sábado, 9 de febrero de 2013

A los seis años





A los seís años tenía una pequeña bicicleta verde con esos frenos coaster, que para frenar hay que echar para atrás el pedal. En ese tiempo vivíamos en el campo, porque papá quería realizar su sueño de granjero. Recuerdo que una tarde en que hacía un frío tremendo y llovía, le dije a mamá que quería salir a montar en cicla. Mamá al principio no quería porque pensaba que me resfriaría. Tanto insistí que al fin me dio permiso. Me puse una chaqueta contra la lluvia, me monté en la cicla y salí a la calle. Pedaleaba con todas mis fuerzas contra el viento y la lluvia. Pronto estuve empapado hasta los huesos. Después de un rato, el frío y la lluvia helada de la Sabana me hicieron volver a casa. Esa noche tuve el resfriado más feliz de mi infancia.

Debe ser la nieve lluvia que cae en este momento sobre Bonn la que hizo que me recordara de ese instante de mi niñez. La ciudad sigue a oscuras a pesar de que ya son más de las seis. Afuera está helando. La ciudad duerme la resaca de la noche de las mujeres que se celebró anoche. Hace dos mil años en este sitio en el que hoy vivo estaba acuartelada una legión romana con cerca de cinco mil legionarios encargados de defender el Limes, la frontera del Imperio con los germanos. Del lado occidental del Rin estaba la civilización romana con su esplendida ciudad Colonia Agripinensis, hoy en día Köln en alemán, o Colonia en castellano. Sueño con comprar un terreno por acá y ponerme a excavar. Bajo el suelo alemán hay mil historias por contar. Lo mínimo que se encuentra uno es una bomba de la Segunda Guerra Mundial o si tiene suerte un templo romano. 
 
Estamos en el momento cumbre del carnaval. La ciudad está llena de personas disfrazadas, un poco o muy bebidas, felices y gritonas. El lunes es el Rosenmontag. Colonia, que es la ciudad hermana mayor de Bonn, se llena de más de un millón de turistas que vienen a festejar el desfile del carnaval.

El miércoles de la semana entrante es miércoles de ceniza que da comienzo a la cuaresma. La ceniza, que está hecha de las cenizas de los ramos de pascua del año anterior, se impone para recordarnos que somos pasajeros. La cuarema son los cuarenta días antes de Pascua que simbolizan los cuarenta días que vivió Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública. También nos recuerdan los cuarenta días que duró el diluvio y los cuarenta años que vagó el pueblo judío por el desierto antes de llegar a la Tierra Prometida.

El viaje a Londres tuvo un aterrizaje forzoso y fue pospuesto indefinidamente.
En fin, la vida continua.
Éste será un fin de semana casero, de familia, de almuerzos hechos a ocho manos, de sobremesas interminables hablando de lo divino y humano, de ver tele juntos cubiertos por edredones y de dormir hasta que San Juan agache el dedo.
Leeré, escribiré, pensaré y miraré a ratos por la ventana ese otro mundo que no es mi mundo, ese que llamamos el mundo real y que afuera espera impaciente por mí.
Son cuatro días para dejar la realidad fuera de mí, para disfrutar lo único que he hecho bien en mi vida: vivir como he querido.

Una vez más tendré el placer de leer ese poema de Piedad Bonett que tanto me gusta:


Nunca fue tan hermosa la mentira
como en
tu boca, en medio
de pequeñas verdades banales
que eran todo
tu mundo que yo amaba,
mentira desprendida
sin afanes, cayendo
como lluvia,
sobre la oscura tierra desolada.
Nunca tan dulce fue la mentirosa
palabra enamorada apenas dicha,
ni tan altos los sueños
ni tan fiero
el fuego
esplendoroso que sembrara.
Nunca, tampoco,
tanto dolor se amotinó de golpe,
ni tan herida estuvo la esperanza.

Piedad Bonnett



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