La
miré y sentí algo dentro de mí que despertaba por primera vez.
Sólo fue verla y la sangre se lleno de fuegos que me hacían
cosquillas. Me quedé mirándola por el tiempo de una vida o por un
instante. A los siete años
no se entiende nada del tiempo ni de ese cosquilleo que nos producen
las niñas cuando las miramos. Recuerdo que esa nueva e inesperada
sensación me gustó, me gustó mucho.
Hoy,
en mil lugares del mundo, un niño mirará por primera vez a una niña
y los dos sentirán que se ahogan. Se pondrán colorados. No dirán
nada, pero querrán volverse a ver. Habrán descubierto el amor.
A
veces recuerdo con nostalgia al niño que un día fui y que descubrió
hipnotizado el mundo de los libros. La maravillosa lectura. El vicio
más bello de la vida. Ese mismo niño que de lejos miraba fascinado
a las niñas y que ya nunca dejaría de adorarlas.
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