Mainz
es una ciudad pequeña llena de encanto. Con una catedral que habla
de tiempos gloriosos y magníficos. Tiene una pequeña capilla al
lado del altar central donde las personas que lo deseen se pueden
recoger a rezar en un ambiente sereno y acogedor que hasta para un
agnóstico como yo sería una delicia rezar ahí. La verdad es que
todos los días de mi vida he rezado. Siempre rezo. Es una costumbre
que tengo desde niño cuando mamá cada noche con mi hermana y yo
rezaba el Ángel de la Guarda.
A
orillas del Rin se asoma al mundo Mainz, la antigua Maguncia de los
romanos y sede del cardenal príncipe elector del Sacro Imperio
Romano Germánico. Hoy es una de las ciudades más ricas de Alemania
y en pleno centro de la industria alemana. Mainz tiene menos
habitantes que Bonn y Gutenberg es su hijo más preclaro. Inventor de
la imprenta que transformó el mundo. A este hombre le debo mi placer
más grande: los libros. Bueno, los libros ya existían. A él le
debemos que se pudieran multiplicar.
La
estación de Mainz está siempre llena de gente que llega o se va. Su
cercanía con Wiesbaden y Frankfurt hace de ella un centro del
tráfico de trenes.
Mi
amada, en realidad sólo un antiguo amor y ahora amiga del alma a quien sigo llamando mi amada, me espera en la floristería a la entrada de la estación.
Siempre nos encontramos ahí. Nos sonreímos. Nos alegramos de
vernos. Llevamos toda una vida queriéndonos.
Por
primera vez voy a montar en su nuevo Mini Cooper verde. Uno de sus
sueños hecho realidad. Aunque su apartamento no está lejos ha
salido a recogerme. Es un ritual que nos gusta y une. Una manera de
decirnos que nos queremos. El carro es precioso y más si lo ha
comprado ella. Huele a nuevo y a cuero. Ummm. El motor suena de
película y se ve fácil, ágil y ligero de manejar. Más que mirar
estoy admirando la belleza de ella. En diez minutos estamos frente a
su apartamento en el centro de la ciudad. El carro lo deja frente al
edificio. Su apartamento está en el primer piso, que para nosotros
colombianos es el segundo piso. Es pequeño y moderno. Tiene una mini
terraza con cactus donde nos asoleamos cuando el verano se digna a
asomarse por estas latitudes. Subimos para dejar la maleta y salir de
nuevo. Vamos a darnos una caminada por la ciudad. Primero iremos al
Rin que está muy cerca y después subiremos al centro de la ciudad y
nos devolveremos por la Agustinerstrasse. La calle lleva el nombre de
San Agustín pues en ella está un antiguo convento de los
agustinianos con una de las capillas más bellas que haya visto en mi
vida. Qué cantidad de iglesias y capillas hay en la parte antigua de
las ciudades europeas y americanas. Uno pensaría que no hacían más
rezar. Aunque todos sabemos que no le temían al pecado. Me recuerda
la Séptima con Jiménez de Bogotá con sus tres iglesias pegadas:
San Francisco, la Veracruz y la Tercera. Qué cantidad de plata,
esfuerzo, creatividad y pasión dedicadas a dios.
Caminamos despacio dejando que el ambiente nos envuelva. Las bellas casas de ladrillo rojo de la orilla del Rín con sus balcones adornados de flores multicolores, el paseo amplio lleno de árboles que sigue el curso del río, las barcazas que lo cruzan, la gente que pasa a nuestro lado, las familias con sus hijos y nosotros dos, mi amada y yo, hablando de las novedades de cada día en nuestras vidas. Hace calor. Un delicioso calor de junio para sorpresa de todos.
Casi
todas las adolescentes llevan esta temporada unos hot pants que le
quitan el aliento a este viejo. Le comento que la belleza está en
la juventud. Que la vejez es el adiós más largo a la belleza. Sé
que la belleza es en primer lugar una percepción individual del otro
y de todo lo que nos rodea. La belleza entra por los ojos. La belleza
está ligada de forma irremediable a la juventud que es el momento en
que la vida se quiere perpetuar a sí misma y el gancho ideal es la
belleza. Atraer al otro con la belleza. El truco lo observamos en la
naturaleza cada primavera cuando millones de flores luchan con todos
sus medios por atraer a las abejas para seguir viviendo. La belleza
es de lo mejor que nos puede pasar ya sea en el propio cuerpo o
viéndola en otro. Amo la belleza y la juventud. Ese instante de
eternidad que se une para que el amor sea. Belleza, juventud y amor
son tres elementos que definen la vida de todos. Intuyo que lo demás
es envidia.
