„Algún
día en cualquier parte indefectiblemente te encontrarás a ti mismo
y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus
horas“
Pablo
Neruda
Cada
cierto tiempo, la casa se llena nuevamente de libros amontonados de
cualquier manera, de revistas viejas, de recortes de periódicos, de
apuntes míos hechos a mano con lápiz en papeles de colores, allí
dejo escrito todo lo que cruza por mi mente. Son arrumes de ideas que
nunca serán, de tristezas olvidadas, de besos nunca dados, de sueños
que nunca fueron, de poemas y textos que nunca deben ser leídos por
otros ojos, libros condenados a no ser abiertos. Se han ido
acumulando ahí donde fueron olvidados, donde mi mente por última
vez los vivió.
Así
que de repente me siento ahogar entre tanto desorden de ideas y de
objetos de ideas, de reflejos , de sueños y de
imaginaciones, que tengo que ordenar, archivar o botar. Me
convierto en un huracán que desempolva ese desorden muerto en la
casa y lo convierto en sillas donde de nuevo se puede sentar la
gente, mesitas donde se vuelven a poner floreros, en closets donde
las medias pueden esperar su día sin sentirse arrinconadas por los
libros, el polvo sale corriendo y trata de volar en vano, pero mi
afán de orden lo absorbe con la aspiradora. La caneca se llena de
hojas garrapateadas, folletos y periódicos que algún día pensé
poder utilizar para alguna historia que nunca fue.
Ordenar
la casa -liberarla de mi desorden de lector, de pensador y de
soñador- es un viaje hacia mí mismo, hacia esos yos que un día
fui. Es un reencontrarme con mi pasado, con mis olvidos, con aquello
que pude ser y no fui.
Hoy
he terminado sentado en el suelo mirando el montón de papeles y
papelitos que he recogido en toda la casa y que tienen algún escrito
mío. Los voy separando para botar, para quizá guardar, para leer y
por interesantes. Entre los papeles hay unas hojas ya amarrillas por
el tiempo con mi letra que no recuerdo haber escrito. Son dos hojas
escritas a mano. Desde hace décadas escribo siempre en
imprenta y mayúsculas. Quizá porque con letra unida sigo
escribiendo como cuando era chiquito.
Les
transcribo lo que está escrito en esas dos páginas viejas hasta
ahora perdidas en mi olvido.
„Jueves,
29 de enero de 1976
En
casa hemos comentado el vuelo del Concorde y la arquitectura y el
diseño de Unicentro. Poder viajar de Londres y París a Nueva York
en tres horas y media es increíble. Unicentro es espectacular. Todo
el mundo quiere ir a verlo cuando lo inauguren en abril. Pude verlo,
porque nos llevaron de la facultad a los de segundo semestre de
arquitectura.
Anoche
tuve un sueño extraño. Estaba en Oma de la Quince sentado con unas
amigas de la Uni charlando sobre quién sería el amor de la vida de
cada uno. Discutíamos sobre si ese amor sería la persona con la que
nos casaríamos o si sería otra. La mayoría pensaba que sería la
con que se casarían. Yo no. En el sueño decía que podría ser la
misma, pero que como todo cambia podría ser otra que por desgracia
conociéramos más tarde. A mis amigas no les gustó la idea. Después
cada uno dijo cómo pensaba que sería ese amor para toda la vida.
Ellas describieron a los hombres que ya les gustaban. Así que yo
pensé decirles algo imposible que sucediera: el amor de mi vida
está naciendo en este momento en la ciudad de Sevilla y es
pelirroja. Me miraron asombradas. Ella hoy está naciendo y es una
pelirroja de Sevilla. Imposible me dijeron . En Sevilla no hay
pelirrojas. Nos reímos de la idea tan loca.
Por
esas razones sin razón de los sueños me volteé a mirar y había un
sesentón con el pelo canoso, barba y de espaldas a mí sentado solo en
una mesa junto a la ventana. Escribía con un lápiz
en block de papel periódico como los que usamos en la U para hacer
borradores de dibujo. No sé porqué el hombre me llamó la
atención, y me dediqué a mirarlo. Le oí decir cosas mientras
escribía. Al principio no entendía nada de lo que murmuraba, pero
despúes le cogí un par de frases al vuelo.
Mientras
escribía, el viejo iba recitando lo que estaba apuntando.
„Sé
que no volveré de ella; aunque vuelva sin ella“
Estaba
escribiendo un poema, pensé en el sueño, y le puse mayor atención.
Pero había frases que no escuchaba bien.
„Mi
vida se quedará con ella, aunque yo siga viviendo“
El
viejo no paraba de hablar para sí mismo y de escribir.
„Un
amor no se repite nunca. Los dos lo sabíamos y nos arriesgamos a
vivirlo.“
Nunca
había visto cómo un poeta escribía un poema. Tenía curiosidad por
verle la cara.
„Por
supuesto perdimos. Pero por una eternidad -salvo nosotros- nada nos
importó.“
Por
un momento pensé que el viejo se había dado cuenta de que lo estaba
observando. Pero siguió escribiendo.
„Cuando
pienso en ella, la tristeza se enamora de mí, me duele por todo el
cuerpo, pero sé que valió la pena“
Ahora
sí, el viejo se volteó a mirarme. Se ha dado cuenta de que lo miro.
Me pongo colorado de la pena.
Al
mirarnos a los ojos lo comprendemos todo. Sé que él soy yo de
viejo y él se ha reconocido en mí cuando era joven. No puede ser.
No entiendo nada. Cierro los ojos por un momento para entender lo
que me ha pasado. Mi corazón late a mil. Al abrir los ojos no hay
nadie. Ni siquera mis amigas. Estoy solo en medio del sueño. He tenido una cita conmigo mismo.“
Estoy
asombrado. Parece una burla de la vida. Un olvido tan olvidado
aparece de pronto frente a mí y me transporta al pasado para
mostrarme el presente. Es increíble. Pero los datos concuerdan. Por
esos días fue el primer viaje del Concorde a Nueva York. También la
inauguración de Unicentro, que fue el primer centro comercial estilo
mall americano en Bogotá y Colombia. Y Oma de la 82 era el sitio
play de esos tiempos. Aun recuerdo que en la esquina norte de la
cuadra estaba Panfino -todavía existe- donde comprábamos roscones
recién hechos, cuando nos escapábamos del colegio; al sur estaba
una cigarrería y ultramarinos de unos españoles, donde se podían
comprar productos extranjeros. Ahí compré muchos chocalates
Cadburry para mis amores de colegio. Los edificios eran todavía de
apartamentos. La quince era „la calle“ de ese entonces. Todavía
era de doble vía y todo sucedía entre el Lago con su cine y sus
gaseosas Kist de uva y de limón -las gaseosas más delis del
mundo-; e iba hasta la esquina de la 90 donde estaba un almacén de
discos Bambuco. Los apuntes del diario concuerdan con la realidad.
Sin embargo, soy incapaz de acordarme de ese día en particular.
No
recuerdo el sueño ni haberlo escrito alguna vez. Debe ser mi
imaginación que se burla de mí, pero ahí están esas dos páginas
amarrillas escritas con mi letra. Por mi mente pasan las palabras de
la dedicatoria que me hizo Víctor Paz Otero de su libro „Textos de
la sombra“: „Todo encuentro casual es una cita prevista“.
La
vida, los sueños y yo no acabamos nunca de sorprendernos.
Ese sitio también fue el preferido de mis compañeros de U uy pasamos allá momentos muy especiales. Es una visión que me remonta a unos días con pocas preocupaciones y muchas esperanzas.
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