viernes, 2 de mayo de 2014

Mi encuentro con Isabella de Montfort Parte 6




Parte 6

Desde mi niñez siempre he amado a las mujeres. Me interesan más que nada ni nadie. Aunque por mucho tiempo ni siquiera les hablaba. Sólo las miraba y las aprendía de lejos. Muchas me quisieron y me quieren. Pero sólo tres me han amado y he amado sin límites, con total entrega. Tres son eternas para mí. Pero también son pasado. Ahora vivo solo. Estoy solo y me siento bien así. A nadie molesto ni nadie me exige nada. Estoy en paz con el amor. Sé que no es posible hacer feliz a nadie. Sé que el amor es pasajero. Sé que soñamos amores para siempre, pero no es posible. Somos inconstantes, cambiantes y no podemos quedarnos en un lugar quietos y tampoco en un amor. Somos trashumantes de la vida, estamos partiendo hacia otros yos que nos esperan. El amor es eterno como concepto y pasajero como realidad.
No estoy amargado por ello. Creo que un día llegará otro amor y quizá éste sea el último y el mejor. Y con demasiada suerte, para el resto de mi vida.

Supongo que es amor ese olvido de mí que me restituye al Paraíso. Esa caída en una fosa de luz, ese vacío donde al saberte mía sé que siempre he sido tuyo. Amar es una maravillosa forma de extraviarse. Es como una dispersión que reunifica. ¿Será acaso la unidad perdida? Te amo y me extravío en la música táctil de tu sexo, en la callada quietud de tus asombros, y el tiempo que no es mío de alguna manera esencial nos pertenece”
Víctor Paz Otero
Mi hija se despide desde la puerta y se va a encontrar con su amigo. Ha dejado el aire impregnado de ilusiones. Me recuesto en la cama y mientras la tele sigue de música de fondo, dejo mi mente vagar por mis recuerdos. Estoy en otro mundo: hace mucho tiempo cuando aún era joven y bello. En los días en que por fin pude derrotar la tristeza. La tristeza del desamor. Un tiempo en que viví vidas paralelas. En la una llovía eternamente soledad, tristeza y y abandono, y en la otra el sol salía cada mañana. Fui dos y a veces más durante esa larga travesía de la soledad, la ausencia y los porqués sin respuesta. Descubrí que nadie se muere de amor. Que sólo se agoniza, que no cesa la tristeza y que el dolor se anuda en la boca del estómago.
Pero un día, al levantarme supe que, aunque no la olvidaría, le había dicho al fin adiós. Ese día volví a ser uno de nuevo. Pero me dejó una inexpugnable barrera contra el amor. No volví creer a ciegas en el amor. Quise a distancia, a tiempo definido; dispuesto a irme a la menor señal de duda. No he vuelto a dejar que nadie entre en mi vida y haga lo que quiera con mis sentimientos. Soy un hombre solo, irremediablemente solo. Claro que río, quiero, gozo, bailo, nado, coqueteo, hago el amor, pero cada día y cada noche un yo que sólo yo conozco hace guardia en mi vida para huir conmigo en el momento que me sienta vulnerable frente al amor. A veces siento que una parte de mí está muerta para siempre.
Sé que no se deja nunca de amar a quien se ha amado de verdad, que queda una llama pequeña esperando a ese día incierto o imposible que por alguna razón los enamorados se reencuentren y vuelvan a incendiar lo que les queda del mundo.
Por otro lado, siento que sólo sobrevive el cariño, el agradecimiento a quien nos dio todo en un momento de su vida. Que eso que se cree amor es sólo ternura por haber sido felices.

Después del adiós nada vuelve. El río de la vida continúa, nos arrastra. Para la vida no existe el ayer, sólo el presente.

2 comentarios:

  1. Que admiración y sensatez son sus palabras,que con sus notas dejan entrever lo perplejo que es el amor y la gallardía de expresar lo que se siente, no somos mas que un espejismo en medio de la realidad.

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