sábado, 9 de febrero de 2013

La vida es un carnaval



Cada febrero me vuelve la duda de si disfrazarme o no. Y es que detrás de cada disfraz hay una historia de nuestros anhelos y sueños. También, de nuestras tristezas.

La primera nota escrita sobre el carnaval en Bonn data del año de 1585; y es una orden policial de príncipe elector Ernesto de Baviera para acabar con la
Bonner Fastnachtgesellschaft, la sociedad de la noche de carnaval o ayuno. Asunto que no impidió que los bonenses se divirtieran de lo lindo siempre que pudieron.
No hay que olvidar que ésta fue una de las regiones donde más brujas fueron quemadas durante las nefastas épocas en que la iglesia católica hacía y deshacía sobre el destino de los pobres seres humanos.
El carnaval organizado como se vive en la actualidad comenzó en 1825 con la fundación de la Bönnsche Karnevalsgesellschaft , sociedad del carnaval de Bonn.

Desde el jueves pasado a las once de la mañana hasta mañana cuando termine el desfile de carnaval, la ciudad fue, es y será una rumba completa con gente de todas las edades y grupos sociales disfrazados cantando, gritando, bebiendo y bailando.

Al llegar a Bonn pensé que no volvería a disfrazarme. Así que después de organizar mi nueva vida abrí un cajón del escritorio y guardé los muchos disfraces que había usado en mi vida hasta entonces.
En Bogotá me disfracé por primera vez a los cuatro años de alumno de colegio.Disfraz que me acompañó hasta el día de la graduación. Con ese disfraz llevé vidas paralelas entre el aburrido aprendiz de idiomas imposibles, pasando por el de silencioso alumno que dormía con los ojos abiertos hasta el de amigo de mis amigos, donde podía quitarme el disfraz y ser yo.
La amistad es lo mejor que me dejó el colegio.
Luego me disfracé de estudiante de arquitectura y de derecho. Descubrí que el delito era la línea más corta entre la codicia y la riqueza. Ya entonces noté que no me gustaban los disfraces.
Para ganarme la vida me he disfrazado mil veces; y mil veces he detestado ese disfraz. Ganarse la vida es irremediable y jartísimo.
Hubiera sido mejor y más feliz si hubiera tenido la semana para vivir y los fines de semana para disfrazarme de trabajador.
El disfraz de publicista fue el más divertido y contradictorio. Nunca pensé que sería sumo sacerdote del consumismo. Debo reconocer que fui feliz inventando universos de ideas e imágenes para satisfacer las necesidades que les habíamos creado a los consumidores explotando sus miedos, sus dudas y su confianza.
Era un pequeño dios de las pompas de jabón. Pude sentir la necesidad de la gente por creer en algo, de sentirse protegidos por una mentira. De esos miedos que llevamos dentro es que nacen todas las violencias.
Necesitamos ser engañados para poder vivir. Así sepamos que todo es mentira. Ese es la razón por la cual adoramos los disfraces. Queremos ser ese otro que somos en los sueños.

Con los años me cansé de vivir disfrazado de exitoso, de niño bien, de asesor de imagen, de estratega de mercadeo, de ser lo que no soy. Y dejé todo. Empaqué mis amores, mis tres ideas, mis dos libros y un deseo: jamás volverme a disfrazar, y me fui de esa vida.
Así llegué a Bonn: con una mano adelante y otra atrás.

Hoy, en un domingo nevado, la ciudad tiritando de frío y en mitad de febrero, estoy en medio de una ciudad disfrazada de carnaval . Y sé que un día volveré a disfrazarme.
Aprovecho el momento ahora que puedo ser ese yo que soy cada mañana de domingo: piyama, café, croasán y nada más, ni siquiera disfraz, para leer de nuevo poesía, y dejo que la magia de las palabras del poema de Fernando Denis „Beatriz“ me envuelva:

Hay tanto amor en cada cosa que veo,
en cada cosa invisible.
Enamorarse es ver lo que los otros no ven.
¿Cómo es posible que todos pasen
junto a ti
como si no te vieran
y yo me detengo a mirarte
para siempre?
¿Qué cosa ocurre en los demás que a mí
me falta para olvidarte?“

Fernando Denis 

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