martes, 12 de febrero de 2013

El poema de Gabriel



Era inevitable, el dolor de la ausencia le recordaba su amor. Sólo quería volver a esa región donde sólo dos son. Quería morder un poco de esa otra realidad. Sentir que los sueños no habían muerto. Que todo seguía como antes. Que esa mujer que aún amaba y seguía intacta en su memoria, podría volar de nuevo a él y devolverle el amor.

Entre los dos ya no hay nada. Sólo una distancia que llueve desde hace tiempos. Un viento que llega hasta su orilla y muere. Un mar de recuerdos que vienen y se van. Como un día esplendido que no termina de olvidarse. 

Salvo las miradas. Esas largas y profundas miradas que lo recogían en sus redes y se lo llevaban con ella. También estaba ese siempre que pronunció una tarde desde la distancia y con los ojos llenos de lágrimas.

Gabriel dejó de escribir. Levantó los ojos y miró más allá de su memoria. Regresó a los ojos de ella para buscarla, para entenderla, para recuperarla, para no morir de soledad en esa mañana de febrero con el frío del invierno a sus espaldas.

Gabriel suspiró. Estaba solo. Era un náufrago en una isla de concreto rodeada de desconocidos que lo separaban de ella. Tomó un lápiz y sobre una hoja en blanco escribió:

Poema para ella

Podría quedarme
en esta calle sin salida,
en esta playa a orillas de tus ojos,
en esa noche larga de otros días,
en esta hora del universo detenido,
en esta página de nuestra vida,
en esta tarde llena de recuerdos,
en esta caricia del viento,
en estas palabras que aún no has leído;
podría quedarme contigo
a soñar para toda la vida.

Al día siguiente, Gabriel se despertó, miró al lado y se dio cuenta de lo inevitable: ella había volado para siempre.

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