Entre
el 25 de diciembre y el 4 de enero la vida se detiene. Entramos en
los días muertos. Es como un paréntesis. Se está, pero no se es.
Hay algo de vacío, de nada en estos días que siendo parecen no
ser.
Días
de espera. Como una pausa involuntaria. No es cansancio. No es
tristeza. Es vacío. Como queriendo que llegue de nuevo la amada
rutina, la certeza de los días con horario fijo.
Días
en que, si nos descuidamos, nos da por hacer balance de nuestra vida,
revivir éxitos o derrotas. Y sentir esa sensación, que en el fondo
de cada uno de nosotros vive, de esplendoroso fracaso, de
irremediable pérdida, de un cierto sin sentido de lo que hacemos o
dejamos de hacer.
Por
supuesto que nos reímos, comemos, salimos, en fin, vivimos, pero
dentro de nosotros hay una parte desconcertada, un yo que no se deja
manipular por nuestra máscara de felicidad, y duda; un yo que sabe
que todos en el fondo queremos regresar a la seguridad de la
monotonía para no pensar.
Algo que todos hemos experimentado y que a veces es desagradable y otras es esa sensación del " ocio creativo".
ResponderEliminar