Ella se ríe cuando me oye hablar de jóvenes y me dice: Viejo verde. Pero en ella es una manera tierna de recordar lo irreprochable: que aún los viejos no estamos ciegos y podemos caer en la tentación de la belleza, de la juventud y el amor. El control social que busca que los viejos sólo nos atraigan otros viejos es sólo eso: un intento inútil de negar la naturaleza.
A mí me gusta ver a las adolescentes tan lejanas y extrañas para mí. Su belleza abrumadora, su inocencia, sus ganas de vivir, su para ellas desconocida capacidad de seducir. Aunque sé que para ellas soy invisible. No existo. No me ven. No les intereso. Y así está bien.
Las
adolescentes maravillosas con su provocadora inocencia, con su
descarada belleza, con la certeza de la juventud caminan a mi
alrededor sin tener la menor idea de que yo las veo. Qué hermosa la
vida a cierta edad. Es decir a mi edad cuando ya he superado todas
las vergüenzas, las penas y las inseguridades de la edad más bella
de la vida.
Ella me invita a cenar al restaurante tailandés de la Agustinerstrasse. Nos gusta en especial por su arroz con vegetales y carnes. Es una delicia. No hay otro igual en esta parte del Rin. El sitio siempre está lleno de gente. En gran parte jóvenes. Cada vez más soy consciente de que ya no soy joven, de que la vida me está despidiendo de ella y que no tengo ni dos de ganas de esa despedida. Pero el tiempo hace su selección. Ya veré qué pasa y cuándo. Mientras tanto disfruto cada momento de vida, de risa, de charla, de baile, de aire puro y de sueños. Quien vive no está muerto.
-El
amor sólo es amor si es de dos. Si los dos lo sienten y lo viven. Si
sólo uno de los dos lo siente, no es amor. Es, más bien, desamor.-
me dice mientras comemos. - El amor de uno solo es sólo dolor,
tristeza. Que es todo lo contrario al amor, que debe ser alegría,
felicidad y ganas de vivir, de disfrutar el instante, de ser el otro
y con el otro.-
Es
cierto. Este amor que aún me queda por la otra, por la que un día
me dejó, porque se sentía culpable ya no es amor, es tristeza de lo
perdido, nostalgia del pasado, es el duelo casi eterno que es saber
que el otro a muerto para uno, aunque siga tan vivo por la vida. Me
viene a la memoria la frase de Anatole France "Todos los
cambios, aún los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía;
porque aquello que dejamos es una parte de nosotros mismos: debemos
morir una vida para entrar en otra."
-No
te vayas detrás de su recuerdo- me dice mientras me sonríe con esa
ternura y complicidad que nos hace inseparables. -Si no puedes, no
importa. Vive tu ahora, el instante. Disfruta de lo que te da la
vida, que es mucho.-
Le
sonrío, y le doy gracias a la vida por tener una amada que me acepta
tal como soy. Y no es por nada, pero ejerzo con cierto éxito todos
los defectos que puede poseer una persona sin ser tildado de anormal.
Con el tiempo, he entendido que la lucha contra la realidad está
perdida, que lo que hay que hacer es dejar que la vida llueva sobre
uno y aflore con mucha suerte lo bueno que hay en nosotros.
