miércoles, 30 de abril de 2014

Mi encuentro con Isabella de Montfort Parte 4





Parte 4

Mainz es una ciudad pequeña llena de encantos. Con una catedral que habla de tiempos gloriosos y magníficos. Tiene una pequeña capilla al lado del altar central donde las personas que lo deseen se pueden recoger a rezar en un ambiente sereno y acogedor que hasta para un agnóstico como yo sería una delicia rezar ahí. La verdad es que todos los días de mi vida he rezado. Siempre rezo. Es una costumbre que tengo desde niño cuando mamá cada noche con mi hermana y yo rezaba el Ángel de la Guarda.
A orillas del Rin se asoma al mundo Mainz, la antigua Maguncia de los romanos y sede del cardenal príncipe elector del Sacro Imperio Romano Germánico. Hoy es una de las ciudades más ricas de Alemania y en pleno centro de la industria alemana. Mainz tiene menos habitantes que Bonn y Gutenberg es su hijo más preclaro. Inventor de la imprenta que transformó el mundo. A este hombre le debo mi placer más grande: los libros. Bueno, los libros ya existían. A él le debemos que se pudieran multiplicar.
La estación de Mainz está siempre llena de gente que llega o se va. Su cercanía con Wiesbaden y Frankfurt hace de ella un centro del tráfico de trenes.
Mi hija me espera en la floristería a la entrada de la estación. Siempre nos encontramos ahí. Nos sonreímos. Nos alegramos de vernos. Llevamos toda una vida queriéndonos.
Por primera vez voy a montar en su nuevo Mini Cooper verde. Uno de sus sueños hecho realidad. Aunque su apartamento no está lejos ha salido a recogerme. Es un ritual que nos gusta y une. Una manera de decirnos que nos queremos. El carro es precioso y más si lo ha comprado mi hija. Huele a nuevo y a cuero. Ummm. El motor suena de película y se ve fácil, ágil y ligero de manejar. Más que mirar estoy admirando a mi hija. En diez minutos estamos frente a su apartamento en el centro de la ciudad. El carro lo deja frente al edificio. Su apartamento está en el primer piso, que para nosotros colombianos es el segundo piso. Es pequeño y moderno. Tiene una mini terraza con cactus donde nos asoleamos cuando el verano se digna a asomarse por estas latitudes. Subimos para dejar la maleta y salir de nuevo. Vamos a darnos una caminada por la ciudad. Primero iremos al Rin que está muy cerca y después subiremos al centro de la ciudad y nos devolveremos por la Agustinerstrasse. La calle lleva el nombre de San Agustín pues en ella está un antiguo convento de los agustinianos con una de las capillas más bellas que haya visto en mi vida. Qué cantidad de iglesias y capillas hay en la parte antigua de las ciudades europeas y americanas. Uno pensaría que no hacían más rezar. Aunque todos sabemos que no le temían al pecado. Me recuerda la Séptima con Jiménez de Bogotá con sus tres iglesias pegadas: San Francisco, la Veracruz y la Tercera. Qué cantidad de plata, esfuerzo, creatividad y pasión dedicadas a dios.
Caminamos despacio dejando que el ambiente nos envuelva. Las bellas casas de ladrillo rojo de la orilla del Rín con sus balcones adornados de flores multicolores, el paseo amplio lleno de árboles que sigue el curso del río, las barcazas que lo cruzan, la gente que pasa a nuestro lado, las familias con sus hijos y nosotros dos, mi hija y yo, hablando de las novedades de cada día en nuestras vidas. Hace calor. Un delicioso calor de junio para sorpresa de todos.
Casi todas las adolescentes llevan esta temporada unos hot pants que le quitan el aliento a este viejo. Le comento a mi hija que la belleza está en la juventud. Que la vejez es el adiós más largo a la belleza. Sé que la belleza es en primer lugar una percepción individual del otro y de todo lo que nos rodea. La belleza entra por los ojos. La belleza está ligada de forma irremediable a la juventud que es el momento en que la vida se quiere perpetuar a sí misma y el gancho ideal es la belleza. Atraer al otro con la belleza. El truco lo observamos en la naturaleza cada primavera cuando millones de flores luchan con todos sus medios por atraer a las abejas para seguir viviendo. La belleza es de lo mejor que nos puede pasar ya sea en el propio cuerpo o viéndola en otro. Amo la belleza y la juventud. Ese instante de eternidad que se une para que el amor sea. Belleza, juventud y amor son tres elementos que definen la vida de todos. Intuyo que lo demás es envidia.

