martes, 6 de mayo de 2014

Mi encuentro con Isabella de Montfort Parte 8



Parte 8


Subo al tren y me siento en una ventana que da hacia el costado que quedará al lado del Rin cuando lleguemos a él a la altura de Bingen. Me quito el saco. Me acomodo la camisa. Busco la mejor forma de sentarme para disfrutar del viaje. Cierro los ojos y miro hacia afuera. El andén ha quedado vacío. Los pocos pasajeros se han subido ya al tren. El vagón está medio vacío. Será un viaje agradable, pienso. La puerta del vagón que está al fondo del pasillo frente a mí se abre. Una joven alta y guapa con una maleta en la mano entra. La miro. Se detiene mi respiración. No me lo puedo creer. Es ella: la joven que viajó conmigo. Ella también me ve. Me reconoce. Hace un mínimo gesto de placer y se acerca. Estoy en tensión. Sé que se va a sentar junto a mí. Lo sé. Aunque no quiero sentirme muy seguro no va y se ahuyente. Mi mente está en alerta. Estoy en alerta. Expectativa y placer se mezclan en mí. Sigue acercándose sin mirar los asientos vacíos que hay a su paso. Ya va a llegar a mí. La veo, casi que la siento y la imagino ya sentándose. Llega a mí. Se detiene a mi lado y sube la maleta al portamaletas encima de las sillas. Me mira y sonríe. Me está hablando. Mejor dicho me saluda. Hallo, me dice en alemán. Achino los ojos y le respondo Hallo. Estoy ahogado en dicha. Está más guapa de lo que la recordaba. Y se viste de maravilla. Un ligero olor a perfume me envuelve al sentarse a mi lado. Es un instante eterno detenido en mis sentidos. No sé si no he dejado de mirarla o de imaginarla. Floto en sueños.
Me está mirando mientras sonríe. Sentada tan plácida, segura de su belleza y de su atractivo no ha dejado de mirarme a los ojos. La miro sonriendo y digo “Was für ein toller Zufall!. Se ríe y responde “Sí, uno entre un millón”.
La primera vez es inolvidable. Nos impregna. Nos determina. No la podemos olvidar. La primera vez. La primavera vez que hacemos algo, que comemos algo, que sentimos dolor, que lloramos. La primera vez es memorable, salvo la primera vez que morimos que es también la última vez. La primera vez que ves a una mujer que va a entrar en tu vida y lo va a cambiar todo es única y jamás dejaremos de volverla a sentir. Aunque nuestra mente con el tiempo cambie esa primera vez y la convierta en la primera vez como hubiéramos querido que fuera. Nuestra mente se graba esa primera vez. Es impresionante las sinapsis que se unen y se convierten en caminos de neuronas que nos llevan una y otra vez a esa primera y maravillosa vez en que la vimos y supimos que ella podía ser, tenía que ser y sería.
No sé qué decirle pero también sé que tengo que decirle algo. Y tiene que ser ya. Pienso y pienso y el tiempo parece interminable, largo, eterno.
-¿Viajas de regreso a Bonn?- le pregunto.
    -Sí.- me contesta lacónica.
    -¿Estudias en Bonn?-
    -Sí- otra vez una respuesta demasiado corta.
    -¿ Qué estudias?-
    -Estudio derecho. Y estoy en octavo semestre. Ya he presentado mi primer examen estatal.-
    -Guauu. Muy bien.- al decirlo siento como si hubiera ladrado. A mi mente viene el edificio del Juridicum que es la sede principal de la facultad de derecho. La facultad tiene fama de buena y conservadora. De niños bien.
    Sonríe. Me sonríe. Me anima con la mirada. Sus ojos son acaramelados con chispas.

    -¿De dónde eres?- me pregunta.

    -Soy colombiano- respondo aliviado de que ella haya tomado la iniciativa y quiera seguir hablando.
    -Un suramericano.- me dice mirándome a los ojos.
    -Sí, un suramericano. Me llamo Gabriel, Gabriel Jacobsen. Y ¿tú?-
    -Isabella, Isabella de Montfort-
    -Ummmm, descendiente de los hugonotes- le digo.
    -Sí, exacto- me mira sorprendida.
    La matanza de San Bartolomé que comenzó en la noche del veintitrés al veinticuatro de agosto de 1572 en París fue ordenada por Catalina de Medicis, madre del rey Carlos IX contra los hugonotes, protestantes calvinistas franceses, en la lucha por el poder. Durante meses fueron perseguidos en toda Francia y asesinados. Muchos de los sobrevivientes huyeron a Alemania donde encontraron refugio y se integraron a la sociedad. Algunos apellidos importantes de Alemania tienen un origen hugonote como Lafontaine, De Maiziere. Y ella es una más de esos protestantes que encontraron un nuevo hogar en Alemania.
    -Te vi en el viaje de ida. Iba a visitar a mi abuela en Francfurt. Te vi desde que estábamos en el andén- me dice.
    -Yo también te vi-
    -Lo sé- me dice y ríe.
    -Vengo de visitar a mi hija en Mainz-

    -¿Estudia?- me pregunta.

    -No, es docente en la Universidad-
    -Ajá. Cuando terminé la carrera pienso viajar a Sudamérica. Pasaré por Colombia. ¿De qué parte de Colombia eres?-
    -De Bogotá. Y tú ¿de qué parte de Alemania eres?-
    - Nací en Münster, pero vivo en Bonn desde pequeña.-

    -¿Tienes hermanos?- le pregunto.

    -Sí, una hermana mayor-
    - Eres muy guapa- no sé por qué lo he dicho. Desde que hemos comenzado a hablar no he hecho otra cosa que memorizar su cara, sus facciones, el color de sus ojos y de su piel,grabarme en la mente el sonido de su voz. Sus gestos y su manera de vestir. La he estado memorizando toda.
    Sonríe y me dice “Gracias” mientras me roza el borde la mano con sus dedos. Siento como si un aguacero de dicha me hubiera caído encima. Siento calor y una sensación placentera me invade el cuerpo. Le toco suavemente los dedos de su mano. No retira la mano. Sólo me mira y suspira. Sin darnos cuenta nos acercamos. Huelo su perfume suave. E gusta.
    Permanecemos callados un rato mientras por la ventana se ven los castillos del Rin. Me mira sonriendo y con los ojos llenos de estrellas. Le sonrío y le quito un mechón de pelo que le cae sobre la cara. Mi piel está electrizada. Me siento ligero y sorprendido de mi audacia. Me toma la mano entre sus manos. La retiene. Mira al frente, cierra los ojos, suspira y me toma la mano con su mano.
    -He pensado en ti desde que nos vimos en la estación de Bonn- me dice sin mirarme.
    -Yo también- le contesto sin reponerme de la sorpresa. Ha pensado en mí. No soy el único loco del mundo.
    Me estoy quieto. No me quiero mover. No quiero despertarme de este sue
    ño. Ni siquiera parpadeo. Quiero que todo siga así. Ella tiene los ojos cerrados. Está quieta. No parece dormir. Creo que está pensando en lo que estamos haciendo. Dos extraños de edades diferentes se toman de la mano y crean una intimidad que sobrecoge, que es maravillosa.
    Entreabre los ojos, voltea a mirarme y sonríe.
    -Quiero disfrutar este instante- me dice en un susurro.
    Sólo le sonrío para que sepa que siento lo mismo, que soy feliz.
    Sin darnos cuenta hemos pasado Koblenz y estamos cruzando Remagen. Estamos a punto de llegar a Bonn. Y no sé qué pasará cono nosotros. E temo que cada uno seguirá su camino, que no volveremos a vernos, que todo fue un momento de debilidad. ¿Qué pensará ella? Quiero que nos veamos de nuevo. Lo quiero.
    El revisor del tren anuncia que estamos a pocos minutos de llegar a la estación de Bonn. Me suelta la mano. Se acomoda la bufanda. Se para y coge su maleta. Me mira y sonríe. Me paro y tomo la mía. Ella sale al corredor del vagón y se dirige hacia la puerta de salida. La sigo. Se voltea a mirarme y nos sonreímos.
    El tren se detiene en el andén número uno que es el habitual para este tren. El andén está lleno de pasajeros ansioso por subirse al tren. Frente a nuestra puerta hay varios pasajeros esperando para salir y otros tantos para entrar. Sigo detrás de ella. Me busca la mano y la roza con la suya. Le devuelvo el gesto. Nos miramos. Se abre la puerta y la gente empieza a salir. Los de afuera esperan sin presionar a que bajemos y luego suben.
    Caminamos hacia el final del andén. Uno al lado del otro. Callados. Quiero que el tiempo se detenga. No quiero que nos separemos, que no nos volvamos a ver. No quiero. Al llegar al final del andén se detiene. Suelta la maleta y me mira a los ojos.
    -Quiero volver a verte- me dice.
    -Yo también quiero- le respondo.
Me da el número del móvil. Me mira esperando algo. Sonrío tontamente. Por dios, si seré bobo. Se acerca y me abraza. La abrazo con fuerza. Siento su cuerpo delgado y fuerte contra el mío. Me encanta que su pelo esté contra mi cara. Me gusta su olor. Me gusta mucho. Se separa sin soltarse de mí. M e mira, se hunde en mi mirada y me da un beso en el cachete. Se aprieta a mí. E coge las dos manos y me dice que se tiene que ir, porque la mamá la está esperando con el coche.
Nos decimos adiós. Me quedo mirando como se aleja y se acerca a un coche, saluda y se sube. Pero antes de cerrar la puerta, voltea con la mirada a buscarme. Nos miramos y me hace un gesto mínimo. Cierra la puerta. Estoy parado en mitad de la estación. Soy feliz.
La miro una vez más detrás de la ventana del coche con su belleza eterna y caigo en cuenta de que toda la vida he caminado para llegar a ella.

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