miércoles, 31 de agosto de 2016

No volveremos


No habrá otra larga caminada a orillas del Guadalquivir, ni volveremos a comer fish and chips en un kiosco bajo la lluvia en Londres, ni correremos y bailaremos en otra noche de verano en París, no nadaremos como tantas veces en una isla perdida del Caribe, no nos esconderemos a besarnos una y otra vez en las calles de la Medina de Marrakech como ese lejano día de nuestro amor, no nos tomaremos de la mano debajo de la mesa en esas largas charlas con los amigos mientras mirabamos atardecer a orillas del Báltico, ni nos reiremos de nuevo al oír por sorpresa esa canción que tanto nos gustó en el bullicio de Manhattan o ese verso que te escribí que le oímos a un joven cuando se lo susurraba al oído a su amor en un bar de Bilbao. 

Tú y yo no volveremos.


Pero no habrá tiempo, distancia o silencio que haga posible que yo te deje de soñar pues fuiste el mejor momento de mi vida, cuando intuí la eternidad, el amor que se da sin esperar nada a cambio. 

martes, 16 de agosto de 2016

Valéria


No puedo dejar de pensar en Valéria. La llevo grabada en mi mente. No deja de rondar mis neuronas y regodearse en mis sinapsis. Ella es París y yo. 

Esa mujer de mirada lánguida, lejana, melancólica, de ojos claros y aguados, de sonrisa suave casi presentida, de pelo rubio corto y al azar, piel blanca y esa voz de incertidumbre y de posibilidades, esa dualidad de idioma entre el italiano y el francés, ese imposible no adorarla que me lleva a recordarla en los momentos más inesperados. 

Ella es lo más parecido al amor, a la poesía, al placer de estar vivo para contemplarla y extasiarme con su vista. 

Ahora que estoy de regreso una vez más de París siento la necesidad de cerrar los ojos y pensar en ella. Imaginarla. Dejarla hacer de mis sueños su refugio.

viernes, 12 de agosto de 2016

La tolerancia sobre todo es diálogo


Lo que sí es incuestionable es que buena parte de los colombianos no se identifica con las reformas educativas que buscan una mayor tolerancia hacia los homosexuales.

En vez de condenarlos al infierno por intolerantes, habría que mejorar la comunicación y la información sobre la reforma.

La tolerancia implica también el diálogo continuado, permanente y sereno con las personas que no piensan y sienten como nosotros.

Los cambios y mejoras sociales jamás han sido fáciles, ni de un día para otro, sino paulatinos y a mediano o largo plazo.

Si queremos cambios no respondamos con el mismo miedo con el que los otros gritan, sino con la serenidad de quien está del lado de una buena causa.

Seamos tolerantes con los que todavía no lo son. Un día, ellos también lo serán si en vez de insultarlos los respetamos como exigimos que ellos lo hagan.

martes, 2 de agosto de 2016

Un encuentro en Merano

"Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper".
El Hilo Rojo del Destino (leyenda anónima japonesa)


