No
puedo dejar de pensar en Valéria. La llevo grabada en mi mente. No
deja de rondar mis neuronas y regodearse en mis sinapsis. Ella es París y yo.
Esa mujer de mirada lánguida, lejana, melancólica, de ojos claros y aguados, de sonrisa suave casi presentida, de pelo rubio corto y al azar, piel blanca y esa voz de incertidumbre y de posibilidades, esa dualidad de idioma entre el italiano y el francés, ese imposible no adorarla que me lleva a recordarla en los momentos más inesperados.
Ella es lo más parecido al amor, a la poesía, al placer de estar vivo para contemplarla y extasiarme con su vista.
Ahora que estoy de regreso una vez más de París siento la necesidad de cerrar los ojos y pensar en ella. Imaginarla. Dejarla hacer de mis sueños su refugio.
Esa mujer de mirada lánguida, lejana, melancólica, de ojos claros y aguados, de sonrisa suave casi presentida, de pelo rubio corto y al azar, piel blanca y esa voz de incertidumbre y de posibilidades, esa dualidad de idioma entre el italiano y el francés, ese imposible no adorarla que me lleva a recordarla en los momentos más inesperados.
Ella es lo más parecido al amor, a la poesía, al placer de estar vivo para contemplarla y extasiarme con su vista.
Ahora que estoy de regreso una vez más de París siento la necesidad de cerrar los ojos y pensar en ella. Imaginarla. Dejarla hacer de mis sueños su refugio.
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