„Hay
dos tipos de hombres —dijo Ka con tono pedagógico—. Los
primeros, antes de enamorarse, tienen que saber cómo la mujer se
come un bocadillo, cómo se peina, qué tonterías le preocupan, por
qué se enfada con su padre y todas las historias y leyendas que se
cuentan sobre ella. Los segundos, y yo soy de ésos, necesitan saber
muy poco para poder enamorarse.“
Nieve
de Orhan Pamuk
Me
gusta la nieve. Lleva varios días nevando. Una nevada silenciosa,
tranquila y continua. Todo se ha ido blanqueando de nieve y frío. La
ciudad parece una estampa de navidad.
He
salido en la noche a caminar. No soporto estar todo el día encerrado
en casa. Necesito que el aire me de en la cara, respirar profundo,
ser nada en medio de todo. Me gusta caminar mientras sueño
esos mundos que quisiera que fueran mi realidad. O quizá, no, pero
que me produce placer imaginarlos.
Bajo
la luz de las bombillas del alumbrado se ve cómo cae la nieve.
Aunque más que caer, la nieve vuela, revolotea, se esconde, se
desmaya y desaparece por momentos antes de llegar al suelo. La nieve
se posa en los jardines, en los árboles se acuesta sobre las ramas a
descansar, se acomoda sobre los carros convirtiéndolos en esculturas
de hielo, se queda sobre los andenes donde quedan marcadas las
huellas de los pocos que se atreven a salir y se echa a esperar la
mañana sobre los techos. La nieve transforma la ciudad en un cuento,
en otra historia.
Disfruto
la nieve y el aire frío y fresco de este febrero invernal. Aunque
más de media hora afuera no es para mí. Así que regreso pisando la
nieve que aún no ha sido quitada.. El apartamento está calientico.
Rico. Acogedor. Mi esposa y mi hija han preparado comida mejicana.
¡Qué delicia! Han encendido velas en el comedor. Estamos los cuatro
como muchos fines de semana. Nuestras cenas son una excusa para
charlar sobre todo tipo de temas. Hoy discutimos sobre ese afecto
crítico que sentimos por Alemania, país que hoy es nuestro hogar.
Después
de hacer la sobremesa y reírnos un rato más con la imitación de mi
hijo de los dialectos alemanes, cada uno vuelve a lo suyo.
Me
recuesto en mi silla de soñar y comienzo a leer un nuevo libro
mientras pienso que si es febrero y ya es tarde en la noche y no para
de nevar; si estoy leyendo una novela sobre un poeta, exiliado en
Alemania, pobre y triste, que llega enviado por un periódico a un
pueblo perdido, Kars, en la frontera de Turquía con Armenia y no
para de nevar; si habla de amor, de cómo nos entendemos a nosotros
mismos, de las contradicciones políticas, culturales y religiosas de
Turquía y yo amo a Turquía; si la novela se llama Nieve y su autor
es el gran Orhan Pamuk, entonces no me cambio por nadie, porque es lo
más parecido a la felicidad.
Me
ronda en la mente esta frase de Orhan Pamuk sobre el amor „El
amor es la
poesía de la tristeza“.
No hay comentarios:
Publicar un comentario