Después
de cenar nos vamos caminando por la Agustinerstrasse hasta su
apartamento en la Zukunfttrasse. Caminamos despacio. Miramos a la
gente, las vitrinas, nos embriagamos del ambiente distendido casi
alegre que tiene la calle con sus bares, restaurantes, almacenes con
ropa exclusiva, turistas, estudiantes y parejas enamoradas presurosas
de llegar a la cama. Nos asomamos a la bella capilla del antiguo
convento de los agustinos, que le da su nombre a la calle. Esta calle
es peatonal, de casas de máximo tres pisos, estrecha como las calles
del casco antiguo, con algunos rincones donde aún se conservan un
par de casas antiguas hechas de grandes vigas de madera y adobe
blanqueado. Típica arquitectura medieval alemana. También hay
edificios modernos pero que no molestan la armonía de este pequeño
milagro de calle en medio del mundanal ruido. Es nuestro sitio
predilecto. Siempre que caminamos por ella nos sentimos bien, únicos,
actores de nuestra propia vida, como si los sueños sí pudieran
convertirse en realidad. Me gusta la Augustinerstrasse.
Ahora
que hace calor, que las noches son largas, sacamos dos sillas y nos
sentamos a disfrutar el adiós del día y estar juntos así sin más
que el placer de sabernos y querernos. Estar, estar vivo y sano,
estar con alguien que te ama sin pedir nada a cambio, estar y dejar
que la vida se descubra a sí misma frente a nosotros, no querer nada
diferente a estar en este momento vivo. Esa es la felicidad. Mi
felicidad. En silencio, cada uno en sus pensamientos, sin miedo a
estar callado. Una delicia.
Mientras
tomamos jugo de naranja helado y oímos al fondo Abba, pienso que el
amor es una canción que sólo oyen los enamorados. Es casi media
noche. Estamos cansados. Mis ojos se están cerrando. Me estoy yendo
hacia el mundo de los sueños.
El cielo está lleno de estrellas. Los aviones que aterrizan en Frankfurt sobrevuelan a baja altura Mainz. En los apartamentos vecinos algunas luces siguen encendidas, un grupo de personas charla en un balcón, una mujer está en la cocina y una joven se asoma a vernos. Con un gesto de la mano la saludamos y se esconde desconcertada. Nos reímos. La torre de la iglesia vecina, que está a unos cincuenta metros de distancia, sobresale sobre la oscura silueta de los edificios que nos rodean. A nuestros pies hay restos de la antigua muralla de la ciudad. Los mosquitos se sienten atraídos por la luz y por nosotros. Es hora de entrarnos y descansar.
Me
acuesto. Con este calor sólo me cubro con la cobija desde la rodilla
hasta la cintura. No siento frío, pero necesito sentirme protegido
al dormir. Antes de dormir me gusta pensar algo agradable que me
lleve con suavidad al sueño. No se oyen ruidos. Me dejo ir para
mañana volver a ser.
Cierro
los ojos y pienso en ellas. Las guapas y maravillosas mujeres que
tanto he amado. Digo en mi mente sus nombres que tanto significan.
Suspiro y me giro en la cama. ¿Ellas donde estarán? ¿Qué
estarán haciendo?
Debo
dejar que los nombres de las mujeres que me amaron regresen a ellas.
Dejar que vuelen sus besos, sus miradas y sus palabras con el viento.
Volverlas recuerdo dulce recuerdo del ayer. Es hora de soltar el
pasado, dejarlo descansar, permitir que el presente florezca, que me
envuelva, que me absorba. Es hora de vivir el momento. Disfrutar la
vida que me queda. Amar, amar de nuevo, si es aún posible. Es
hora de dejar que el pasado descanse. Es el tiempo de soñar, sentir
y vivir. Y ahora me dormiré, porque mañana me espera un nuevo día,
otro presente que será todo mío.
Ella
cocina mucho mejor que yo. Todo lo que hace le queda delicioso. No
hay nada como su arroz blanco y sencillo. Ummmmm...Nos hemos
levantado tarde. Son las diez y media de la mañana. Ha preparado
jugo de naranjas recién exprimidas, huevos revueltos, café y
arepas. Un desayuno riquísimo y charladito como nos gusta. Después
de desayunar me encargo de recoger los platos y arreglar la cocina.
Nos repartimos el trabajo de la casa. Siempre ha sido así.
