En
un yate de quince metros de eslora regresa Laura a mi vida. El yate
atraca en el muelle del Club de Pesca de Cartagena de Indias, donde
hemos quedado a cenar. El club está en el barrio de Manga en el
Fuerte de San Sebastián del Pastelillo, construido por los españoles
en 1743 para defender la ciudad de los ataques piratas. Este sitio
nos recuerdo a los dos un viaje que hicimos hace más de treinta años
apenas nos habíamos graduado del colegio. Laura había viajado con
sus papás a Cartagena para pasar vacaciones y yo llegué a visitar a
papá, que estaba en puerto un par de días. Nos encontramos por
coincidencia en el Club comiendo y nos pusimos a charlar. Después
caminamos cogidos de la mano por el centro de la ciudad y terminamos
viendo el amanecer en la playa del hotel Caribe. Desde esa noche nos
volvimos amigos para siempre. Más que amigos , diría yo, pues entre
los dos hay una carga de deseo y sensualidad que es difícil
resistirse. Vivimos entre que sí y que no. O tal vez. Laura está
bronceada. Los ojos verdes resaltan su mirada y su sonrisa es sólo
para mí. Tienes los hombros descubiertos y dorados. Lleva un vestido
de lino blanco. Usa alpargatas y del hombro le cuelga una mochila
wayuu. El pel ole llega hasta los hombros y puedo oler su suave
perfume al acercarme a ella y abrazarla mientras le doy un beso en la
mejilla. Estoy contento de volverla a ver, de sentirla entre mis
brazos.
Nos
sentamos en una mesa cerca a la muralla desde donde podemos observar
la bahía y la silueta luminosa de los edificios al otro lado de la
bahía. Pedimos ceviche. Nos fascina el ceviche, una manera de
reconocernos y decirnos sin hablar que nos queremos. En Bogotá
íbamos a la Ochenta y Cinco a comer ceviche en una antigua caseta
del bus municipal. El que atendía el lugar después de unos años
hizo plata con el negocio del ceviche. Después de comer allí, nos
íbamos al Almirante a cine. Así que cada vez que nos volvemos a
encontrar, si se puede, comemos ceviche. Laura está preciosa. No
puedo dejar de mirarla y le cojo la mano. Ella no la retira y anuda
sus dedos a los míos. Sonreímos, suspiramos y miramos en el
horizonte una bandad de cormoranes que regresan a sus nidos.
El
grup ode músicos toca un bolero y Laura me saca a bailar. Con ella
es una delicia bailar. Es suave como una pluma y su cuerpo intuye al
mío y gira al mismo ritmo.
Soy
ese vicio de tu piel, que ya no puedes desprender,
soy
lo prohibido, soy esa fiebre de tu ser
que
te domina sin querer,
soy
lo prohibido, soy esa noche de placer,
la
de la entrega sin papel, soy tu castigo,
porque
en tu falsa intimidad,
en
cada abrazo que le das sueñas conmigo.
Bailamos
muy juntos. Su cuerpo se pega al mío. Su cabeza se acomoda en mi
hombro y enlaza sus brazos alrededor mío. Hundo mi cara en su pelo
que huele delicioso. Giramos lentamente al ritmo de la música. En
ese momento somos el universo entero. Sin darme cuenta y con una
sinceridad que me sale del alma le digo -Cuando quieras lo dejo todo
y me caso contigo-. Ella sólo se aprieta un poco más a mí y me
susurra en el oído -Gracias, lo sé-.
Soy
el pecado que te dio nueva ilusión en el amor,
soy
lo prohibido, soy la aventura que llegó para ayudarte
a
continuar en tu camino, soy ese beso que se da
sin
que se pueda comentar,
soy
ese nombre que fuera de aquí pronunciarás,
soy
ese amor que negarás para salvar tu dignidad,
soy
lo rpohibido.
Seguimos
bailando sin decirnos nada. Cada uno en sus pensamientos. Disfrutando
de la presencia del otro. Siendo el otro en brazos del amor. Porque
lo que sentimos es amor. Llevamos toda una vida negándolo, pero es
amor lo nuestro. Sé que los dos lo hemos sentido igual, que las
palabras sobran, que el amor ha llegado para quedarse entre los dos.
Cuando
termina la música me coge de la mano y nos dirgimos a la mesa donde
un camarero impaciente pero cortés espera para poder trernos los
platos que hemos pedido. Pero ninguno de los dos está pensando en
comer. He rotó un acuerdo tácito y he dicho las palabras que los
dos hemos pensado más de una vez, pero que no debemos decir. Laura
vive su libertad y yo tengo una familia desde hace tiempo. Laura es
parte de mí y yo de ella. Este es el acuerdo: encontrarnos de cuando
en cuando y hacer de cuenta que el futuro y el resto del mundo no
existe. Lo he quebrado en un momento de espontaneidad y le he dicho
lo que sentía, lo que me gustaría hacer.
-Todo
es posible- me dice sin soltarme la mano. Me mira directo a los ojos
y el verde de su mirada me inunda. Soy suyo.
-Aunque
creo que tú y yo no serviríamos para el matrimonio- quiero
contestarle, pero me pone la mano en la boca y le muerdo con suavidad
un dedo. -Déjame terminar. Sé lo que me estás diciendo. Es
maravilloso y me halagas. Sabes que yo también te amo, que te amo
con locura, que eres el hombre que más he querido en mi vida. Pero
yo soy muy independiente y tú eres muy dependiente. No funcionaría.
Después de la euforia, ninguno sabría qué hacer con el otro. Deja
que la felicidad sea lo que nos una y nos mantenga juntos a pesar de
la distancia-.
-Pero
todo es posible- repite y me besa.
Soy
el pecado que te dio nueva ilusión en el amor,
soy
lo prohibido, soy la aventura que llegó
para
ayudarte en tu camino,
soy
ese beso que se da sin que se pueda comentar,
soy
ese nombre que jamás fuera de aquí pronunciarás,
soy
ese amor que negarás para salvar tu dignidad,
soy
lo prohibido.
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