sábado, 16 de agosto de 2014

Una mujer y un hombre



Una mujer y un hombre se despiertan cada día y en silencio se miran. Esta sencilla ceremonia de mirarse la realizan desde hace tiempos. No dicen nada, sólo se miran. Ella se levanta y va a despertar a los niños. Él va a la cocina a preparar el desayuno. Cada uno está concentrado en sus actividades. Luego, cada uno se irá a su trabajo y por unas horas serán esos otros que todo el mundo conoce: alegres, divertidos, felices en el matrimonio y con una familia preciosa. A veces se piensan y suspiran. Se echan en falta. En su mente está la mirada del otro, esa mirada con la que el uno se enamoró del otro.
La gente los ve reírse y hacer mil cosas con la alegría de los enamorados. Los quiere, y son ejemplo para los demás. En la tarde vuelven a casa. Ella a sus quehaceres de la casa y a los niños. Ella les dice sus duendes. Él se sienta a escribir durante horas. Ése es su oficio, su destino, lo que más le gusta hacer.


Cada noche antes de acostarse se vuelven a mirar. No se dicen nada. Simplemente se miran. Suspiran y sienten que les falta algo. Se sienten solos. En la cama, cada uno se voltea para su lado. Muchas noches, el uno piensa en el otro sin poderse dormir. No se dicen nada. Se han acostumbrado al silencio, a los miles de kilómetros que los separan. Hace tiempos que los dos siguen distintos caminos. Ella con su familia y él con la suya. Nadie lo sabe pero aún se quieren. Y también se olvidan. Eso se dicen ellos en silencio cuando la noche se vuelve interminable como la distancia. 

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