jueves, 7 de marzo de 2013

Ella era del color del caramelo







Al llegar a la laguna me senté al borde y me dediqué a observar los árboles en busca de algún colibrí mientras esperaba a Marlén.

Ella y yo teníamos la misma edad y nos conocimos a los quince años. Veníamos de mundos tan distintos. Éramos dos planetas que se encuentran en el espacio y colisionan creando una explosión de sensaciones, emociones y deseos que nos cubrieron hasta dejarnos exhaustos. Ella era del color del caramelo. Ella tenía un sabor dulce, salvaje y tierno a la vez. Ella era una incógnita para mí. Su cuerpo era redondo. Sus tetas duras y felices de estar en mis manos. La piel tibia y fuerte de las campesinas. Un olor a flor del campo. Cuando me miraba se reían sus ojos, su boca y el cuerpo. Ella me tomó por sorpresa y porque me deseaba. Era sencilla y práctica. Era todo lo que yo no era. Yo leía poesía y libros de historia. Me encerraba en mi cuarto y soñaba con los ojos abiertos durante horas. Me iba a mundos donde yo era héroe o villano. Protagonizaba guerreros, deportistas, cantantes o políticos. Mamá decía que yo vivía en otro mundo. Mis hermanas me llamaban Otromundo. Intentaba copiar sin ningún éxito a los poetas que leía. Yo quería ser escritor, pero no lograba escribir nada. A veces escribía una página a máquina y luego me daba cuenta de que había errores de ortografía o me había comido letras o había dejado dos o más palabras pegadas. Me daba pereza seguir escribiendo, pues eso de corregir todo el tiempo hasta que me saliera una hoja perfecta era un trabajo imposible para mí. Después de intentarlo varias veces, decidí que era mejor soñar despierto. Escribir lo que imaginaba en mi mente y archivarlo. Escribía en el aire para placer mío. No sé si era la más absoluta pereza o egoísmo. Pero así pasé a ser un escritor virtual, con un sólo lector: yo mismo y con una obra que desaparecía al volver a la realidad.

Marlén venía caminando despacio con un vestido claro estampado con flores, sin mangas y un escote que dejaba ver el comienzo de la felicidad. Yo corrí hacia ella y la abracé con fuerza. Ella me correspondió. Olí su pelo y la mire. Yo veía en ella todo lo que en ese momento quería. Me beso con pequeños mordiscos mientras deslizaba su lengua por mis labios. Le gustaba cogerme el trasero y apretarlo con fuerza. Ese día no fue la excepción. Nos echamos en el prado y nos desnudamos casi sin darnos cuenta. El deseo de los dos era mayor que la conciencia. Dejábamos que la naturaleza hiciera estragos en nosotros y recogíamos plenos de placer el cuerpo entregado del otro. Después de muchos ires y venires y del afán de hacer el amor hasta morir, resucitábamos en brazos del otro para querernos con las palabras y las caricias.

-Yo nunca he querido tanto a alguien como a usted- le dije mientras rozaba con suavidad su cachete colorado por el exceso y la pasión.
- Será que nunca ha querido a nadie.
-Será, mas bien, que sí.
-No le creo.
-Sí me cree- le contesté mientras le sonreía.
-Sí le creo y lo quiero por eso- me respondió mientras me tomaba la cara entre sus manos y me besaba con esa forma tan de ella de medio abrir los labios y de morderme el labio casi como un roce y buscar con su lengua mi lengua y jugar a que sí y a que no.
-La quiero mucho, poesía mía. Mi Marlén llegada del cielo. Mi sueño hecho realidad.
-No empiece con eso. No debe soñar. Los sueños destruyen todo. Esto es la realidad. Nuestra verdad. Su querer y el mío. Usted me gusta y yo le gusto. Nos deseamos y nos amamos. Es el ahora, Xabier. Nada más.
-Nada más, ni nada menos que la felicidad- le dije un poco molesto. No me gustaba la realidad y que ella fuera más inteligente que yo. O más práctica y sensata. Sabía que era un amor imposible, o casi. Por muy liberal que mi familia fuera, no estarían nada felices de vernos de novios. Una cosa es una cosa y otra que yo saliera con alguien tan diferente a ellos. Y yo tal vez pensaba igual a ellos. No me gustó para nada ese pensamiento y la abracé con fuerza.
-En qué está pensando?
-Estaba pensando en que me gustaría que este momento nunca se acabara. Que usted no se tenga que devolver para su casa y yo para la mía- mentí con descaro, aunque lo que le dije era cierto, no quería que lo nuestro terminará nunca. Al menos, eso creí en ese instante. O, quizá, sólo lo quise creer.
-Deje de pensar en lo que no es. Deme un beso y nos vamos a nadar.
-Sí, señora- le contesté haciendo el saludo militar. Ella se rió y me dio un empujón. Desnuda era maravillosa. Yo me quedé embobado mirándola. No hay nada más electrizante que el cuerpo de una mujer. Dios, me voy a morir de placer, de arrechera.
Nadamos plácidos en las aguas frías de la laguna. Se oían los ruidos del bosque acompañándonos entre los árboles. Yo pensaba que mi amor por ella no era como el de Efraín por María, sino más bien como el de Arturo Cova por Alicia. La María de Jorge Isaacs y La Vorágine eran los libros que más me habían gustado de los que teníamos que leer para el colegio. Aunque yo no era el héroe trágico de La María ni el de La Vorágine. Yo no servía para eso. Quería ser feliz y vivir cada minuto, cada instante mientras respirará. No pensaba ni en el ayer ni en el mañana, sólo existía el presente. Éste me miraba desde los ojos dorados de Marlén. Nadé hacia ella y la besé. La miré y la volví a besar. La besé muchas veces. Hasta que ella se volteó y nadó hacia la orilla.

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