domingo, 24 de febrero de 2013

Fin de semana bajo la nieve








Hay dos tipos de hombres —dijo Ka con tono pedagógico—. Los primeros, antes de enamorarse, tienen que saber cómo la mujer se come un bocadillo, cómo se peina, qué tonterías le preocupan, por qué se enfada con su padre y todas las historias y leyendas que se cuentan sobre ella. Los segundos, y yo soy de ésos, necesitan saber muy poco para poder enamorarse.“

Nieve de Orhan Pamuk



Me gusta la nieve. Lleva varios días nevando. Una nevada silenciosa, tranquila y continua. Todo se ha ido blanqueando de nieve y frío. La ciudad parece una estampa de navidad.

He salido en la noche a caminar. No soporto estar todo el día encerrado en casa. Necesito que el aire me de en la cara, respirar profundo, ser nada en medio de todo. Me gusta caminar mientras sueño esos mundos que quisiera que fueran mi realidad. O quizá, no, pero que me produce placer imaginarlos.

Bajo la luz de las bombillas del alumbrado se ve cómo cae la nieve. Aunque más que caer, la nieve vuela, revolotea, se esconde, se desmaya y desaparece por momentos antes de llegar al suelo. La nieve se posa en los jardines, en los árboles se acuesta sobre las ramas a descansar, se acomoda sobre los carros convirtiéndolos en esculturas de hielo, se queda sobre los andenes donde quedan marcadas las huellas de los pocos que se atreven a salir y se echa a esperar la mañana sobre los techos. La nieve transforma la ciudad en un cuento, en otra historia.

Disfruto la nieve y el aire frío y fresco de este febrero invernal. Aunque más de media hora afuera no es para mí. Así que regreso pisando la nieve que aún no ha sido quitada.. El apartamento está calientico. Rico. Acogedor. Mi esposa y mi hija han preparado comida mejicana. ¡Qué delicia! Han encendido velas en el comedor. Estamos los cuatro como muchos fines de semana. Nuestras cenas son una excusa para charlar sobre todo tipo de temas. Hoy discutimos sobre ese afecto crítico que sentimos por Alemania, país que hoy es nuestro hogar.

Después de hacer la sobremesa y reírnos un rato más con la imitación de mi hijo de los dialectos alemanes, cada uno vuelve a lo suyo.

Me recuesto en mi silla de soñar y comienzo a leer un nuevo libro mientras pienso que si es febrero y ya es tarde en la noche y no para de nevar; si estoy leyendo una novela sobre un poeta, exiliado en Alemania, pobre y triste, que llega enviado por un periódico a un pueblo perdido, Kars, en la frontera de Turquía con Armenia y no para de nevar; si habla de amor, de cómo nos entendemos a nosotros mismos, de las contradicciones políticas, culturales y religiosas de Turquía y yo amo a Turquía; si la novela se llama Nieve y su autor es el gran Orhan Pamuk, entonces no me cambio por nadie, porque es lo más parecido a la felicidad.

Me ronda en la mente esta frase de Orhan Pamuk sobre el amor „El amor es la poesía de la tristeza“.

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