Beatriz,
bella y eterna,
„Y
luego quisieras confundirte en todo
Y tenderte en un descanso de pájaros extáticos
En un bello país de olvido
Entre ramajes sin viento y sin memoria
Olvidarte de todo y que todo te olvide.“
Y tenderte en un descanso de pájaros extáticos
En un bello país de olvido
Entre ramajes sin viento y sin memoria
Olvidarte de todo y que todo te olvide.“
Vicente
Huidobro
jamás
pensé que te volvería a ver. Aunque cada día mi deseo era verte de
nuevo. Pero cuando ya no creía posible contemplarte una vez más, abrí los
ojos y allí estabas tú. Igual que siempre. La misma sonrisa, los
mismos ojos, el mismo y tan extrañado
olor tuyo. Estabas junto a mí como si existieran los milagros, como
si supieras que me estaba muriendo de ganas de verte, y muriendo
literalmente. Sólo pensé en lo bella que eres. Lo bella que te
recordaba y lo bella que te vi en ese momento. Mientras te miraba
asombrado mi mente repetía bella, bella, bella, bella, bella.
En
el instante en que abrí los ojos y estabas frente a mí fui feliz.
Por un instante me olvidé de la muerte, del dolor, de la
desesperanza y del miedo, del miedo tan tenaz que se tiene cuando
se sabe que se va a morir. Pero tu presencia por un momento me quitó
el miedo y me devolvió la vida. Porque aunque sigo vivo, vivo
muerto. Y aunque no me he muerto, no es vida lo que llevo, sino
espera mortal.
El
cuento de que uno se resigna a la muerte es más facil de decir que
de vivir. Lo que hago por físico cansancio es no gritar de miedo y
rabia, ni salir corriendo para huir de la muerte. Pero que eso sea
resignación, no estoy tan seguro. Este miedo a la muerte, es decir a
la nada, a que a pesar de la paciencia con el dolor, con el deterioro
físico uno quisera creer que después de todo hay una forma de
negociar con la muerte un par de horas más, de días o de meses sin
dolor y con ganas de vivir. Pero la puta muerte no acepta nada. Eso
es lo que me hunde, me enfurece, me desespera, me mata...me
río...pero es que me muero de miedo y de verdad.
Tantas
muertes que se suceden sin descanso y a todo momento y no sabemos
nada de ella. Nada de nada, hasta que nos coge de las pelotas y está
ahí. Siento un miedo tan diferente a los miedos que tuve cuando
estaba vivo y no sabía que me iba a morir. Este miedo es miedoso de
sentir. Un miedo que se siente por todo el cuerpo y que impregna cada
pensamiento y acto de lo que nos queda de vida.
Pero
no quiero abrumarte con mi muerte. Cuando muera ya habrá tiempo para
ello.
Ahora
quiero darte las gracias por volver a mí, por tomarme de la mano,
por esa mirada que me devolvió el amor, ese amor que fue de los dos,
esa mirada que no delató el horror que debiste sentir al verme en el
estado en que estoy. En fin, gracias por cada palabra, por cada
gesto, por dejarme llorar, por llorar conmigo. Tengo un nudo en la
garganta al recordar nuestro reencuentro. Pero es el nudo en la
garganta más feliz de mi vida, porque aunque me voy a morir, pude
volverte a ver. No sólo soñarte,
sino verte, sentirte, olerte y oírte. Como un milagro para este ateo
tan raro que soy. Porque no he dejado de rezar cada noche de mi vida,
a pesar de que mi mente me dice que dios no existe. Hay algo en mí,
y no es la angustia de la muerte, más bien la angustia de la vida
por darse un sentido, que me susurra que no pierda la esperanza, que
tal vez estoy equivocado y que dios sí existe. Ya sé que son
tonterías y que suena patético. Pero así soy y así fui siempre.
Tantos
años
invisibles en mi vida. Tantas vidas en una sola vida. Tantos
silencios, cuántos secretos que se perderán, o mejor dejarán de
ser conmigo. La vida que llevé sin ti es parte de esos años
invisibles. Tiempo que nos fue robado por la realidad y a su vez
tiempo que nos fue dado para vivir otras vidas.
No
nos despedimos. Pero los dos sabemos que no volveremos a vernos, que
fue la última y maravillosa vez que estuvimos juntos. Así fue
mejor. Si nos hubiéramos despedido para siempre, me hubiera
desmoronado, deshecho en llanto. Sé que también lo sientes así. Sé
que eres la mujer de mi vida, de mis sueños, la amada que no fue
para mí, que el destino nos jugó una mala pasada, que vivimos lejos
del otro con él en nuestro corazón, que hubo tardes en que tu
corázon y el mío se aceleraron pensando al mismo tiempo en el otro.
Gracias, amor mío, por no dejar de amarme.
Estoy cansado. Ya no puedo escribir más. Ya no más.
Quizá
mañana, quizá otro día, quizá nunca. Qué tarde es para
soñar...quizá en otra vida. Quizá...
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