Mi hija se ríe cuando me oye hablar de jóvenes y me dice: Viejo verde. Pero en ella es una manera tierna de recordar lo irreprochable: que aún los viejos no estamos ciegos y podemos caer en la tentación de la belleza, de la juventud y el amor. El control social que busca que los viejos sólo nos atraigan otros viejos es sólo eso: un intento inútil de negar la naturaleza.
A mí me gusta ver a las adolescentes tan lejanas y extrañas para mí. Su belleza abrumadora, su inocencia, sus ganas de vivir, su para ellas desconocida capacidad de seducir. Aunque sé que para ellas soy invisible. No existo. No me ven. No les intereso. Y así está bien.
Las adolescentes maravillosas con su provocadora inocencia, con su descarada belleza, con la certeza de la juventud caminan a mi alrededor sin tener la menor idea de que yo las veo. Qué hermosa la vida a cierta edad. Es decir a mi edad cuando ya he superado todas las vergüenzas, las penas y las inseguridades de la edad más bella de la vida.

Mi hija me invita a cenar al restaurante tailandés de la Agustinerstrasse. Nos gusta en especial por su arroz con vegetales y carnes. Es una delicia. No hay otro igual en esta parte del Rin. El sitio siempre está lleno de gente. En gran parte jóvenes. Cada vez más soy consciente de que ya no soy joven, de que la vida me está despidiendo de ella y que no tengo ni dos de ganas de esa despedida. Pero el tiempo hace su selección. Ya veré qué pasa y cuándo. Mientras tanto disfruto cada momento de vida, de risa, de charla, de baile, de aire puro y de sueños. Quien vive no está muerto.
-El amor sólo es amor si es de dos. Si los dos lo sienten y lo viven. Si sólo uno de los dos lo siente, no es amor. Es, más bien, desamor.- me dice mi hija mientras comemos. - El amor de uno solo es sólo dolor, tristeza. Que es todo lo contrario al amor, que debe ser alegría, felicidad y ganas de vivir, de disfrutar el instante, de ser el otro y con el otro.-
Es cierto. Este amor que aún me queda por ella, por la que un día me dejó, porque se sentía culpable ya no es amor, es tristeza de lo perdido, nostalgia del pasado, es el duelo casi eterno que es saber que el otro a muerto para uno, aunque siga tan vivo por la vida. Me viene a la memoria la frase de Anatole France "Todos los cambios, aún los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía; porque aquello que dejamos es una parte de nosotros mismos: debemos morir una vida para entrar en otra."
-Papá, no te vayas detrás de su recuerdo- me dice mientras me sonríe con esa ternura y complicidad que nos hace inseparables. -Si no puedes, no importa. Vive tu ahora, el instante. Disfruta de lo que te da la vida, que es mucho.-
Le sonrío, y le doy gracias a la vida por tener una hija que me acepta tal como soy. Y no es por nada, pero ejerzo con cierto éxito todos los defectos que puede poseer una persona sin ser tildado de anormal. Con el tiempo, he entendido que la lucha contra la realidad está perdida, que lo que hay que hacer es dejar que la vida llueva sobre uno y aflore con mucha suerte lo bueno que hay en nosotros.

Después de cenar nos vamos caminando por la Agustinerstrasse hasta el apartamento de mi hija en la Holzturmstrasse. Caminamos despacio. Miramos a la gente, las vitrinas, nos embriagamos del ambiente distendido casi alegre que tiene la calle con sus bares, restaurantes, almacenes con ropa exclusiva, turistas, estudiantes y parejas enamoradas presurosas de llegar a la cama. Nos asomamos a la bella capilla del antiguo convento de los agustinos, que le da su nombre a la calle. Esta calle es peatonal, de casas de máximo tres pisos, estrecha como las calles del casco antiguo, con algunos rincones donde aún se conservan un par de casas antiguas hechas de grandes vigas de madera y adobe blanqueado. Típica arquitectura medieval alemana. También hay edificios modernos pero que no molestan la armonía de este pequeño milagro de calle en medio del mundanal ruido. Es nuestro sitio predilecto. Siempre que caminamos por ella nos sentimos bien, únicos, actores de nuestra propia vida, como si los sueños sí pudieran convertirse en realidad. Me gusta la Augustinerstrasse. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario