"El tiempo es la distancia más larga entre dos lugares". Tennessee Williams
Al sentarse y encender
la luz se dio cuenta de que todo seguía igual. El mismo desorden de
siempre: los libros amontonados a lado y lado del teclado, papeles
de apuntes rojos, azules naranjas tirados al azar, tres esferos
plásticos, dos lápices y una mancha de café sobre el escritorio
permanecían inertes. Tal vez, esperando su regreso. Una ligera capa
de polvo cubría todo. Todo seguía igual aparentemente. Hasta el mal
humor que lo acompañaba después de tantos años. Ahí seguía ese
papel en blanco, amarillo por el paso de los sueños
y los años, que tenía preparado para cuando el amor llegara, para
ese instante en que ella entrara en su vida y se quedara, y él pudiera escribir el más bello poema de amor. Suspiró,
se agarró con angustia del borde del escritorio, se recostó en la
vieja silla de mimbre que tantos sueños y tristezas guardaba en su
desmemoriado silencio, y lloró. Lloró por los años
perdidos de la espera.
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