martes, 12 de febrero de 2013

Descubriéndonos y encontrándonos






El joven se ha parado a mirar a dos ardillas que cruzan corriendo la calle. Una se ha trepado rauda al árbol frente a mi ventana y la otra se ha perdido detrás de las matas del jardín. No es muy usual ver dos ardillas juntas y menos en una mañana de invierno, pienso mientras el joven, que lleva una chaqueta gruesa negra de invierno, guantes y gorro de lana contra el frío, se ha perdido de nuevo en la música que oye. Sigue su camino hacia la parada del bus. En Alemania se va al colegio hasta los veinte años. Así que no es raro ver jóvenes hechos y derechos que todavía van al colegio.
Un hombre de unos cuarenta años, abrigado de los pies a la cabeza de negro, sale del edificio de enfrente y desde la distancia le quita el seguro a su Mercedes. Es uno de los miles de ejecutivos que en este mismo instante en toda Alemania se ha levantado, besado de afán a la esposa y tomado müsli de desayuno, que sale afanado para llegar a la próxima reunión de ventas, o que manejará un par de horas por la autopista para visitar un cliente muy importante y otro que simplemente está apurado para poder justificar su sueldo a fin de mes.
El 611, el bus que hace la ruta que pasa por el barrio, cruza frente a mi ventana y sigue su viaje por la Kennedyallee. Va lleno de colegiales, estudiantes, trabajadores, extranjeros y un par de ancianos que charlan animadamente en la silla de adelante. Los buses son un microcosmos de la sociedad inivisible. Los que hacen posible que el mundo funcione. Pero también son los que casi nadie tiene en cuenta, salvo en época de elecciones. Acá también los que no son ricos son menos importantes, como en todo el mundo.
El cura play de Bad Godesberg, con sus ínfulas de Don Juan al servicio de la iglesia, pasa veloz en su Audi deportivo rumbo a la iglesia de San Eufrasio que queda junto al Rin. Sonrío al pensar en la vanidad tan obvia del cura que sirve a un dios que nació en un pesebre. Pero el cura es humano, no una divinidad.


El cielo está despejado y de un azul metálico, típico de una mañana como la de hoy en que hacen menos cinco grados de temperatura. Veo las estelas blancas que dejan sin descanso los aviones que llevan y traen destinos y tragedias de aquí para allá. Cada día hay miles de vuelos sobre Alemania. Este país está en permanente movimiento. Es imparable.


Todos los días madrugo para no perderme el despertar de esta ciudad pequeña y rica a orillas del Rin, que con el tiempo se ha vuelto mi hogar. Mientras me tomo mi café, observo los afanes, los sueños y los quehaceres de la gente a través de la ventana.
Observar a los otros es verse a uno, aprenderse. Preguntarse por la razón de nosotros ¿Qué hace que una persona haga una cosa y no otra? ¿Qué hace que a mí me guste algo que a otro no? ¿Por qué somos diferentes siendo tan parecidos? ¿Somos libres o sólo reacciones químicas? ¿Somos individuos o sólo una parte de un todo? En fin, muchas preguntas que se han hecho todos los seres humanos en algún momento, tanto los sabios como los necios, los ricos como los pobres, los bellos como los feos, los jóvenes como los viejos, las mujeres como los hombres y yo desde que entendí que siendo parte de los otros era distinto a los otros.


Vivimos descubriéndonos y encontrándonos. Nos estamos haciendo sin cesar. Nos transformamos y cambiamos de ser. Dejamos atrás lo que fuimos y, sin embargo, seguimos siendo nosotros. Somos seres en permanente cambio.
Sumados somos una infinidad de posibilidades en continuo crecimiento y cambio. Somos perecederos como individuos y quizá en grupo podamos tener una oportunidad de perpetuarnos.

En estos días he leído de nuevo a Andrés Holguín y a él le gustaba mucho por su belleza una cita, escrita hace ya cinco siglos, de Pico della Mirandola sobre qué es el hombre, y que a mí también. Acá se las dejo.

No te he dado rostro ni lugar alguno que sea propiamente tuyo, ni tampoco ningún don que te sea peculiar, oh Adán, con el fin de que tu rostro, tu lugar y tus dones seas tú quien los desée, los conquiste y, de este modo, los poseas por ti mismo. La naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes por mi establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, en cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo. Te coloqué en medio del mundo para que pudieras contemplar mejor todo cuanto el mu8ndo contiene. No te he hecho ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o de un hábil escultor, remates tu propia forma“.

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