Cada febrero me vuelve la duda de si disfrazarme o no. Y es que detrás de cada disfraz hay una historia de nuestros anhelos y sueños. También, de nuestras tristezas.
La primera nota escrita
sobre el carnaval en Bonn data del año de 1585; y es una orden
policial de príncipe elector Ernesto de Baviera para acabar con la
Bonner
Fastnachtgesellschaft, la sociedad
de la noche de carnaval o ayuno. Asunto que no impidió que los
bonenses se divirtieran de lo lindo siempre que pudieron.
No
hay que olvidar que ésta fue una de las regiones donde más brujas
fueron quemadas durante las nefastas épocas en que la iglesia
católica hacía y deshacía sobre el destino de los pobres seres
humanos.
El
carnaval organizado como se vive en la actualidad comenzó en 1825
con la fundación de la Bönnsche
Karnevalsgesellschaft ,
sociedad del carnaval de Bonn.
Desde
el jueves pasado a las once de la mañana hasta mañana cuando
termine el desfile de carnaval, la ciudad fue, es y será una rumba
completa con gente de todas las edades y grupos sociales disfrazados
cantando, gritando, bebiendo y bailando.
Al
llegar a Bonn pensé que no volvería a disfrazarme. Así que después
de organizar mi nueva vida abrí un cajón del escritorio y guardé
los muchos disfraces que había usado en mi vida hasta entonces.
En
Bogotá me disfracé por primera vez a los cuatro años
de alumno de colegio.Disfraz que me acompañó
hasta el día de la graduación. Con ese disfraz llevé vidas
paralelas entre el aburrido aprendiz de idiomas imposibles, pasando
por el de silencioso alumno que dormía con los ojos abiertos hasta
el de amigo de mis amigos, donde podía quitarme el disfraz y ser yo.
La
amistad es lo mejor que me dejó el colegio.
Luego
me disfracé de estudiante de arquitectura y de derecho. Descubrí
que el delito era la línea más corta entre la codicia y la riqueza.
Ya entonces noté que no me gustaban los disfraces.
Para
ganarme la vida me he disfrazado mil veces; y mil veces he detestado
ese disfraz. Ganarse la vida es irremediable y jartísimo.
Hubiera
sido mejor y más feliz si hubiera tenido la semana para vivir y los
fines de semana para disfrazarme de trabajador.
El
disfraz de publicista fue el más divertido y contradictorio. Nunca
pensé que sería sumo sacerdote del consumismo. Debo reconocer que
fui feliz inventando universos de ideas e imágenes para satisfacer
las necesidades que les habíamos creado a los consumidores
explotando sus miedos, sus dudas y su confianza.
Era
un pequeño dios de las pompas de jabón. Pude sentir la necesidad
de la gente por creer en algo, de sentirse protegidos por una
mentira. De esos miedos que llevamos dentro es que nacen todas las
violencias.
Necesitamos
ser engañados para poder vivir. Así sepamos que todo es mentira.
Ese es la razón por la cual adoramos los disfraces. Queremos ser ese
otro que somos en los sueños.
Con
los años me cansé de vivir disfrazado de exitoso, de niño bien,
de asesor de imagen, de estratega de mercadeo, de ser lo que no soy.
Y dejé todo. Empaqué mis amores, mis tres ideas, mis dos libros y
un deseo: jamás volverme a disfrazar, y me fui de esa vida.
Así
llegué a Bonn: con una mano adelante y otra atrás.
Hoy,
en un domingo nevado, la ciudad tiritando de frío y en mitad de
febrero, estoy en medio de una ciudad disfrazada de carnaval . Y sé
que un día volveré a disfrazarme.
Aprovecho
el momento ahora que puedo ser ese yo que soy cada mañana de
domingo: piyama, café, croasán y nada más, ni siquiera disfraz,
para leer de nuevo poesía, y dejo que la magia de las palabras del
poema de Fernando Denis „Beatriz“ me envuelva:
„Hay tanto amor en
cada cosa que veo,
en cada cosa invisible.
Enamorarse es ver lo
que los otros no ven.
¿Cómo es posible que
todos pasen
junto a ti
como si no te vieran
y yo me detengo a
mirarte
para siempre?
¿Qué cosa ocurre en
los demás que a mí
me
falta para olvidarte?“
Fernando
Denis
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