La
primera vez que quise morirme en protesta por algo que me habían
dicho y no me había gustado, tenía cuatro años y algo me dijeron
mis papás que me indignó, y me fui a mi cuarto, me acosté en la
cama, puse los brazos como un crucificado y dejé de respirar. Cinco
segundos después tuve que respirar de nuevo. Mis papás no se habían
dado cuenta de que yo pretendía morirme indignado, porque me habían
dicho algo que no me gustó. Así que en silencio volví al lado de
ellos y seguí actuando como si nada hubiera sucedido.
Ese
día no comprendí que uno no es tan importante como cree. No al
menos en cuestión de pataletas.
Lo
curioso es que yo no he cambiado ni un poco. Aún sigo, de cuando en
cuando, queriéndome morir en protesta, porque la vida, las cosas o
las personas no son como yo quiero. Pero a los cinco segundos tengo
que respirar de nuevo...
Así
que en silencio vuelvo al lado de las personas que siempre me han
querido y actúo como si nada hubiera sucedido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario