La
vida es movimiento. Estamos vivos, porque nos movemos. La vida es el
movimiento. La vida es el viaje.
Mis
recuerdos son de ir y venir, de jugar, de brincar, de correr, de
montar en cicla o patines, de nadar, de caminar, de bailar, de
moverme hasta dormido. De ir de un sitio a otro lugar. La curiosidad
nos hace mover. Siempre queremos conocer. Conocer es ir a otros
lugares.
He
conocido muchos lugares, caminado ciudades, me he dejado perder en
tantos campos, he subido muriendo de fatiga algunas montañas,
he nadado y caminado ríos, he visto, nadado y navegado muchos mares
y recorrido la geografía de varios países enamorándome de ellos.
Viajar es aprender. Y aprender es comprender. Y comprender es
reconocer y aceptar al otro.
El
amor ha sido un huracán en mi vida. No ha dejado que yo estuviera
quieto nunca. Siempre en busca de alguien que no sé si existe, si es
mi imaginación o mi excusa. Alguien que parece inalcanzable. El amor
mío ha sido el amor del viajero. He dejando parte de mí en ellas,
las inolvidables, las únicas, mis amadas. Es imposible no amarlas a
pesar de los años, de la distancia y del silencio. Ellas siguen
conmigo, aunque ya no están conmigo.
El
amor que me tocó a mí es el amor de los viajeros; de los que no se
detienen, de los que son amados porque no son para siempre.
Aún
hoy navego rumbo a Ítaca con la esperanza de que un día amanezca en
brazos de Penélope.
Mientras
estemos vivos, la vida es un viaje interminable.
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