En
verano, las mujeres son más guapas. Salen de casa con sus vestidos
ligeros, sus sueños a flor de piel y llenan las calles con su
presencia. La ciudad se impregna de sensualidad, de ojos con miradas
infinitas, pieles suaves, pecas y deseos . Hacia donde mire hay
mujeres y promesas de amor. Y están las adolescentes siempre riendo,
en grupo, nerviosas, inocentes, con sus hot pants que son una
invitación a los sueños, al ayer, a la vida en busca del amor. La
calle es una algarabía, ruido de carros, de personas, de
expectativas, de ilusiones. El mundo está ebrio de verano. Qué
maravilla que existan las mujeres que son la vida, mi vida, mis
sueños, mi alegría y mi poesía. Amo la vida, porque está llena de
mujeres.
Cuando
salimos de compras no llevamos rumbo fijo ni una meta determinada.
Dejamos que el camino nos guíe. Doblamos por calles en las que no
hemos estado y buscamos en los escaparates ser sorprendidos. Las
cosas nos llaman o nos ignoran. Unas sólo quieren que las miremos,
otras quieren observarnos, que las recordemos. Salir de compras es
una invitación a imaginar vidas diferentes, a arriesgarse a otras
posibilidades. Es optar por algo que nos acompañará y determinará.
En las compras nos definimos, descubrimos y mostramos cómo somos y
cómo queremos que otros nos vean. Una compra no es sólo una compra
más, es una forma de reconocernos.
Salir
de compras es una fiesta y también una manera de acercarnos el uno
al otro. Caminamos, miramos, nos detenemos, observamos, nos reímos,
pero, sobretodo, hablamos. Desde que la conozco ella y yo hemos
hablado y al hablar hemos tejido el amor que nos une y protege. Nos
hemos hecho fuertes el uno al otro.
Tampoco
es que muera por ir de compras. Me aburre quedarme mirando cosas sin
decidir si se compran o no. Siempre sé qué quiero y si lo voy a
comprar o no. Mis compras son rápidas y fáciles. Las compras con
las mujeres son largas, interminables y no saben bien si quieren algo
o no. Me encantan las camisas blancas o azules. Creo que sólo tengo
camisas de esos colores. Desde la juventud me visto igual. Es decir,
soy un humanista conservador. La mayoría de compras las archivo para
estrenarlas un día que valga la pena. Así que tengo pantalones,
sacos y camisas sin estrenar esperando por su oportunidad. Tengo mi
ropa predilecta y ésa es la que uso a diario. Y siempre hay una
camisa, pantalón o zapatos preferidos que quiero usar todo el
tiempo.
Ella
sabe bien qué quiere y eso nos hace posible salir juntos de compras.
Aunque para llegar a los almacenes que quiere ver damos vueltas y
revueltas. Bajamos al Rin y caminamos por su orilla. Regresamos al
centro por entre las calles perdidas. La plaza frente a la catedral
de Mainz es un sitio espectacular con sus casas de fachadas decoradas
del siglo XVII, sus cafés al aire libre, el mercado y el café junto
a la entrada lateral de la catedral donde se comen los mejores
corazones del mundo (acá los llaman orejas de marrano) y un
chocolate delicioso. A pesar del calor entramos y nos sentamos en una
mesa para dos. El sitio es muy concurrido y hay muchos alemanes
viejos. Bueno, Alemania está llena de viejos. Y yo ya soy uno de
ellos. Pero también hay un par de parejas jóvenes. Antes de llegar
al café hemos visto los grandes almacenes de ropa y de marcas
famosas. Los templos del consumismo. Y de verdad que no he visto en
mi vida gastar tanto como en Alemania. Pero mi hija prefiere los
almacenes pequeños de marcas menos conocidas, pero más originales.
Marcas danesas, checas o italianas , que son un secreto a voces de
los que aman la moda. Son almacenes que ofrecen una moda diferente y
novedosa y muy bella.
En
una esquina de una calle lateral al Marktplatz está NoaNoa, un
almacén danés de moda indie. Varias tardes nos hemos detenido
frente a su vitrina para mirar los modelos que exhiben con un gusto
exquisito. Ella siempre queda encantada. Así que hoy hemos decidido,
es decir ella ha decidido, entrar. Parte del encanto del almacén es
que no exhiben muchas cosas. Sino que destacan cada modelo de tal
forma que parece único. Hay espacio alrededor de la ropa y luz que
se concentra en los detalles, que adornan y mejoran el modelo. En un
mundo de consumo masivo se agradece tener una prenda que no todo el
mundo lleva. Se compra un par de blusas y una falda, además de una
cartera, medias y un par de bufandas. Salimos llenos de paquetes y
ella, que está feliz con sus compras, quiere llegar rápido a casa
para probarse la ropa nueva.
