martes, 9 de febrero de 2016

Nos amamos

Recuerdas cuánto hicimos el amor...toda la vida lo hicimos. Nos dimos todo tantas veces. En cualquier momento nos amábamos. Nos amamos cada noche y cada día. No hubo día en paz y no hubo noche sin pasión. 

Hubo treguas en que nos mirábamos en silencio, en que nos observábamos, en que descubríamos nuestro amor. Amor que dejábamos abandonado por la casa, en los libros que leíamos, en la música que escuchábamos, por las calles que recorrimos. Increíble que en medio de tanta pasión hubiera amor. Amor infinito. 

Tantas veces nos quitamos todas las razones para seguir amándonos  y sin embargo nos amamos siempre.

Nos amamos como el primer día; como si no pudiéramos volvernos a ver, como si en cualquier momento el destino nos fuera a separar.

Recuerdas cuánto nos amamos... toda la vida nos amamos. 

martes, 2 de febrero de 2016

Última carta a Beatriz



Y luego quisieras confundirte en todo
Y tenderte en un descanso de pájaros extáticos
En un bello país de olvido
Entre ramajes sin viento y sin memoria
Olvidarte de todo y que todo te olvide.“

Vicente Huidobro

Beatriz, bella y eterna,

jamás pensé que te volvería a ver. Aunque cada día mi deseo era verte de nuevo. Pero ese día abrí los ojos y allí estabas tú. Igual que siempre. La misma sonrisa, los mismos ojos, el mismo y tan extrañado olor tuyo. Estabas junto a mí como si existieran los milagros, como si supieras que me estaba muriendo de ganas de verte, y muriendo literalmente. Sólo pensé en lo bella que eres. Lo bella que te recordaba y lo bella que te vi en ese momento. Mientras te miraba asombrado mi mente repetía bella, bella, bella, bella, bella.

En el instante en que abrí los ojos y estabas frente a mí fui feliz. Por un instante me olvidé de la muerte, del dolor, de la desesperanza y del miedo, del miedo tan verraco que se tiene cuando se sabe que se va a morir. Pero tu presencia por un momento me quitó el miedo y me devolvió la vida. Porque aunque sigo vivo, vivo muerto. Y aunque no me he muerto, no es vida lo que llevo, sino espera mortal.

El cuento de que uno se resigna a la muerte es más fácil de decir que de vivir. Lo que hago por físico cansancio es no gritar de miedo y rabia, no salir corriendo para huir de la muerte. Pero que eso sea resignación, no estoy tan seguro. Este miedo a la muerte, es decir a la nada, a que a pesar de la paciencia con el dolor, con el deterioro físico uno quisiera creer que después de todo hay una forma de negociar con la muerte un par de horas más, de días o de meses sin dolor y con ganas de vivir. Pero la puta muerte no acepta nada. Eso es lo que me hunde, me enfurece, me desespera, me mata...me río...pero es que me mata de miedo y de verdad.

Tantas muertes que se suceden sin descanso y a todo momento y no sabemos nada de ella. Nada de nada, hasta que nos coge de las pelotas y está ahí. Siento un miedo tan diferente a los miedos que tuve cuando estaba vivo y no sabía que me iba a morir. Este miedo es miedoso de sentir. Un miedo que se siente por todo el cuerpo y que impregna cada pensamiento y acto de lo que nos queda de vida.
Pero no quiero abrumarte con mi muerte. Cuando muera ya habrá tiempo para ello.

Ahora quiero darte las gracias por volver a mí, por tomarme de la mano, por esa mirada que me devolvió el amor, ese amor que fue de los dos, esa mirada que no delató el horror que debiste sentir al verme en el estado en que estoy. En fin, gracias por cada palabra, por cada gesto, por dejarme llorar, por llorar conmigo. Tengo un nudo en la garganta al recordar nuestro reencuentro. Pero es el nudo en la garganta más feliz de mi vida, porque aunque me voy a morir, pude volverte a ver. No sólo soñarte, sino verte, sentirte, olerte y oírte. Como un milagro para este ateo tan raro que soy. Porque no he dejado de rezar cada noche de mi vida, a pesar de que mi mente me dice que dios no existe. Hay algo en mí, y no es la angustia de la muerte, más bien la angustia de la vida por darse un sentido, que me susurra que no pierda la esperanza, que tal vez estoy equivocado y que dios sí existe. Ya sé que son tonterías y que suena patético. Pero así soy y así fui siempre.

Tantos años invisibles en mi vida. Tantas vidas en una sola vida. Tantos silencios, cuántos secretos que se perderán, o mejor dejarán de ser, conmigo. La vida que llevé sin ti son parte de esos años invisibles. Tiempo que nos fue robado por la realidad y a su vez, tiempo que nos fue dado para vivir otras vidas.


No nos despedimos. Pero los dos sabemos que no volveremos a vernos, que fue la última y maravillosa vez que estuvimos juntos. Así fue mejor. Si nos hubiéramos despedido para siempre, me hubiera desboronado, deshecho en llanto. Sé que también lo sientes así. Sé que eres la mujer de mi vida, de mis sueños, la amada que no fue para mí, que el destino nos jugó una mala pasada, que vivimos lejos del otro con él en nuestro corazón, que hubo tardes en que tu corazón y el mío se aceleraron pensando al mismo tiempo en el otro. Gracias, amor mío, por no dejar de amarme.

Gabriel