Son las ocho de la tarde de un magnífico día de verano. Estamos a finales de julio y hacen treinta grados de temperatura en la Corsa de la Libertà en Merano. Hace dos días llegué a la ciudad. Paso un par de días de descanso. Me he escapado de la cotidianidad de mi vida. Mejor dicho, he huido de mí. Cada cierto tiempo deseo dejar de ser ese yo de todos los días y ser ese otro yo que vive en silencio dentro de mí. El viaje ha sido pesado. Llegué en la tarde al hotel Palace Merano. Un palacio en la Vía Camillo Cavour 2 en pleno centro de la ciudad. El hotel es lujoso y exclusivo, especializado en tratamientos de wellness. No estoy interesado en ellos, sino en el placer de no hacer nada, de no ser yo. No escribir, no pensar, no leer, no trabajar, solo dejar que el verano me broncee el alma. Me gusta el hotel y la habitación en la que estoy tiene vista a la ciudad, el río y las montañas. Todo es perfecto. Oír el italiano en medio del alemán tirolés que se habla en la región, es un placer adicional. Aunque también no faltan las voces extranjeras. Ahora los hoteles son lugares cosmopolitas donde se reúnen rusos, chinos, japoneses, americanos, europeos del norte y del este a gastar su dinero, a ostentar. Soy un desconocido entre desconocidos, y lo disfruto. La primera noche me fui directo a dormir y al otro día madrugué a desayunar, di una caminada a orillas del Adige y poco antes del mediodía me recosté en una tumbona al borde de la piscina y allí estuve hasta las cuatro de la tarde, en que subí a dormir un rato. Luego salí a conocer la ciudad. Me senté en una pizzería y cené solo. La ciudad es animada, mucha gente yendo y viniendo de compras y gozando de ese placer tan humano del mirar y ser mirado. Al sur de los Alpes se mira y se es mirado con desparpajo, sin tanto disimulo como en el norte, en esa tierra que ahora es también la mía: Alemania.

En la tarde mientras nadaba en la piscina que estaba medio vacía, ya que la mayoría de huéspedes estaban en la ciudad, en sus habitaciones o en el wellness, me tropecé con una mujer de unos treinta y seis años, rubia y guapa. Nos miramos, sonreímos y nos disculpamos en alemán. Yo por costumbre y ella por alemana. Seguí nadando un par de piscinas más. Nado a mi ritmo: despacio y constante. Así puedo nadar durante más tiempo sin agotarme ahí mismo. No nado para exhibirme ni para ejercitarme, nado porque me gusta nadar. El placer del agua, del movimiento y la ligereza del cuerpo. Nadar es un placer. Después de media hora de nadar, salí del agua. Me sequé con una toalla y me recosté a asolearme. El calor de la tarde era fuerte, pero agradable. Cerré los ojos para no pensar en nada. Pero la imagen de la alemana no dejó de rondar mi cabeza. Abrí los ojos, me enderecé y la busqué con la mirada en las tumbonas. Estaba recostada en una de ellas y charlaba con un niño de doce años que tenía que ser su hijo. Me quedé mirándola. Era muy guapa y tenía un cuerpo perfecto. Las mujeres a partir de los treinta y cinco años están en su esplendor. Me encantan. Observé como se movía, hablaba o se quedaba boca arriba con los ojos cerrados recibiendo el sol. No sé cuánto tiempo llevaba en ello cuando me di cuenta de que me estaba mirando. Le sonreí y no me respondió sino que volteó la cara para otro lado. Sentí ese golpe de frío que dan las desilusiones. No muy fuerte, pero jarto. Me olvidé de que ya no soy el joven de otros tiempos, sino un hombre mayor de barba blanca. En fin, cerré mis ojos y no pensé más en el asunto.


Desde hace un par de meses me adapto a la nueva realidad: ya no soy el más joven y me aburrí de las luchas interminables por el poder, por el dinero o por ser el mejor. Hay otros más hambrientos que yo, que se despedacen ellos, yo ya no tengo ganas. Quiero disfrutar de cada instante. Dejar que la vida me envuelva sin pretender cambiarla. Dejar ser y dejarme ser. Así de fácil y así de difícil. No volver a luchar por nada ni por nadie. Vivir por el placer de vivir. Me he quedado solo y no me molesta. Al contrario, estoy aliviado de no tener que ser el irresistible, el simpático, el amante perfecto. No que es que no lo hubiera sido con gusto, pero algo en mí ahora es diferente. Quiero amar tranquilo, sereno, sin arriesgarme a nada. En fin, me he vuelto un hombre predecible y contento de vivir. Más en mí  hubo, hay y habrá un yo inconforme, dispuesto a encontrar ese yo que sea el yo definitivo, el perfecto yo que nunca llegaré a ser. Ese yo inconforme, insatisfecho y que no me da pausa fue el que me trajo hasta Merano para pasar un par de días de soledad.

