jueves, 22 de diciembre de 2016

Me gusta la palabra diluviar.



Me gusta la palabra diluviar porque significa la vida y la mía está empapada de diluvios. 

Me gustan los diluvios. He caminado, corrido, brincado y reído bajo muchos diluvios. Tantas veces me he escondido bajo el alero de una casa para protegerme de un diluvio. Más de un diluvio me ha dejado calado hasta los huesos, como una sopa, tiritando y morado de frío. Nada más delicioso que estar en la casa de mis papás tomando onces bien abrigado y ver diluviar. Me he hecho mayor, me he enamorado y me he sentido irremediablemente triste bajo los diluvios que dejaban la ciudad inundada y a ese niño que un día fui feliz de salir a la calle con las botas de caucho puestas para meterse en los charcos frente a la casa.

Diluviar es tan de Bogotá. Bogotá son las montañas, la Sabana y los diluvios. Mi vida la viví y la soñé bajo  los diluvios de Bogotá.

Bogotá no sería Bogotá sin los diluvios. Y yo no sería yo sin las montañas, la Sabana, Bogotá y sus diluvios.