Parte 8
Subo
al tren y me siento en una ventana que da hacia el costado que
quedará al lado del Rin cuando lleguemos a él a la altura de
Bingen. Me quito el saco. Me acomodo la camisa. Busco la mejor forma
de sentarme para disfrutar del viaje. Cierro los ojos y miro hacia
afuera. El andén ha quedado vacío. Los pocos pasajeros se han
subido ya al tren. El vagón está medio vacío. Será un viaje
agradable, pienso. La puerta del vagón que está al fondo del
pasillo frente a mí se abre. Una joven alta y guapa con una maleta
en la mano entra. La miro. Se detiene mi respiración. No me lo puedo
creer. Es ella: la joven que viajó conmigo. Ella también me ve. Me
reconoce. Hace un mínimo gesto de placer y se acerca. Estoy en
tensión. Sé que se va a sentar junto a mí. Lo sé. Aunque no
quiero sentirme muy seguro no va y se ahuyente. Mi mente está en
alerta. Estoy en alerta. Expectativa y placer se mezclan en mí.
Sigue acercándose sin mirar los asientos vacíos que hay a su paso.
Ya va a llegar a mí. La veo, casi que la siento y la imagino ya
sentándose. Llega a mí. Se detiene a mi lado y sube la maleta al
portamaletas encima de las sillas. Me mira y sonríe. Me está
hablando. Mejor dicho me saluda. Hallo, me dice en alemán. Achino
los ojos y le respondo Hallo. Estoy ahogado en dicha. Está más
guapa de lo que la recordaba. Y se viste de maravilla. Un ligero olor
a perfume me envuelve al sentarse a mi lado. Es un instante eterno
detenido en mis sentidos. No sé si no he dejado de mirarla o de
imaginarla. Floto en sueños.
Me
está mirando mientras sonríe. Sentada tan plácida, segura de su
belleza y de su atractivo no ha dejado de mirarme a los ojos. La miro
sonriendo y digo “Was für ein toller Zufall!. Se ríe y responde
“Sí, uno entre un millón”.
La
primera vez es inolvidable. Nos impregna. Nos determina. No la
podemos olvidar. La primera vez. La primavera vez que hacemos algo,
que comemos algo, que sentimos dolor, que lloramos. La primera vez es
memorable, salvo la primera vez que morimos que es también la última
vez. La primera vez que ves a una mujer que va a entrar en tu vida y
lo va a cambiar todo es única y jamás dejaremos de volverla a
sentir. Aunque nuestra mente con el tiempo cambie esa primera vez y
la convierta en la primera vez como hubiéramos querido que fuera.
Nuestra mente se graba esa primera vez. Es impresionante las sinapsis
que se unen y se convierten en caminos de neuronas que nos llevan una
y otra vez a esa primera y maravillosa vez en que la vimos y supimos
que ella podía ser, tenía que ser y sería.
No
sé qué decirle pero también sé que tengo que decirle algo. Y
tiene que ser ya. Pienso y pienso y el tiempo parece interminable,
largo, eterno.
-¿Viajas
de regreso a Bonn?- le pregunto.
-Sí.-
me contesta lacónica.
-¿Estudias
en Bonn?-
-Sí-
otra vez una respuesta demasiado corta.
-¿
Qué estudias?-
-Estudio
derecho. Y estoy en octavo semestre. Ya he presentado mi primer
examen estatal.-
-Guauu.
Muy bien.- al decirlo siento como si hubiera ladrado. A mi mente
viene el edificio del Juridicum que es la sede principal de la
facultad de derecho. La facultad tiene fama de buena y conservadora.
De niños
bien.
Sonríe.
Me sonríe. Me anima con la mirada. Sus ojos son acaramelados con
chispas.
-¿De dónde eres?- me pregunta.
-Soy
colombiano- respondo aliviado de que ella haya tomado la iniciativa
y quiera seguir hablando.
-Un
suramericano.- me dice mirándome a los ojos.
-Sí,
un suramericano. Me llamo Gabriel, Gabriel Jacobsen. Y ¿tú?-
-Isabella,
Isabella de Montfort-
-Ummmm,
descendiente de los hugonotes- le digo.
-Sí,
exacto- me mira sorprendida.
La
matanza de San Bartolomé que comenzó en la noche del veintitrés
al veinticuatro de agosto de 1572 en París fue ordenada por
Catalina de Medicis, madre del rey Carlos IX contra los hugonotes,
protestantes calvinistas franceses, en la lucha por el poder.
Durante meses fueron perseguidos en toda Francia y asesinados.
Muchos de los sobrevivientes huyeron a Alemania donde encontraron
refugio y se integraron a la sociedad. Algunos apellidos importantes
de Alemania tienen un origen hugonote como Lafontaine, De Maiziere.
Y ella es una más de esos protestantes que encontraron un nuevo
hogar en Alemania.
-Te
vi en el viaje de ida. Iba a visitar a mi abuela en Francfurt. Te vi
desde que estábamos en el andén- me dice.
-Yo
también te vi-
-Lo
sé- me dice y ríe.
-Vengo
de visitar a mi hija en Mainz-
-¿Estudia?- me pregunta.
-No,
es docente en la Universidad-
-Ajá.
Cuando terminé la carrera pienso viajar a Sudamérica. Pasaré por
Colombia. ¿De qué parte de Colombia eres?-
-De
Bogotá. Y tú ¿de qué parte de Alemania eres?-
-
Nací en Münster, pero vivo en Bonn desde pequeña.-
-¿Tienes hermanos?- le pregunto.