En la tarde dormí la siesta y a eso de las cinco bajé al bar que da sobre la piscina a tomarme un refresco y despúes salir a dar una vuelta por la ciudad. El bar esta desocupado. Me siento en la barra. Frente a mí hay un aviso que dice "American Bar". Según me contó luego el barman, el nombre se debe a la cantidad de americanas que en los cincuenta venían con sus amantes a pasar unos discretos días de amor. La piscina está llena y la gente nada de un lado al otro. Aun en vacaciones muchos siguen la rutina de ejercicios, de cuidarse y de logros. Para mí la piscina es para nadar, asolearse y flirtear. El barman se alegra de tener algo que hacer y me pregunta que qué deseo tomar. Pido un cóctel de limón, naranja y mango con una pizca de ginebra. No sé por qué lo he pedido, si no me gusta el alcohol. Pero es divertido ver al barman mezclando con tanta seguridad la bebida. Me acerca una servilleta, sobre el portavasos pone el cóctel y a su lado un plato con maní. Le doy las gracias. Me tomo el primer sorbo. Está rico, pienso, ni demasiado dulce ni demasiado alcohol. Miro al barman y le hago un gesto de que el cóctel es perfecto. Sonríe e inclina la cabeza a manera de agradecimiento. Luego se voltea y saluda a alguien que a mis espaldas entra en el bar. Me giro a ver quién ha entrado. Es la alemana y el sentimiento de placer que tenía se esfuma. Vuelve a mí el oso que hice en la piscina al mirarla tanto y su rechazo. Es bella, muy bella. No puedo evitar admirarla a pesar de mi malestar. Tomo otro trago del cóctel y hundo mi mirada en la tabla del bar. No quiero mirarla. Ella se sienta a mi lado. Podría haberse sentado un poco más retirada, pienso. Al fin y al cabo el bar está vacío. Alzo la cara y me está observando mientras sonríe.

-Hola- me dice sin dejar de sonreír. Es otra, pienso. La saludo y sonrío. Estoy desconcertado.
-Disculpe que lo haya cortado de esa manera en la piscina. Estaba perdida en mis propios pensamientos- me dice e insiste en sonreírme. Le digo que no tiene importancia y que me disculpe por mi mirada tan descarada. Se ríe.
-Me gustaría invitarlo a salir- agrega mirándome a los ojos. Menos mal no hay espejo y no puedo ver la cara de tonto que debo haber puesto. Al mismo tiempo, una ola de calor y placer sube por mi cuerpo. Digo que sí ahí mismo. Creo que es uno de los síes más rápidos de mi vida.
-Mañana a las seis lo espero en la Corsa de la Libertá, frente al almacén de Swarovski- me dice casi esperar mi respuesta. Se levanta y como por descuido, cuidadosamente pensado, me roza el brazo. Dios, me siento como un adolescente. La dicha prima sobre la vergüenza. Suspiro. 


Merano es una ciudad pequeña rodeada de montañas a orillas del río Adige que baja jubiloso hacia Verona para desembocar luego en el Po. Su arquitectura y su cultura no son las típicas de Italia, sino austriacas. Se habla el alemán típico del Tirol y por supuesto italiano. Algunos periodistas, actores y artistas que se destacan en Austria y Alemania nacieron en el Trentino.

