viernes, 22 de marzo de 2013

29 de enero de 1976







Algún día en cualquier parte indefectiblemente te encontrarás a ti mismo y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas“

Pablo Neruda

Cada cierto tiempo, la casa se llena nuevamente de libros amontonados de cualquier manera, de revistas viejas, de recortes de periódicos, de apuntes míos hechos a mano con lápiz en papeles de colores, allí dejo escrito todo lo que cruza por mi mente. Son arrumes de ideas que nunca serán, de tristezas olvidadas, de besos nunca dados, de sueños que nunca fueron, de poemas y textos que nunca deben ser leídos por otros ojos, libros condenados a no ser abiertos. Se han ido acumulando ahí donde fueron olvidados, donde mi mente por última vez los vivió.

Así que de repente me siento ahogar entre tanto desorden de ideas y de objetos de  ideas, de reflejos , de sueños  y de imaginaciones, que tengo que ordenar, archivar o botar. Me convierto en un huracán que desempolva ese desorden muerto en la casa y lo convierto en sillas donde de nuevo se puede sentar la gente, mesitas donde se vuelven a poner floreros, en closets donde las medias pueden esperar su día sin sentirse arrinconadas por los libros, el polvo sale corriendo y trata de volar en vano, pero mi afán de orden lo absorbe con la aspiradora. La caneca se llena de hojas garrapateadas, folletos y periódicos que algún día pensé poder utilizar para alguna historia que nunca fue.

Ordenar la casa -liberarla de mi desorden de lector, de pensador y de soñador- es un viaje hacia mí mismo, hacia esos yos que un día fui. Es un reencontrarme con mi pasado, con mis olvidos, con aquello que pude ser y no fui.

Hoy he terminado sentado en el suelo mirando el montón de papeles y papelitos que he recogido en toda la casa y que tienen algún escrito mío. Los voy separando para botar, para quizá guardar, para leer y por interesantes. Entre los papeles hay unas hojas ya amarrillas por el tiempo con mi letra que no recuerdo haber escrito. Son dos hojas escritas a mano. Desde hace décadas escribo siempre en imprenta y mayúsculas. Quizá porque con letra unida sigo escribiendo como cuando era chiquito.

Les transcribo lo que está escrito en esas dos páginas viejas hasta ahora perdidas en mi olvido.

Jueves, 29 de enero de 1976

En casa hemos comentado el vuelo del Concorde y la arquitectura y el diseño de Unicentro. Poder viajar de Londres y París a Nueva York en tres horas y media es increíble. Unicentro es espectacular. Todo el mundo quiere ir a verlo cuando lo inauguren en abril. Pude verlo, porque nos llevaron de la facultad a los de segundo semestre de arquitectura.

Anoche tuve un sueño extraño. Estaba en Oma de la Quince sentado con unas amigas de la Uni charlando sobre quién sería el amor de la vida de cada uno. Discutíamos sobre si ese amor sería la persona con la que nos casaríamos o si sería otra. La mayoría pensaba que sería la con que se casarían. Yo no. En el sueño decía que podría ser la misma, pero que como todo cambia podría ser otra que por desgracia conociéramos más tarde. A mis amigas no les gustó la idea. Después cada uno dijo cómo pensaba que sería ese amor para toda la vida. Ellas describieron a los hombres que ya les gustaban. Así que yo pensé decirles algo imposible que sucediera: el amor de mi vida está naciendo en este momento en la ciudad de Sevilla y es pelirroja. Me miraron asombradas. Ella hoy está naciendo y es una pelirroja de Sevilla. Imposible me dijeron . En Sevilla no hay pelirrojas. Nos reímos de la idea tan loca.

Por esas razones sin razón de los sueños me volteé a mirar y había un sesentón con el pelo canoso, barba y de espaldas a mí sentado solo en una mesa  junto a la ventana. Escribía con un lápiz en block de papel periódico como los que usamos en la U para hacer borradores de dibujo. No sé porqué el hombre me llamó  la atención, y me dediqué a mirarlo. Le oí decir cosas mientras escribía. Al principio no entendía nada de lo que murmuraba, pero despúes le cogí un par de frases al vuelo.

Mientras escribía, el viejo iba recitando lo que estaba apuntando.
Sé que no volveré de ella; aunque vuelva sin ella“
Estaba escribiendo un poema, pensé en el sueño, y le puse mayor atención. Pero había frases que no escuchaba bien.

Mi vida se quedará con ella, aunque yo siga viviendo“
El viejo no paraba de hablar para sí mismo y de escribir.

Un amor no se repite nunca. Los dos lo sabíamos y nos arriesgamos a vivirlo.“
Nunca había visto cómo un poeta escribía un poema. Tenía curiosidad por verle la cara.

Por supuesto perdimos. Pero por una eternidad -salvo nosotros- nada nos importó.“
Por un momento pensé que el viejo se había dado cuenta de que lo estaba observando. Pero siguió escribiendo.

Cuando pienso en ella, la tristeza se enamora de mí, me duele por todo el cuerpo, pero sé que valió la pena“

Ahora sí, el viejo se volteó a mirarme. Se ha dado cuenta de que lo miro. Me pongo colorado de la pena.

Al mirarnos a los ojos lo comprendemos todo. Sé que él soy yo de viejo y él se ha reconocido en mí cuando era joven. No puede ser. No entiendo nada. Cierro los ojos por un momento para entender lo que me ha pasado. Mi corazón late a mil. Al abrir los ojos no hay nadie. Ni siquera mis amigas. Estoy solo en medio del sueño. He tenido una cita conmigo mismo.“


Estoy asombrado. Parece una burla de la vida. Un olvido tan olvidado aparece de pronto frente a mí y me transporta al pasado para mostrarme el presente. Es increíble. Pero los datos concuerdan. Por esos días fue el primer viaje del Concorde a Nueva York. También la inauguración de Unicentro, que fue el primer centro comercial estilo mall americano en Bogotá y Colombia. Y Oma de la 82 era el sitio play de esos tiempos. Aun recuerdo que en la esquina norte de la cuadra estaba Panfino -todavía existe- donde comprábamos roscones recién hechos, cuando nos escapábamos del colegio; al sur estaba una cigarrería y ultramarinos de unos españoles, donde se podían comprar productos extranjeros. Ahí compré muchos chocalates Cadburry para mis amores de colegio. Los edificios eran todavía de apartamentos. La quince era „la calle“ de ese entonces. Todavía era de doble vía y todo sucedía entre el Lago con su cine y sus gaseosas Kist de uva y de limón -las gaseosas más delis del mundo-; e iba hasta la esquina de la 90 donde estaba un almacén de discos Bambuco. Los apuntes del diario concuerdan con la realidad. Sin embargo, soy incapaz de acordarme de ese día en particular.

No recuerdo el sueño ni haberlo escrito alguna vez. Debe ser mi imaginación que se burla de mí, pero ahí están esas dos páginas amarrillas escritas con mi letra. Por mi mente pasan las palabras de la dedicatoria que me hizo Víctor Paz Otero de su libro „Textos de la sombra“: „Todo encuentro casual es una cita prevista“.

La vida, los sueños y yo no acabamos nunca de sorprendernos.

1 comentario:

  1. Ese sitio también fue el preferido de mis compañeros de U uy pasamos allá momentos muy especiales. Es una visión que me remonta a unos días con pocas preocupaciones y muchas esperanzas.

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