Al
llegar a la laguna me senté al borde y me dediqué a observar los
árboles en busca de algún colibrí mientras esperaba a Marlén.
Ella
y yo teníamos la misma edad y nos conocimos a los quince años.
Veníamos de mundos tan distintos. Éramos dos planetas que se
encuentran en el espacio y colisionan creando una explosión de
sensaciones, emociones y deseos que nos cubrieron hasta dejarnos
exhaustos. Ella era del color del caramelo. Ella tenía un sabor
dulce, salvaje y tierno a la vez. Ella era una incógnita para mí.
Su cuerpo era redondo. Sus tetas duras y felices de estar en mis
manos. La piel tibia y fuerte de las campesinas. Un olor a flor del
campo. Cuando me miraba se reían sus ojos, su boca y el cuerpo. Ella
me tomó por sorpresa y porque me deseaba. Era sencilla y práctica.
Era todo lo que yo no era. Yo leía poesía y libros de historia. Me
encerraba en mi cuarto y soñaba con los ojos abiertos durante horas.
Me iba a mundos donde yo era héroe o villano. Protagonizaba
guerreros, deportistas, cantantes o políticos. Mamá decía
que yo vivía en otro mundo. Mis hermanas me llamaban
Otromundo. Intentaba copiar sin ningún éxito a los poetas que leía.
Yo quería ser escritor, pero no lograba escribir nada. A veces escribía una página a máquina y luego me daba cuenta de que había
errores de ortografía o me había comido letras o había dejado dos
o más palabras pegadas. Me daba pereza seguir escribiendo, pues eso
de corregir todo el tiempo hasta que me saliera una hoja perfecta era un trabajo imposible para mí. Después de intentarlo varias
veces, decidí que era mejor soñar despierto. Escribir lo que
imaginaba en mi mente y archivarlo. Escribía en el aire para placer
mío. No sé si era la más absoluta pereza o egoísmo. Pero así
pasé a ser un escritor virtual, con un sólo lector: yo mismo y con
una obra que desaparecía al volver a la realidad.
Marlén
venía caminando despacio con un vestido claro estampado con flores,
sin mangas y un escote que dejaba ver el comienzo de la felicidad.
Yo corrí hacia ella y la abracé con fuerza. Ella me correspondió.
Olí su pelo y la mire. Yo veía en ella todo lo que en ese momento
quería. Me beso con pequeños mordiscos mientras deslizaba su lengua
por mis labios. Le gustaba cogerme el trasero y apretarlo con fuerza.
Ese día no fue la excepción. Nos echamos en el prado y nos
desnudamos casi sin darnos cuenta. El deseo de los dos era mayor que
la conciencia. Dejábamos que la naturaleza hiciera estragos en
nosotros y recogíamos plenos de placer el cuerpo entregado del otro.
Después de muchos ires y venires y del afán de hacer el amor hasta
morir, resucitábamos en brazos del otro para querernos con las
palabras y las caricias.
-Yo
nunca he querido tanto a alguien como a usted- le dije mientras
rozaba con suavidad su cachete colorado por el exceso y la pasión.
-
Será que nunca ha querido a nadie.
-Será,
mas bien, que sí.
-No
le creo.
-Sí
me cree- le contesté mientras le sonreía.
-Sí
le creo y lo quiero por eso- me respondió mientras me tomaba la cara
entre sus manos y me besaba con esa forma tan de ella de medio abrir
los labios y de morderme el labio casi como un roce y buscar con su
lengua mi lengua y jugar a que sí y a que no.
-La
quiero mucho, poesía mía. Mi Marlén llegada del cielo. Mi sueño
hecho realidad.
-No
empiece con eso. No debe soñar. Los sueños destruyen todo. Esto es
la realidad. Nuestra verdad. Su querer y el mío. Usted me gusta y yo
le gusto. Nos deseamos y nos amamos. Es el ahora, Xabier. Nada más.
-Nada
más, ni nada menos que la felicidad- le dije un poco molesto. No me
gustaba la realidad y que ella fuera más inteligente que yo. O más
práctica y sensata. Sabía que era un amor imposible, o casi. Por
muy liberal que mi familia fuera, no estarían nada felices de vernos
de novios. Una cosa es una cosa y otra que yo saliera con alguien
tan diferente a ellos. Y yo tal vez pensaba igual a ellos. No me gustó
para nada ese pensamiento y la abracé con fuerza.
-En
qué está pensando?
-Estaba
pensando en que me gustaría que este momento nunca se acabara. Que
usted no se tenga que devolver para su casa y yo para la mía- mentí
con descaro, aunque lo que le dije era cierto, no quería que lo
nuestro terminará nunca. Al menos, eso creí en ese instante. O,
quizá, sólo lo quise creer.
-Deje
de pensar en lo que no es. Deme un beso y nos vamos a nadar.
-Sí,
señora- le contesté haciendo el saludo militar. Ella se rió y me
dio un empujón. Desnuda era maravillosa. Yo me quedé embobado
mirándola. No hay nada más electrizante que el cuerpo de una mujer.
Dios, me voy a morir de placer, de arrechera.
Nadamos
plácidos en las aguas frías de la laguna. Se oían los ruidos del
bosque acompañándonos entre los árboles. Yo pensaba que mi amor
por ella no era como el de Efraín por María, sino más bien como
el de Arturo Cova por Alicia. La María de Jorge Isaacs y La Vorágine
eran los libros que más me habían gustado de los que teníamos que
leer para el colegio. Aunque yo no era el héroe trágico de La María
ni el de La Vorágine. Yo no servía para eso. Quería ser feliz y
vivir cada minuto, cada instante mientras respirará. No pensaba ni
en el ayer ni en el mañana, sólo existía el presente. Éste me
miraba desde los ojos dorados de Marlén. Nadé hacia ella y la besé.
La miré y la volví a besar. La besé muchas veces. Hasta que ella
se volteó y nadó hacia la orilla.
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