He llegado, por supuesto, un cuarto de hora antes a nuestra cita. L Corsa de la Libertá, donde estoy en este momento, me recuerda las calles peatonales de las ciudades alemanas como la Agustinerstrasse de Mainz. Los avisos vienen en los dos idiomas y por la calle se oyen las voces tirolesas e italianas por igual. Esta curiosa e interesante mezcla de culturas es el resultado de las muchas guerras entre Italia y el antiguo imperio Austro-Húngaro. La gente está contenta con su vida y disfruta de las ventajas de los dos mundos. Mucho alemán que quiere sentirse en casa pero con el aire y el clima italiano viene de vacaciones a esta ciudad. Y, por supuesto, los aficionados a las carreras hípicas que se celebran en su imponente hipódromo. Me gusta la ciudad, sus calles y el bulevar que está junto al río. La ciudad es encantadora y la Corsa de la Libertà tiene tiendas muy lujosas, cafés, pizzerías y heladerías. No tengo afán y camino observando las casas, las tiendas, los restaurantes, la gente, los comensales y los camareros con detenimiento. Ya no puedo grabarme todo hasta el mínimo detalle como cuando era niño que nada me pasaba desapercibido y que mi cerebro absorbía la información sin problemas. Ahora mi cerebro solo recuerda lo que necesita o es de uso diario. Lo demás no sé dónde lo archiva, pero me cuesta trabajo recuperar la información. Por ello me creo asociaciones con cosas, hechos o personas que de algún modo tengan que ver con lo que quiero recordar para no olvidar. En fin, trucos de viejo para no desaparecer antes de tiempo.

Mientras la espero, miro la vitrina de Swarovski. Todo brilla, también los precios. Hay una pareja sentada frente a un escaparate mirando un muestrario que la joven dependiente les enseña. 

Mientras miro para un lado y otro de la calle buscándola, se acerca a mí una pareja con una niña. Se nota que son suramericanos y que están de paseo. La mujer me pregunta con el inconfundible acento venezolano si hablo español. Cuando le contesto que sí me vuelve a preguntar casi como una afirmación si soy el poeta.  Me desconcierto un poco, pero le digo que sí. Ella se ríe y me dice que lo sabía, que me sigue en twitter, que muere por mis poemas y mis frases de amor. Le sonrío confundido. Me pregunta dónde puede conseguir mis libros y tengo que confesarle que no tengo libros publicados.
Espero que a fin de año tenga el primer libro de poemas publicado. Se despiden y me quedo con esa mezcla de dicha de ser reconocido por primera vez en la calle por un desconocido que me ha leído en twitter y la vergüenza de aún no haber publicado un libro. En fin, mientras estoy en mis pensamientos, ella, mi alemana, ha llegado y me sonríe.


Nos saludamos con un beso en el cachete. Huele rico. Al tomarla de la cintura noto lo esbelta que es. Me coge la mano. Mejor dicho, con un dedo de su mano entrelaza un dedo de mi mano y caminamos. Miramos las vitrinas, comentamos lo que vemos y nos acercamos el uno al otro como por casualidad. Reímos y nos detenemos en medio de la calle a mirarnos. Esos cinco segundos de más de una mirada que significa, que lo insinúa toda. Ella me lleva a un restaurante donde toca un grupo de música tirolesa. Demasiado animado, pienso. Pero me siento tan bien que todo me agrada. Estoy flotando con ella. Los demás no existen. Sólo la oiga a ella. Mis ojos se han quedado a vivir en sus ojos. Nos sentamos en la terraza. Oimos la música y tomamos cerveza. Ella ha puesto su mano sobre mi mano. Ha acercado su silla a la mía. Recuesta su cabeza en mi hombro. La saco a bailar. Bailamos. Nos pegamos el uno al otro. Giramos despacio en nuestro propio mundo de emociones y sensaciones. No sé cuánto tiempo hemos estado bailando en brazos del otro. Pero ya oscurece. Nos sentamos en la mesa. Pedimos otras cervezas. Callamos. Nos miramos. No es necesario decir nada. Ella parece ida. Cierro los ojos. Quiero sentir el momento. Dejarme ir. De pronto oigo su voz

-Hay que besar al diablo para descubrir el bien en los otros.- me dijo mientras bebía su dry martini. -La bondad está escondida en las personas. No está a flor de piel. Se esconde para sobrevivir en un mundo que es lo más parecido al infierno. Porque la vida no es otra cosa que el infierno. Así que la bondad pasa desapercibida, aunque existe. Me miró a los ojos y por un instante no dijo nada. Luego sonrío como las personas que saben que no hay esperanza o que no conocen donde está ésta. No supe qué decir. Me tomaba un trago con ella con el deseo nada secreto de que me llevara a su cama y por una noche olvidar quienes éramos. Pero ella tenía su mente en otro hombre, en su propia vida y me la describía como la sentía, como la percibía. La realidad será de una manera, pero la manera en que la percibimos puede ser otra. Y también es realidad. La realidad más real es la que imaginamos y no la que vivimos.

