunar me encargo de recoger los platos y arreglar la cocina. Nos repartimos el trabajo de la casa. Siempre ha sido así.

En verano, las mujeres son más guapas. Salen de casa con sus vestidos ligeros, sus sueños a flor de piel y llenan las calles con su presencia. La ciudad se impregna de sensualidad, de ojos con miradas infinitas, pieles suaves, pecas y deseos . Hacia donde mire hay mujeres y promesas de amor. Y están las adolescentes siempre riendo, en grupo, nerviosas, inocentes, con sus hot pants que son una invitación a los sueños, al ayer, a la vida en busca del amor. La calle es una algarabía, ruido de carros, de personas, de expectativas, de ilusiones. El mundo está ebrio de verano. Qué maravilla que existan las mujeres que son la vida, mi vida, mis sueños, mi alegría y mi poesía. Amo la vida, porque está llena de mujeres.

Cuando salimos de compras no llevamos rumbo fijo ni una meta determinada. Dejamos que el camino nos guíe. Doblamos por calles en las que no hemos estado y buscamos en los escaparates ser sorprendidos. Las cosas nos llaman o nos ignoran. Unas sólo quieren que las miremos, otras quieren observarnos, que las recordemos. Salir de compras es una invitación a imaginar vidas diferentes, a arriesgarse a otras posibilidades. Es optar por algo que nos acompañará y determinará. En las compras nos definimos, descubrimos y mostramos cómo somos y cómo queremos que otros nos vean. Una compra no es sólo una compra más, es una forma de reconocernos.
Salir de compras es una fiesta y también una manera de acercarnos el uno al otro. Caminamos, miramos, nos detenemos, observamos, nos reímos, pero, sobretodo, hablamos. Desde que la conozco ella y yo hemos hablado y al hablar hemos tejido el amor que nos une y protege. Nos hemos hecho fuertes el uno al otro.
Tampoco es que muera por ir de compras. Me aburre quedarme mirando cosas sin decidir si se compran o no. Siempre sé qué quiero y si lo voy a comprar o no. Mis compras son rápidas y fáciles. Las compras con las mujeres son largas, interminables y no saben bien si quieren algo o no. Me encantan las camisas blancas o azules. Creo que sólo tengo camisas de esos colores. Desde la juventud me visto igual. Es decir, soy un humanista conservador. La mayoría de compras las archivo para estrenarlas un día que valga la pena. Así que tengo pantalones, sacos y camisas sin estrenar esperando por su oportunidad. Tengo mi ropa predilecta y ésa es la que uso a diario. Y siempre hay una camisa, pantalón o zapatos preferidos que quiero usar todo el tiempo.
Ella sabe bien qué quiere y eso nos hace posible salir juntos de compras. Aunque para llegar a los almacenes que quiere ver damos vueltas y revueltas. Bajamos al Rin y caminamos por su orilla. Regresamos al centro por entre las calles perdidas. La plaza frente a la catedral de Mainz es un sitio espectacular con sus casas de fachadas decoradas del siglo XVII, sus cafés al aire libre, el mercado y el café junto a la entrada lateral de la catedral donde se comen los mejores corazones del mundo (acá los llaman orejas de marrano) y un chocolate delicioso. A pesar del calor entramos y nos sentamos en una mesa para dos. El sitio es muy concurrido y hay muchos alemanes viejos. Bueno, Alemania está llena de viejos. Y yo ya soy uno de ellos. Pero también hay un par de parejas jóvenes. Antes de llegar al café hemos visto los grandes almacenes de ropa y de marcas famosas. Los templos del consumismo. Y de verdad que no he visto en mi vida gastar tanto como en Alemania. Pero mi hija prefiere los almacenes pequeños de marcas menos conocidas, pero más originales. Marcas danesas, checas o italianas , que son un secreto a voces de los que aman la moda. Son almacenes que ofrecen una moda diferente y novedosa y muy bella.


