La
mitad de la vida escolar me la pasé esquivando tareas, clases
aburridas, matones, ignorantes, aprender de memoria cualquier cosa y
a profesores que hubieran matado a una ostra de aburrimiento.
La
otra mitad la dormí, me escapé del colegio o dibujaba cuadernos y
cuadernos con mapas, perfiles de personas y animales.
Lo
mejor del colegio fueron las fiestas de fin de semana que organizamos desde tercero hasta sexto de bachillerato. Si no hubiera
sido por esas fiestas no hubiera podido mantener mi cordura. Qué
exagerado soy!
No
tengo ni idea de cómo me pude graduar. Recuerdo poco de lo que
enseñaban y mucho lo que los profesores maltrataban y humillaban a
los alumnos.
Después
de tantos años sigo detestando el colegio.
Sin
embargo, mi mejor amigo, mi único amigo de verdad es del colegio.
Me casé con una compañera también del colegio y sigo con ella, o ella sigue conmigo, mejor dicho.
Y
siento un agradecimiento por los profesores de música, von Hoff, que
me enseñó a entender la música y por el profesor de castellano y
geografía, Ochoa, que me explicó la economía, la política y
enseñó a escribir; y afecto por mis profesores de historia,
Fräulein Brandes y Herr Eckardt, porque me trataron como a una
persona de verdad.
Pero
por ningún motivo volvería al colegio.
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