También fui feliz en el amor cuando no amaba a nadie, cuando quería a muchas y no me até a ninguna. A los cuarenta y cinco era perfecto. A los treinta y cinco y a los treinta años fui feliz en el amor. Me querían y quería. En esos días la fugacidad del amor no me dolió. Era parte de la vida y siempre había otro amor esperando para ser amado. No fui cínico. Tuve suerte de no estar enamorado y sí de querer sin sentir el deseo de dejar de ser uno para fundirme en otro. Fueron días felices en el amor, luego en mi vida tanto laboral como diaria. Pude dar tanto y me dieron mucho. Lo mejor de mi vida fueron las mujeres. Ellas le dieron sentido a lo que me sucedió y a lo que no. Ellas me salvaron de sentirme único o importante. Me protegieron de mí y de los demás. Me dieron todo lo que un ser humano puede dar sin dejar de ser y yo hice lo mismo con ellas. Sin amor la vida habría sido muy aburrida.

-Descubrir que uno no es tan importante como nos dijeron, como nos hicieron creer es el verdadero engaño. Es lo que duele tanto, lo que hace difícil superar el desamor.- me dice mientras me toma de la mano y la acerca a su cara. -Sabernos burlados por la persona que amábamos, por la que no dudamos en dejar abiertas las puertas de la muralla contra el dolor y la decepción que hemos construido en nuestro corazón para sobrevivir. Saber que entraron en uno y nos dejaron apenas se dieron cuenta de que no éramos tan importantes. - sonríe mirándome con tristeza- se han burlado de nuestros sentimientos y nos han dejado a la intemperie con el corazón en la mano y el amor hecho pedazos- agrega.

La miré en silencio. Ella volteó la cabeza y se quedó con la vista puesta en el horizonte. No supe si observaba algo. Más bien parecía ida en sus recuerdos. Era guapa, muy guapa. Una piel suave como de melocotón. El pelo rubio claro y ojos azules como dos lagos de ensueño. Nos quedamos en silencio. No sé si a nuestro alrededor la gente hablaba o nos prestaba atención. Estábamos detenidos en ese instante en que no se sabe si todo ha acabado o continúa. Volvió su cara hacia mí y me tomó de la mano.- Vámonos - me dijo y se paró. La seguí sin decir nada. Salimos a la calle, a la noche y a la vida. 




lunes, 1 de agosto de 2016

Tanto tiempo en busca del amor


Después de tanto tiempo en busca del amor, de tanta risa dejada en la mirada de ellas, de la alegría desperdiciada a raudales en sueños pasajeros, de tantos días y noches de baile, de tanto nadar por los mares de este mundo, de tanto caminar las calles de pueblos perdidos y de ciudades que tanto me quisieron, de tanta generosidad recibida por gente que no esperaba nada a cambio, del amor que llegó un día y se quedó a vivir en mí para siempre, de leer todo verso que se atravesó por mi camino y de escribir poemas en su piel, de quedarme a soñar en los sueños de una extranjera, de sentir la mano tierna de una mujer que nunca me ha dejado en los días difíciles, de besar y ser besado por el placer de ser uno en una lejana noche de verano en Deauville, de dejar mi vida en la vida de las personas que me han amado, de saber que nada es para siempre, ni siquiera la eternidad...he descubierto que cada mañana volvemos a empezar, volvemos a soñar.

Después de tanto tiempo en busca de ya no sé qué, he entendido en medio de la tristeza y la soledad que el amor y la vida no son otra cosa que la oportunidad -no importa la edad ni el momento- de volver a empezar, de volver a soñar.