Me cuenta que cuando era chiquita tenía toda su ropa traída de Europa por la abuela y que salía a la calle y todo el mundo la miraba, porque era bellísima. Sigue siendo guapísima y la siguen mirando mucho. Especialmente las mujeres, que es el signo indiscutible de que se está bien vestido. Es una mirada entre disimulada y afanada por captar que es lo diferente que lleva puesto. Ella mezcla prendas exclusivas con ropa comprada en el mercado de pulgas y cosas que ella se cose. Le encanta coser, pintar y todo lo que sea de hacer con las manos. La veo y no me puedo creer que sea una mujer hecha y derecha con la vida en sus manos, independiente y decidida a conquistar el mundo. Para mí ella es la mujer que amo. Obvio que esto no lo digo en publico. Sólo lo pienso en silencio mientras la miro.
Me cuenta que cuando era chiquita tenía toda su ropa traída de Europa por la abuela y que salía a la calle y todo el mundo la miraba, porque era bellísima. Sigue siendo guapísima y la siguen mirando mucho. Especialmente las mujeres, que es el signo indiscutible de que se está bien vestido. Es una mirada entre disimulada y afanada por captar que es lo diferente que lleva puesto. Ella mezcla prendas exclusivas con ropa comprada en el mercado de pulgas y cosas que ella se cose. Le encanta coser, pintar y todo lo que sea de hacer con las manos. La veo y no me puedo creer que sea una mujer hecha y derecha con la vida en sus manos, independiente y decidida a conquistar el mundo. Para mí ella es la mujer que amo. Obvio que esto no lo digo en publico. Sólo lo pienso en silencio mientras la miro.
Antes
de llegar a casa, paramos en un kiosko pequeño donde venden helados
de crema. Adoro los helados soft cream de vainilla. Acá el monopolio
del helado está en manos de los italianos. Pero sus helados no me
gustan tanto. Hace años que no me como uno de ellos. Nos devolvemos
por la Augustinerstrasse comiendo helados y llenos de paquetes.
Pareciera que la ciudad entera está en la calle. Bulle. Hay gente
sentada en los bares o comiendo en los restaurantes, paseando o de
compras y por todos lados los jóvenes. Y las maravillosas
adolescentes insaciables de vivir, de aprender, de reír. Un
espectáculo de vida son las jóvenes. Pero yo soy invisible para
ellas. Me vienen a la memoria los versos de Rubén Darío “Juventud,
divino tesoro, te vas para no volver..” Mainz es una ciudad pequeña
y todo está cerca. Así que pronto llegamos a casa. Es decir, al
apartamento de mi hija.
En
el apartamento, ella corre a medirse lo ropa que ha comprado. Se
lleva para su habitación los paquetes que ha cargado y los que le
he llevado yo. Está feliz. Me sonríe. Y desaparece detrás de su
puerta. Después de un rato, sale y me mira mientras posa con uno de
los vestidos nuevos. Le queda precioso. Luego vuelve a irse, a
entrar, a irse unas veces con el pelo suelto, otros, recogido; cono o
sin cinturón, con pulseras o sin ellas, cono collar y sin collar,
cono una cartera o con otra y con cada vestido, blusa o saco que se
compró repite la misma ceremonia de expectativa y felicidad que le
da ponerse ropa nueva.
Aprovecho
para sentarme en una silla grande y cómoda frente a la televisión a
descansar, a dormir tele mientras pasa por enésima vez Bridget Jones
por la tele. Mi amamda saldrá esta noche con unas amigas y voy a
aprovechar para leer un par de libros de poesía. No son un par de
libros cualquieras: el uno es “Textos en la sombra” de Víctor
Paz Otero y el otro es “El vino rojo de las sílabas” de Fernando
Denis. Los dos son una maravilla. Los releo con frecuencia y los
tengo a mano. Leerlos es despertar a mundos bellos e imposibles, que
son lo único posible que me gusta de la vida: sus imposibles. Me
enriquecen mi propia poesía, porque me abren posibilidades a nuevas
maneras de entender las palabras y sus relaciones, afectos y sonidos
con otras palabras. Escribo otra poesía, pero ésta es una fuente de
inspiración para mí. Hay tantos poetas colombianos buenos que creo
que nunca terminaré de descubrirlos y de leerlos. Lo bueno de
Colombia es su poesía. Es única y universal.
