Para ella que me amó siempre
Pero
un día llega el amor que lo cambia todo -pensó Joshua ben Gabriel-
hebreo de Sevilla, sentado frente a su tienda mientras miraba el
atardecer a las puertas de la ciudad. Regresaba después de tantos
años de vivir en Mallorca
.
Tenía
57 años y volvía a su tierra natal para esperar en paz el
resto de su vida. Llevaba en el exilio tanto que ya no recordaba cómo
era la ciudad, sólo la soñaba con esa nostalgia interminable de los
que no pueden volver.
Era
la hora en que la tierra se va a dormir y los que ven quedan ciegos y
los que sueñan, ven. El susurro del viento soplando entre los
olivares y los chopos lo acompañaba y los cantos de los que en las
otras tiendas acampaban con él a la espera de la llegada del sol
para entrar a la ciudad, a Sevilla, junto al Guadalquivir, puerto de
los amores y la vida de su familia por siglos.
El
azar es la flor de las sorpresas. No sabes qué pasará, pero sabes
que algo pasará. Esa es la vida mía. La que he vivido desde que
tengo memoria.
Al
partir a Mallorca para aprender al lado de mis tíos el arte de los
negocios, de las matemáticas y la poesía, tuve que dejar mi primer
amor, a Ruth. Una bella niña de grandes ojos, sonrisa traviesa y el
pelo del color de los atardeceres. Nunca le hablé, sólo la miraba
desde lejos. La observaba con mi corazón latiendo con fuerza
mientras ella brincaba y saltaba por el patio de nuestra casa y
después corría hasta el de la suya que estaba al lado y que
compartíamos pues su padre era primo lejano de mi padre. Habían
llegado desde el norte de África en busca de mejores posibilidades
de vida en la ciudad de Sevilla, a nuestra casa.
Joshua
ben Gabriel se retiró a su tienda y pidió a su sirviente que le
despertará antes del amanecer. La noche pasó rápido. Aunque varias
veces se despertó por la expectativa del regreso. Cómo estaría su
ciudad, esa calle donde creció, la casa de su padre y de sus
antepasados. Estaría todavía el jardín donde Ruth jugaba mientras
el un hombre joven leía los poemas de los grandes. Estarían las
palmeras que lo habían acompañado en sus caminatas por el borde del
río.
Qué
mundo nuevo le esperaba al regresar de los recuerdos a la realidad.
Don
Joshua es hora de levantarse. La aurora espera por usted, le dijo su
sirviente mientras le servía el exquisito té traído desde la
lejana India y comprado por su primo Samuel ben Gabriel en el puerto
de Tánger. La noche estaba oscura y llena de estrellas. Buen
presagio, pensó Joshua. Dios está con nosotros. Vuelvo a la ciudad
de mi familia, a mis raíces, a mi tierra. Se sentó frente a la
tienda y esperó con tranquilidad a que el cielo se empezara a teñir
del tenue gris de la madrugada. Siempre se sentía agradecido con
dios por el placer de disfrutar cada mañana del renacer de la luz.
Un momento en que se rencontraba con la armonía de la vida. Respiró
profundo. Quería abarcar con sus pulmones el universo que se
presentaba ante él. El cielo iba contorneándose en el horizonte.
Los animales ya estaban en plena actividad. Los trinos de los pájaros
no cesaban. Se imaginaba que se hablaban los unos a los otros
contándose las vicisitudes de la noche que no volvería. Porque
todos los seres vivos sentimos y nos comunicamos.
En
Mallorca, en casa de su tío, Abraham ben Neftalí, arrendador de
impuestos del rey, se seguía estrictamente las leyes de la Halajá y
se seguía hablando árabe andalusí y
romance aljamiado en casa. Aunque la lengua de uso con los cristianos
de la ciudad era romance.
Su
sirviente, Abdul Hassan, era hijo de un esclavo musulmán de su tío
comprado en un viaje a la isla de Mallorca por negocios de lana y
aceite de oliva que con sus ganancias sirvió para comprar el
arriendo de los impuestos de la ciudad.
La
casa del tío era de grandes muros hacía la calle en el call de
Palma cerca de la sinagoga. Hacia afuera no se notaba la riqueza de
la familia de Abraham ben Neftalí. Lo primero que encontraba el
visitante era el jardín lleno de flores y el sonido continuo del
agua que brotaba de las fuentes. Un remanso de paz con vistas al mar.
