„Uno
siempre está solo
pero
a
veces
está
más solo“
Idea Vilariño
Soy
un árbol enfurecido que lanza fuego al cielo. Amo el fracaso. Lo que
toco se marchita. Muere. Se acaba. Soy el odio acumulado durante mi
larga vida. Mi fuego llega al cielo, y lo congela. Una llamarada
eterna que todo lo quema. En mí crece el fracaso y se llena de hojas
del verde de la envidia, del odio y de la desesperanza. Nada en mí
vive. Todo está muriendo. Muriendo desde siempre. Nada es para mí
suficiente. Quiero todo o nada. No acepto nada diferente a mis ramas
retorcidas, a mi madera curtida, a mis derrotas infinitas. No quiero
de nadie nada, que no sea ya mío. Me rechazo y me despeino y me
enfurezco. Me tiro por la ventana y caigo parado en medio del jardín
de la vida. Y aquí estoy: hundido hasta mitad del cuerpo en la
existencia, enraizado a todo esto que los demás llaman vida, y que
yo llamo agonía. Mis raíces clavadas en la tierra prometida de los miedos,
de las angustias y de la desolación. No quiero ser. No quiero. Evito
a los demás y a lo de menos. Me importo poco y me preocupo
demasiado. Todo son llamas, humo y asfixia.
Estoy acá en medio del
universo paralizado por mi destino. Viviendo mi muerte en cámara
lenta. De a poco me he ido quedando con lo que soy. Mis ramas llegan
al infinito y lo perciben. Florezco a pesar de mí. Me lleno de hojas
de primavera, de verdes, de flores, de vida. Todo para nada, porque
lo que el día trae, la noche se lo lleva. Me siento abandonado a las
fuerzas de la naturaleza. Soy un árbol perdido en la memoria de un
dios que todo lo ha olvidado. Me lleno de rabia. Vocifero, exagero,
me hundo en mí para perderme. Me hundo en mis raíces, en la tierra
maldita de los sueños. Me cubro de pesadillas en que todo está
bien. Ideas locas de un loco atado a sus limitaciones. A su angustia
de estar vivo y no poder ser. Me entierro en los olvidos, pero todo
me recuerda. Me sonríe. Me quiere. Me necesita. Me desespera. Quiero
dejarme solo, sin mí. Sin esa necesidad de estar conmigo todo el
tiempo. Estar despierto es un infierno donde se quema mi ser
definitivamente.
En la noche de mis sueños oscurece el desespero y
creo que ya no existo. Que he muerto al fin. Pero mis ojos se abren
detrás de mis gafas oscuras que me protegen de la esperanza. Mis
ramas se mecen desesperadas contra las ventanas que me miran, que me
envidian y que me ignoran. Sigo vivo y no soy más que un árbol
atado al cielo y a la tierra sosteniendo un mundo que se acaba.
Aunque nadie lo sabe, el fracaso es la única esperanza que tenemos.
Me voy de mí. Pero sigo conmigo. Inamovible. A perpetuidad.
Prisionero de mí. Entre estas paredes de madera que forman esta casa
que llamo árbol y que desde sus ramas siento a ese que nunca he
querido ser y que al despertarme soy. Me muero de la furia. Esa es mi
vida. Enfurecerme sin objeto distinto a dejar arrasada mi vida.
Aunque no me muevo de donde estoy, porque siempre estoy dentro de mí,
he dejado detrás de mí un mundo entero de yos sembrados en la
locura de los otros. Locos, todos somos locos. Menos los que ya han
muerto. Esos ya no son nada. Ni siquiera recuerdo.
Soy
un cielo en llamas que busca amparo en las ramas de un árbol que me
mira desde mi propia existencia.
Nada
vale la pena, salvo fracasar. Dejar de ser. Al fin. Descansar de mí,
de todo, de todos. Morirme. Dejar que estas hojas que me cubren
vuelen al fin por la vida sin que le importe a nadie. Dejar que esta
madera vieja se pudra, se olvide que un día fue árbol. Abrir los
ojos desmesurados a la nada. Y morderla hasta que grite. Hasta que
salga corriendo y me lleve con ella hacia la oscura eternidad del
universo.
Soy
un árbol lleno de ramas retorcidas por la furia y los miedos. Flores
negras, como es la medianoche de todas las cosas que no son mías,
huyen de mí. Tienen miedo de que las bese y se llenen de colores.
Tanta oscuridad donde he visto ya todo. Nada puede evitar que
fracase. Ni siquiera yo. Si no es para fracasar ¿para que nos vamos
pudriendo hasta morir?
Soy
el aire que cubre a este árbol que que soy. Soy la tierra de este
árbol que soy. Soy la vida que corre por este árbol que soy. Soy la
negra luz del mediodía. La eterna lucha del fracaso contra la
tontería. Me voy a ir por las ramas hasta llegar a mí para
preguntarme del porqué de esta larga vida sin moverme de este sitio
que soy. Nadie se puede mover de sí mismo. Condenados a llevarnos a
todos los sitios a los que jamás íremos. Recuerdo que un día fui
un gran fracaso y desde ese día trato de repetirlo y no lo logro.
Soy
un fracaso en un árbol que lleva en sus ramas mi vida entera.
Así me siento yo cada día, que triste. La realidad no cambia.
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