He
amado a las mujeres tanto como a la poesía. Ellas son la poesía. Me
gustan más que nada ni nadie. Aunque por mucho tiempo ni siquiera
les hablaba. Sólo las miraba y las aprendía de lejos. Muchas me
quisieron y me quieren. Pero sólo tres me han amado y he amado sin
límites, con total entrega. Tres son eternas para mí. Pero también
son pasado. Ahora vivo solo. Estoy solo y me siento bien así. A
nadie molesto ni nadie me exige nada. Estoy en paz con el amor. Sé
que no es posible hacer feliz a nadie. Sé que el amor es pasajero.
Sé que soñamos amores para siempre, pero no es posible. Somos
inconstantes, cambiantes y no podemos quedarnos en un lugar quietos y
tampoco en un amor. Somos trashumantes de la vida, estamos partiendo
hacia otros yos que nos esperan. El amor es eterno como concepto y
pasajero como realidad.
No
estoy amargado por ello. Creo que un día llegará otro amor y quizá
éste sea el último y el mejor. Y con demasiada suerte, para el
resto de mi vida.
“Supongo
que es amor ese olvido de mí que me restituye al Paraíso. Esa caída
en una fosa de luz, ese vacío donde al saberte mía sé que siempre
he sido tuyo. Amar es una maravillosa forma de extraviarse. Es como
una dispersión que reunifica. ¿Será acaso la unidad perdida?
Te amo y me extravío en la música táctil de tu sexo, en la callada
quietud de tus asombros, y el tiempo que no es mío de alguna manera
esencial nos pertenece”
Víctor
Paz Otero
Se
despide desde la puerta y se va a encontrar con sus amigas. Ha dejado
el aire impregnado de ilusiones. Me recuesto en la cama y mientras la
tele sigue de música de fondo, dejo mi mente vagar por mis
recuerdos. Estoy en otro mundo: hace mucho tiempo cuando aún era
joven y bello. En los días en que por fin pude derrotar la tristeza.
La tristeza del desamor. Un tiempo en que viví vidas paralelas. En
la una llovía eternamente soledad, tristeza y y abandono, y en la
otra el sol salía cada mañana. Fui dos y a veces más durante esa
larga travesía de la soledad, la ausencia y los porqués sin
respuesta. Descubrí que nadie se muere de amor. Que sólo se
agoniza, que no cesa la tristeza y que el dolor se anuda en la boca
del estómago.
Pero un día, al levantarme supe que, aunque no la olvidaría, le había dicho al fin adiós. Ese día volví a ser yo de nuevo. Pero me dejó una inexpugnable barrera contra el amor. No volví creer a ciegas en el amor. Quise a distancia, a tiempo definido; dispuesto a irme a la menor señal de duda. No he vuelto a dejar que nadie entre en mi vida y haga lo que quiera con mis sentimientos. Soy un hombre solo, irremediablemente solo. Claro que río, quiero, gozo, bailo, nado, coqueteo, hago el amor, pero cada día y cada noche un yo que sólo yo conozco hace guardia en mi vida para huir conmigo en el momento que me sienta vulnerable frente al amor. A veces siento que una parte de mí está muerta para siempre.
Sé
que no se deja nunca de amar a quien se ha amado de verdad, que queda
una llama pequeña esperando a ese día incierto o imposible que por
alguna razón los enamorados se reencuentren y vuelvan a incendiar lo
que les queda del mundo.
Por
otro lado, siento que sólo sobrevive el cariño, el agradecimiento a
quien nos dio todo en un momento de su vida. Que eso que se cree amor
es sólo ternura por haber sido felices.
Después
del adiós nada vuelve. El río de la vida continúa, nos arrastra.
Para la vida no existe el ayer, sólo el presente.
Me
he quedado dormido y me despierto a la realidad.
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