jueves, 23 de abril de 2015

Bonn, donde viven mis sueños





A mí lo que me gustan son las ciudades. La gente que viene y va, que llena las calles de ruidos, de colores, de olores, de charlas, de peleas y movimiento. Perpetuo movimiento. Las ciudades son seres vivos. Crecen, se transforman, envejecen, cambian y, también se mueren.

Y los días de sol se hicieron para ir a la ciudad. Dejar este parque enorme, silencioso, tranquilo y único donde vivo e ir a la jungla de cemento y ruidos a vivir y ser vivido.

El centro de Bonn es peatonal, de calles que vienen desde épocas de los romanos: pequeñas, sinuosas y llenas de tiendas, restaurantes, panaderías y de gente que viene y va, de mendigos, de músicos ambulantes, turistas chinos y del resto del mundo. Las calles hablan distintos idiomas. El centro de la ciudad gira alrededor del Marktplatz, con el cabildo , donde se casan las parejas por la civil. Hoy también hay un matrimonio. Me gusta que la gente se case. Es una muestra de optimismo, de confianza en el futuro. El otro eje de la ciudad es el Münsterplatz con la catedral y el gigante Kaufhof de la Remigiusstrasse. Uno de los almacenes que más vende en Alemania. Todo enmarcado por la Universidad, antiguo palacio veraniego del arzobispo de Colonia, destruido en los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial, y reconstruido para albergar la universidad.

Hemos ido a la orilla del Rin a tomar una cerveza y disfrutar del panorama.Allí hemos visto zarpar los buques de turistas que recorren el Rin hasta Coblenza y regresan. 

 Luego hemos ido  al centro a comprar un par de cosas y hemos almorzado en un restaurante turco. El restaurante era grande y de estilo familiar. Nada del otro mundo, pero la comida una delicia. Hay varias mesas ocupadas por jóvenes turcos y otras con mujeres con el pelo cubierto y niños gritando y brincando y alejado de todos un turista que parece extraviado en es lugar con sus bermudas, camiseta vieja y desteñida y el pelo despeinado. El camarero nos habla en turco y nosotros le contestamos en alemán. No parece dominar el alemán y nos mira sorprendido cuando hablamos castellano. La comida es abundante, demasiado abundante. No podemos comerla toda, aunque queríamos. Un placer comer en ese lugar. Después hemos pasado por la casa de Beethoven, donde siempre hay un grupo de turistas tomándose fotos y nos hemos topado con una librería en liquidación: todos los libros a dos euros. No estaban los best sellers del momento, pero un par de buenos libros. Así que hemos salido con un paquete muy pesado del ibros. Ese sí que es un placer: comprar libros.

La ciudad está llena de gente. Es un río viviente que se desborda por las calles y entra y sale de los almacenes sin cesar. El capitalismo será un pecado mortal, pero qué vital es. Hay mucho movimento, pero no hay estrés. Todo la gente se ve contenta, positiva, menos una pareja: ella le escupe un sarcasmo que a él le cae en plena cara y le quita los colores de la piel.

Hemos caminado varias horas y estamos cansados. Hace sol. El clima está agradable y perfecto para estar en la calle. Pero ya no podemos más y nos devolvemos a casa.


Bonn, una pequeña ciudad universitaria a orillas del Rin, donde mis sueños viven y vivo mis sueños. 

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