En una esquina de una calle lateral al Marktplatz está NoaNoa, un almacén danés de moda indie. Varias tardes nos hemos detenido frente a su vitrina para mirar los modelos que exhiben con un gusto exquisito. Ella siempre queda encantada. Así que hoy hemos decidido, es decir ella ha decidido, entrar. Parte del encanto del almacén es que no exhiben muchas cosas. Sino que destacan cada modelo de tal forma que parece único. Hay espacio alrededor de la ropa y luz que se concentra en los detalles, que adornan y mejoran el modelo. En un mundo de consumo masivo se agradece tener una prenda que no todo el mundo lleva. Se compra un par de blusas y una falda, además de una cartera, medias y un par de bufandas. Salimos llenos de paquetes y ella, que está feliz con sus compras, quiere llegar rápido a casa para probarse la ropa nueva.

Me cuenta que cuando era chiquita tenía toda su ropa traída de Europa por la abuela y que salía a la calle y todo el mundo la miraba, porque era bellísima. Sigue siendo guapísima y la siguen mirando mucho. Especialmente las mujeres, que es el signo indiscutible de que se está bien vestido. Es una mirada entre disimulada y afanada por captar que es lo diferente que lleva puesto. Ella mezcla prendas exclusivas con ropa comprada en el mercado de pulgas y cosas que ella se cose. Le encanta coser, pintar y todo lo que sea de hacer con las manos. La veo y no me puedo creer que sea una mujer hecha y derecha con la vida en sus manos, independiente y decidida a conquistar el mundo. Para mí ella es la mujer que amo. Obvio que esto no lo digo en publico. Sólo lo pienso en silencio mientras la miro.

Antes de llegar a casa, paramos en un kiosko pequeño donde venden helados de crema. Adoro los helados soft cream de vainilla. Acá el monopolio del helado está en manos de los italianos. Pero sus helados no me gustan tanto. Hace años que no me como uno de ellos. Nos devolvemos por la Augustinerstrasse comiendo helados y llenos de paquetes. Pareciera que la ciudad entera está en la calle. Bulle. Hay gente sentada en los bares o comiendo en los restaurantes, paseando o de compras y por todos lados los jóvenes. Y las maravillosas adolescentes insaciables de vivir, de aprender, de reír. Un espectáculo de vida son las jóvenes. Pero yo soy invisible para ellas. Me vienen a la memoria los versos de Rubén Darío “Juventud, divino tesoro, te vas para no volver..” Mainz es una ciudad pequeña y todo está cerca. Así que pronto llegamos a casa. Es decir, al apartamento de mi hija.
En el apartamento, ella corre a medirse lo ropa que ha comprado. Se lleva para su habitación los paquetes que ha cargado y los que le he llevado yo. Está feliz. Me sonríe. Y desaparece detrás de su puerta. Después de un rato, sale y me mira mientras posa con uno de los vestidos nuevos. Le queda precioso. Luego vuelve a irse, a entrar, a irse unas veces con el pelo suelto, otros, recogido; cono o sin cinturón, con pulseras o sin ellas, cono collar y sin collar, cono una cartera o con otra y con cada vestido, blusa o saco que se compró repite la misma ceremonia de expectativa y felicidad que le da ponerse ropa nueva.
Aprovecho para sentarme en una silla grande y cómoda frente a la televisión a descansar, a dormir tele mientras pasa por enésima vez Bridget Jones por la tele. Mi amamda saldrá esta noche con unas amigas y voy a aprovechar para leer un par de libros de poesía. No son un par de libros cualquieras: el uno es “Textos en la sombra” de Víctor Paz Otero y el otro es “El vino rojo de las sílabas” de Fernando Denis. Los dos son una maravilla. Los releo con frecuencia y los tengo a mano. Leerlos es despertar a mundos bellos e imposibles, que son lo único posible que me gusta de la vida: sus imposibles. Me enriquecen mi propia poesía, porque me abren posibilidades a nuevas maneras de entender las palabras y sus relaciones, afectos y sonidos con otras palabras. Escribo otra poesía, pero ésta es una fuente de inspiración para mí. Hay tantos poetas colombianos buenos que creo que nunca terminaré de descubrirlos y de leerlos. Lo bueno de Colombia es su poesía. Es única y universal.
He amado a las mujeres tanto como a la poesía. Ellas son la poesía. Me gustan más que nada ni nadie. Aunque por mucho tiempo ni siquiera les hablaba. Sólo las miraba y las aprendía de lejos. Muchas me quisieron y me quieren. Pero sólo tres me han amado y he amado sin límites, con total entrega. Tres son eternas para mí. Pero también son pasado. Ahora vivo solo. Estoy solo y me siento bien así. A nadie molesto ni nadie me exige nada. Estoy en paz con el amor. Sé que no es posible hacer feliz a nadie. Sé que el amor es pasajero. Sé que soñamos amores para siempre, pero no es posible. Somos inconstantes, cambiantes y no podemos quedarnos en un lugar quietos y tampoco en un amor. Somos trashumantes de la vida, estamos partiendo hacia otros yos que nos esperan. El amor es eterno como concepto y pasajero como realidad.
No estoy amargado por ello. Creo que un día llegará otro amor y quizá éste sea el último y el mejor. Y con demasiada suerte, para el resto de mi vida.

