El
joven se ha parado a mirar a dos ardillas que cruzan corriendo la
calle. Una se ha trepado rauda al árbol frente a mi ventana y la
otra se ha perdido detrás de las matas del jardín. No es muy usual
ver dos ardillas juntas y menos en una mañana de invierno, pienso
mientras el joven, que lleva una chaqueta gruesa negra de invierno,
guantes y gorro de lana contra el frío, se ha perdido de nuevo en la
música que oye. Sigue su camino hacia la parada del bus. En Alemania
se va al colegio hasta los veinte años. Así que no es raro ver
jóvenes hechos y derechos que todavía van al colegio.
Un
hombre de unos cuarenta años, abrigado de los pies a la cabeza de
negro, sale del edificio de enfrente y desde la distancia le quita el
seguro a su Mercedes. Es uno de los miles de ejecutivos que en este
mismo instante en toda Alemania se ha levantado, besado de afán a la
esposa y tomado müsli de desayuno, que sale afanado para llegar a la
próxima reunión de ventas, o que manejará un par de horas por la
autopista para visitar un cliente muy importante y otro que
simplemente está apurado para poder justificar su sueldo a fin de
mes.
El
611, el bus que hace la ruta que pasa por el barrio, cruza frente a
mi ventana y sigue su viaje por la Kennedyallee. Va lleno de
colegiales, estudiantes, trabajadores, extranjeros y un par de
ancianos que charlan animadamente en la silla de adelante. Los buses
son un microcosmos de la sociedad inivisible. Los que hacen posible
que el mundo funcione. Pero también son los que casi nadie tiene en
cuenta, salvo en época de elecciones. Acá también los que no son
ricos son menos importantes, como en todo el mundo.
El
cura play de Bad Godesberg, con sus ínfulas de Don Juan al servicio
de la iglesia, pasa veloz en su Audi deportivo rumbo a la iglesia de
San Eufrasio que queda junto al Rin. Sonrío al pensar en la vanidad
tan obvia del cura que sirve a un dios que nació en un pesebre. Pero
el cura es humano, no una divinidad.
El
cielo está despejado y de un azul metálico, típico de una mañana
como la de hoy en que hacen menos cinco grados de temperatura. Veo
las estelas blancas que dejan sin descanso los aviones que llevan y
traen destinos y tragedias de aquí para allá. Cada día hay miles
de vuelos sobre Alemania. Este país está en permanente movimiento.
Es imparable.
Todos
los días madrugo para no perderme el despertar de esta ciudad
pequeña y rica a orillas del Rin, que con el tiempo se ha vuelto mi
hogar. Mientras me tomo mi café, observo los afanes, los sueños y
los quehaceres de la gente a través de la ventana.
Observar
a los otros es verse a uno, aprenderse. Preguntarse por la razón de
nosotros ¿Qué hace que una persona
haga una cosa y no otra? ¿Qué hace que a mí me guste algo que a
otro no? ¿Por qué somos diferentes siendo tan parecidos? ¿Somos
libres o sólo reacciones químicas? ¿Somos individuos o sólo una
parte de un todo? En fin, muchas preguntas que se han hecho todos
los seres humanos en algún momento, tanto los sabios como los
necios, los ricos como los pobres, los bellos como los feos, los
jóvenes como los viejos, las mujeres como los hombres y yo desde
que entendí que siendo parte de los otros era distinto a los otros.
Vivimos
descubriéndonos y encontrándonos. Nos estamos haciendo sin cesar.
Nos transformamos y cambiamos de ser. Dejamos atrás lo que fuimos y,
sin embargo, seguimos siendo nosotros. Somos seres en permanente cambio.
Sumados
somos una infinidad de posibilidades en continuo crecimiento y
cambio. Somos perecederos como individuos y quizá en grupo podamos
tener una oportunidad de perpetuarnos.
En
estos días he leído de nuevo a Andrés Holguín y a él le gustaba
mucho por su belleza una cita, escrita hace ya cinco siglos, de
Pico della Mirandola sobre qué es el hombre, y que a mí también.
Acá se las dejo.
„No
te he dado rostro ni lugar alguno que sea propiamente tuyo, ni
tampoco ningún don que te sea peculiar, oh Adán, con el fin de que
tu rostro, tu lugar y tus dones seas tú quien los desée, los
conquiste y, de este modo, los poseas por ti mismo. La naturaleza
encierra a otras especies dentro de unas leyes por mi establecidas.
Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, en cuyas manos
yo te he entregado, te defines a ti mismo. Te coloqué en medio del
mundo para que pudieras contemplar mejor todo cuanto el mu8ndo
contiene. No te he hecho ni celeste ni terrestre, ni mortal ni
inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen
pintor o de un hábil escultor, remates tu propia forma“.
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