martes, 29 de abril de 2014

Mi encuentro con Isabella de Montfort Parte 3






Parte 3

Todos esperan expectantes a que los pasajeros que llegan a Bonn bajen del vagón. Al llegar a la puerta y mirar una última vez a la joven guapa, veo que ella viene hacia la puerta en que espero con otros viajeros. En medio de la expectativa por subir al tren mi mente se alegra. Noto que en la puerta del vagón siguiente no esperan más de dos personas y me paso a la puerta del siguiente vagón. Me subo sabiendo que ahora sí mi suerte está echada: no volveré a ver a la joven guapa. El vagón está casi desocupado. Puedo escoger una silla en la ventana con vista al frente. Coloco mi maleta arriba y me siento. Miro el andén donde todavía corren un par de pasajeros retrasados y otras personas esperan. Un par de viajeros entran al vagón. No me lo creo, entre ellas la joven guapa que me está mirando. Se sienta en una silla desde la que nos podemos ver. Sonrío en mi mente. Miro por la ventana. El tren empieza a moverse. La joven se ha levantado de su puesto y viene hacia mí. Estoy fascinado mirándola. Qué guapa es. Se sienta en la silla junto a la mía al otro lado del pasillo. Acomoda sus cosas en la silla junto a ella, y se sienta. Me mira sin hacer gesto alguno. Tranquila, impresionante. Se voltea a mirar por su ventana y yo cierro los ojos.
El tren arranca, acelera. A la altura de Bad Godesberg ya lleva su velocidad normal. A los diez minutos pasamos Remagen y la joven guapa está hablando por el celular con alguna amiga, supongo. Habla sobre la fiesta del fin de semana. Me encanta su voz. No reconozco de qué región de Alemania es. Del sur en todo caso, no.
Al llegar a Koblenz, se levanta y va al WC. Camina sin prisas. Me encanta. Alta y delgada. Camina con un vaivén de caderas que me seduce. No hago otra cosa que verla, mirarla, observarla. Grabarla en mi memoria. Un par de viajeros descienden del tren y otros suben. El vagón sigue medio desocupado. Cierro los ojos. Tengo sueño, porque anoche estuve hasta el amanecer leyendo y escribiendo. En realidad, cuando me siento a escribir, leo y oigo música al mismo tiempo. Me gusta recibir todo tipo de estímulos antes de empezar a escribir. Siempre tengo elaborado en la mente un concepto, una escena o un diálogo. Con ello y la mezcla de lectura, recuerdos, imágenes y música escribo. Escribo, me detengo y pienso, vuelvo a leer, sigo escribiendo. Releo, quito, borro, corrijo. Lo mío es la poesía. Escribo poemas de amor. Quizá para compensar mi soledad, mi vida de eremita, de ciudadano solitario, de escribidor de abandonos y fracasos. O para enamorar. Escribo porque me gusta escribir. No hay misterio en ello. Ni magia ni musas. Sólo años de lectura y cantidad de textos echados a perder en el intento de lograr escribir algo que valga la pena.
Me he perdido en mis pensamientos y al girar veo que la joven guapa me está mirando. ¿Será que hace mucho me está mirando? Luego, le intereso. ¿Le debo hablar? ¿Qué hago? Un mínimo gesto de alguien que me interesa y ya se pone en movimiento la maquinaría de aproximación. También el susto al rechazo, a hacer el ridículo por imaginar algo que no es real. La atracción al comienzo es obvia para todos, menos para los que la padecen. La atracción es fuerte, irresistible y deliciosa. Mi cerebro trabaja sin descanso cuando de conquistar se trata. No sé cómo son los cerebros de los demás. A duras penas intuyo cómo es el mío. Y sólo ahora que ya llevo tantos años en el oficio de la vida. Porque en esta vida de lo que se trata es de conquistar y ser conquistado. De amar y ser amado. De vivir, en últimas.
Ya vamos llegando a Bingen. Y la joven guapa sigue en mi mente y al lado, tan cerca de mí. Quiero mirarla todo el tiempo. Tengo que hacer un esfuerzo para no quedarme observándola. Cierro los ojos y me escondo de la tentación de ser obvio en un rincón de mi mente. No sé si estoy así un par de segundos o de minutos pero al abrir los ojos, ella me está mirando. Percibo que hace rato me mira. Dios, qué suerte la mía.
En Siegen termina el trayecto de los castillos del Rín y comienza una llanura que se explaya a los dos lados del río. En mi mente oigo el madrigal de Claudio Monteverdi „Zefiro Torna, oh di soavi accenti“ con letra del poeta Ottavio Rinuccini .

Zefiro torna e di soavi accenti
l'aer fa grato e'il pié discioglie a l'onde
e, mormoranda tra le verdi fronde,
fa danzar al bel suon su'l prato i fiori.
Inghirlandato il crin Fillide e Clori
note temprando lor care e gioconde;
e da monti e da valli ime e profond
raddoppian l'armonia gli antri canori.
Sorge più vaga in ciel l'aurora, e'l sole,
sparge più luci d'or; più puro argento
fregia di Teti il bel ceruleo manto.
Sol io, per selve abbandonate e sole,
l'ardor di due begli occhi e'l mio tormento,
come vuol mia ventura, hor piango hor canto.“

Tan bella ella como este madrigal. La mujer que amo siempre tiene una canción, una melodía, música que la representa, que la hace eterna en mi vida.
En diez minutos llegaré a Mainz, pienso mientras miro el paisaje esplendido de un día lleno de sol y posibilidades. Quiera hablarle, pero sé que no lo voy a hacer. También sé que lo que hoy no haga, ya no lo haré nunca. Y callo. Mirar la belleza que no será nunca mía. Mirar por no atreverme a dar el primer paso. Cuánto tiempo perdido, cuántos amores que nunca fueron por esta inseguridad que me devora. La historia de mi vida es la historia de lo que nunca fue. Ella está abstraída en su música. Y yo contando los minutos en que aún podré verla. Éste será otro amor mudo, amor pasajero, amor para el olvido.
El tren no se detiene. Nada se detiene. Es irremediable, pronto dejaré de verla. La olvidaré. Ella seguirá su vida y yo la mía. Pero, cuánto quiero que esto no pase. Y sí se bajara conmigo en Mainz. La vería un poco más y quizá con un mucho de suerte la volvería a encontrar en la Agustinerstrasse y me reconocería y quizá …..Parezco la lechera imaginando imposibles.

El revisor anuncia que en breves minutos llegaremos a Mainz. Contra mi voluntad me levanto y me preparo para dirigirme a la salida. El tren sigue andando a alta velocidad. En cinco minutos estaré en Mainz. Tengo que mirarla una vez más. Ella también me mira. Me quedo en sus ojos por un instante esperanzado de que no me olvide o de que el mundo se detenga. Un joven me mira con cara de por qué la miro tanto. Me voy por el pasillo hacia la salida. Ella no se baja en Mainz. Ella sigue. Acá nos separamos para siempre. Adiós breve encuentro que sólo existió en mi mente. A mi mente llega el poema de Luis Cernuda:
„Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.“

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