Supongo que es amor ese olvido de mí que me restituye al Paraíso. Esa caída en una fosa de luz, ese vacío donde al saberte mía sé que siempre he sido tuyo. Amar es una maravillosa forma de extraviarse. Es como una dispersión que reunifica. ¿Será acaso la unidad perdida? Te amo y me extravío en la música táctil de tu sexo, en la callada quietud de tus asombros, y el tiempo que no es mío de alguna manera esencial nos pertenece”
Víctor Paz Otero

Se despide desde la puerta y se va a encontrar con sus amigas. Ha dejado el aire impregnado de ilusiones. Me recuesto en la cama y mientras la tele sigue de música de fondo, dejo mi mente vagar por mis recuerdos. Estoy en otro mundo: hace mucho tiempo cuando aún era joven y bello. En los días en que por fin pude derrotar la tristeza. La tristeza del desamor. Un tiempo en que viví vidas paralelas. En la una llovía eternamente soledad, tristeza y y abandono, y en la otra el sol salía cada mañana. Fui dos y a veces más durante esa larga travesía de la soledad, la ausencia y los porqués sin respuesta. Descubrí que nadie se muere de amor. Que sólo se agoniza, que no cesa la tristeza y que el dolor se anuda en la boca del estómago.

Pero un día, al levantarme supe que, aunque no la olvidaría, le había dicho al fin adiós. Ese día volví a ser yo de nuevo. Pero me dejó una inexpugnable barrera contra el amor. No volví creer a ciegas en el amor. Quise a distancia, a tiempo definido; dispuesto a irme a la menor señal de duda. No he vuelto a dejar que nadie entre en mi vida y haga lo que quiera con mis sentimientos. Soy un hombre solo, irremediablemente solo. Claro que río, quiero, gozo, bailo, nado, coqueteo, hago el amor, pero cada día y cada noche un yo que sólo yo conozco hace guardia en mi vida para huir conmigo en el momento que me sienta vulnerable frente al amor. A veces siento que una parte de mí está muerta para siempre.
Sé que no se deja nunca de amar a quien se ha amado de verdad, que queda una llama pequeña esperando a ese día incierto o imposible que por alguna razón los enamorados se reencuentren y vuelvan a incendiar lo que les queda del mundo.
Por otro lado, siento que sólo sobrevive el cariño, el agradecimiento a quien nos dio todo en un momento de su vida. Que eso que se cree amor es sólo ternura por haber sido felices.
Después del adiós nada vuelve. El río de la vida continúa, nos arrastra. Para la vida no existe el ayer, sólo el presente.

Me he quedado dormido y me despierto a la realidad.

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