Durante
esos años de aprendizaje en casa de su tío, Joshua oyó las
historias de las hambrunas y de las pobres cosechas de los
campesinos, de la Peste Negra que diezmó el campo y las ciudades, de
la migración de la gente en busca de mejor vida hacia las ciudades
donde no tenían que servir de siervos de los caballeros y nobles que
los explotaban, de las riquezas amasadas por algunos hebreos y que
generaban relaciones muy tensas con el resto de miembros de la aljama
y de los caballeros cristianos que perdían poder día a día. Poder
que era ganado por las ciudades y por el propio rey.
Joshua
escuchó a su tío contar la historia de José Pichón, Yusaph
o Yuzaf, quien fue nombrado por Enrique II de Castilla
almojarife y contador mayor de la ciudad y del arzobispo de Sevilla.
En
la aljama muchos eran los que le tenían envidia y fue denunciado
ante el rey, quien le evitó la cárcel mediante el pago de 40.000
doblones. Los hebreos estamos acostumbrados a comprar la libertad y
la dignidad con dinero. Es el único idioma que entienden los
cristianos.
Tras
la muerte de Enrique II, en el año de 1379, el nuevo rey se coronó
en Burgos, a donde acudió José Pichón como muchos otros de los más
prominentes de nuestra comunidad, dado que también tendría lugar
allí la subasta de los impuestos reales.
Algunos
de ellos en representación de varias aljamas, se presentaron al rey
en el día de la coronación, y explicándole que había entre ellos
un malsín, es decir, un informante y traidor que merecía la muerte
según las leyes de nuestra religión, obtuvieron de forma indirecta
un albalá, cédula real, que permitía la muerte de los
malsines, sin especificar el destinatario de tal condena.
Posteriormente,
la delegación tomó esta orden, y junto con varios líderes de la
comunidad, se presentaron a Fernán Martín, verdugo del rey. Este
último no dudó en cumplir el mandato real y a una hora temprana del
21 de agosto 1379, se dirigió, junto con Don Zulema (Salomón) y Don
Zag (Isaac), a la residencia de Pichón, que todavía estaba
durmiendo. Tan pronto como apareció a la puerta, Fernán echó mano
de él y, sin decir una palabra, lo degolló,según la costumbre
establecida en el gobierno interno de la judería.
Al
enterarse de la muerte de Pichón, el rey Juan I, enfurecido, mandó
ejecutar públicamente a Zulema, a Zag y al rabino jefe de Burgos,
que también estaba en la trama;así como también mandó cortar la
mano derecha del alguacil mayor que había intervenido en ella; y le
retiró a nuestra comunidad la potestad que hasta entonces había
tenido de aplicar justicia de sangre entre nosotros.
Desde
ese nefasto asesinato, la vida de la aljama de Sevilla se hizo cada
vez más difícil y entre los cristianos aumentó el rechazo al
“pueblo deicida”, como nos llamaban los más intolerantes de sus
sacerdotes. La furia aumentó también por las malas cosechas, el
hambre y la miseria en que muchos quedaron después de pagar los
impuestos que parte de nosotros cobrábamos a nombre del rey. Sólo
estábamos seguros detrás de los muros de nuestra aljama. Los
prominentes de nosotros, acostumbrados ya por siglos de persecución
y rechazo, empezaron a tomar ciertas medidas para evitar saqueos,
robos, palizas y violaciones de nuestra gente. Muchos fueron enviados
a las fincas en las afueras. Las mujeres no podían salir solas y los
hombres procuraban salir de día y en grupos. Mis padres muy
preocupados hicieron los preparativos y me enviaron a estudiar con
mis tíos de Toledo. Corría el año de 1391.
Mientras desayunaba mirando el sol de la mañana y las aguas del Guadalquivir, supo que había llegado el momento: regresaba a ella, por ella después de tantos peligros, y su corazón se aceleró
Mientras desayunaba mirando el sol de la mañana y las aguas del Guadalquivir, supo que había llegado el momento: regresaba a ella, por ella después de tantos peligros, y su corazón se aceleró
Foto: El Callejón de la Judería es una de las salidas del barrio de Santa Cruz, que comunica el barrio con el Patio de Banderas.