-Sí,
una hermana mayor-
-
Eres muy guapa- no sé por qué lo he dicho. Desde que hemos
comenzado a hablar no he hecho otra cosa que memorizar su cara, sus
facciones, el color de sus ojos y de su piel,grabarme en la mente el
sonido de su voz. Sus gestos y su manera de vestir. La he estado
memorizando toda.
Sonríe
y me dice “Gracias” mientras me roza el borde la mano con sus
dedos. Siento como si un aguacero de dicha me hubiera caído encima.
Siento calor y una sensación placentera me invade el cuerpo. Le
toco suavemente los dedos de su mano. No retira la mano. Sólo me
mira y suspira. Sin darnos cuenta nos acercamos. Huelo su perfume
suave. E gusta.
Permanecemos
callados un rato mientras por la ventana se ven los castillos del
Rin. Me mira sonriendo y con los ojos llenos de estrellas. Le sonrío
y le quito un mechón de pelo que le cae sobre la cara. Mi piel está
electrizada. Me siento ligero y sorprendido de mi audacia. Me toma
la mano entre sus manos. La retiene. Mira al frente, cierra los
ojos, suspira y me toma la mano con su mano.
-He
pensado en ti desde que nos vimos en la estación de Bonn- me dice
sin mirarme.
-Yo
también- le contesto sin reponerme de la sorpresa. Ha pensado en
mí. No soy el único loco del mundo.
Me estoy quieto. No me quiero mover. No quiero despertarme de este sueño. Ni siquiera parpadeo. Quiero que todo siga así. Ella tiene los ojos cerrados. Está quieta. No parece dormir. Creo que está pensando en lo que estamos haciendo. Dos extraños de edades diferentes se toman de la mano y crean una intimidad que sobrecoge, que es maravillosa.
Me estoy quieto. No me quiero mover. No quiero despertarme de este sueño. Ni siquiera parpadeo. Quiero que todo siga así. Ella tiene los ojos cerrados. Está quieta. No parece dormir. Creo que está pensando en lo que estamos haciendo. Dos extraños de edades diferentes se toman de la mano y crean una intimidad que sobrecoge, que es maravillosa.
Entreabre
los ojos, voltea a mirarme y sonríe.
-Quiero
disfrutar este instante- me dice en un susurro.
Sólo
le sonrío para que sepa que siento lo mismo, que soy feliz.
Sin
darnos cuenta hemos pasado Koblenz y estamos cruzando Remagen.
Estamos a punto de llegar a Bonn. Y no sé qué pasará cono
nosotros. E temo que cada uno seguirá su camino, que no volveremos
a vernos, que todo fue un momento de debilidad. ¿Qué
pensará ella? Quiero que nos veamos de nuevo. Lo quiero.
El
revisor del tren anuncia que estamos a pocos minutos de llegar a la
estación de Bonn. Me suelta la mano. Se acomoda la bufanda. Se para
y coge su maleta. Me mira y sonríe. Me paro y tomo la mía. Ella
sale al corredor del vagón y se dirige hacia la puerta de salida.
La sigo. Se voltea a mirarme y nos sonreímos.
El tren se detiene en el andén número uno que es el habitual para este tren. El andén está lleno de pasajeros ansioso por subirse al tren. Frente a nuestra puerta hay varios pasajeros esperando para salir y otros tantos para entrar. Sigo detrás de ella. Me busca la mano y la roza con la suya. Le devuelvo el gesto. Nos miramos. Se abre la puerta y la gente empieza a salir. Los de afuera esperan sin presionar a que bajemos y luego suben.
El tren se detiene en el andén número uno que es el habitual para este tren. El andén está lleno de pasajeros ansioso por subirse al tren. Frente a nuestra puerta hay varios pasajeros esperando para salir y otros tantos para entrar. Sigo detrás de ella. Me busca la mano y la roza con la suya. Le devuelvo el gesto. Nos miramos. Se abre la puerta y la gente empieza a salir. Los de afuera esperan sin presionar a que bajemos y luego suben.
Caminamos
hacia el final del andén. Uno al lado del otro. Callados. Quiero
que el tiempo se detenga. No quiero que nos separemos, que no nos
volvamos a ver. No quiero. Al llegar al final del andén se detiene.
Suelta la maleta y me mira a los ojos.
-Quiero
volver a verte- me dice.
-Yo
también quiero- le respondo.
Me
da el número del móvil. Me mira esperando algo. Sonrío tontamente.
Por dios, si seré bobo. Se acerca y me abraza. La abrazo con fuerza.
Siento su cuerpo delgado y fuerte contra el mío. Me encanta que su
pelo esté contra mi cara. Me gusta su olor. Me gusta mucho. Se
separa sin soltarse de mí. M e mira, se hunde en mi mirada y me da
un beso en el cachete. Se aprieta a mí. E coge las dos manos y me
dice que se tiene que ir, porque la mamá la está esperando con el
coche.
Nos
decimos adiós. Me quedo mirando como se aleja y se acerca a un
coche, saluda y se sube. Pero antes de cerrar la puerta, voltea con
la mirada a buscarme. Nos miramos y me hace un gesto mínimo. Cierra
la puerta. Estoy parado en mitad de la estación. Soy feliz.
La
miro una vez más detrás de la ventana del coche con su belleza
eterna y caigo en cuenta de que toda la vida he caminado para llegar
a ella.
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