lunes, 18 de febrero de 2013

Un viaje a Mainz








Esta tarde, al llegar a la estación de Mainz, voy a ir directo a la floristería de la planta baja a comprar tulipanes amarillos y naranjas para llevarle a mi hija. Ella sale de trabajar de la universidad hacía las cinco de la tarde. Aunque el semestre ya terminó, ella tiene que trabajar. Aprovecha el tiempo para preparar los cursos del semestre entrante. Nos encontramos en su apartamento, que es pequeño, moderno y acogedor. Después saldremos a cenar a un restaurante thai de la Agustinerstrasse, que nos gusta mucho. Ya hemos ido varias veces y preparan el arroz chino más rico que nos hayamos comido. Nos encanta estar, charlar, caminar, hacer compras y disfrutar del tiempo juntos. Con ella la vida es una fiesta de las cosas sencillas, de los gestos y del afecto.

Me gusta el comienzo de La Señora Dalloway, la cuarta novela de Virginia Woolf, que ahora estoy releyendo en el balcón del apartamento mientras espero que mi esposa se despierte:
La señora Dalloway decidió que ella misma compraría las flores.
Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que suficiente. Había que desmontar las puertas; acudirían los operarios de Rumpelmayer. Y entonces Clarissa Dalloway pensó: qué mañana diáfana, cual regalada a unos niños en la playa.

¡Qué fiesta! ¡Qué aventura! Siempre tuvo esta impresión cuando, con un leve gemido de las bisagras, que ahora le pareció oír, abría de par en par el balcón, en Bourton, y salía al aire libre. ¡Qué fresco, qué calmo, más silencioso que éste, desde luego, era el aire a primera hora de la mañana. . .! como el golpe de una ola; como el beso de una ola; fresco y penetrante, y sin embargo (para una muchacha de dieciocho años, que eran los que entonces contaba) solemne, con la sensación que la embargaba mientras estaba en pie ante
el balcón abierto, de que algo horroroso estaba a punto de ocurrir; mirando las flores mirando los árboles con el humo que sinuoso surgía de ellos, y las cornejas alzándose y descendiendo; y lo contempló, en pie, hasta que Peter Walsh dijo: “¿Meditando entre vegetales?”—¿fue eso?—, “Prefiero los hombres a las coliflores”—¿fue eso?“

Mi esposa se ha levantado. Voy a acompañarla a desayunar. En las mañanas desayunamos en la cocina mientras oímos el radio. Lo del radio es una costumbre de mi esposa que desde que la conozco oye radio en las mañanas.
Mientras ella desayuna y se concentra en las noticias alemanas de la ciudad y del país, a mí me gusta verla, observar sus movimientos y gestos tan familiares y hundirme en sus ojos grandes y azules a soñarla. Acariciarle la mano con ternura. Sentarme sólo a mirarla como si fuera la primera vez.

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