A
mí lo que me gustan son las ciudades. La gente que viene y va, que
llena las calles de ruidos, de colores, de olores, de charlas, de
peleas y movimiento. Perpetuo movimiento. Las ciudades son seres
vivos. Crecen, se transforman, envejecen, cambian y, también se
mueren.
Y
los días de sol se hicieron para ir a la ciudad. Dejar este parque enorme,
silencioso, tranquilo y único donde vivo e ir a la jungla de cemento
y ruidos a vivir y ser vivido.
El
centro de Bonn es peatonal, de calles que vienen desde épocas de los
romanos: pequeñas, sinuosas y llenas de tiendas, restaurantes,
panaderías y de gente que viene y va, de mendigos, de músicos
ambulantes, turistas chinos y del resto del mundo. Las calles hablan
distintos idiomas. El centro de la ciudad gira alrededor del
Marktplatz, con el cabildo , donde se casan las parejas por la civil.
Hoy también hay un matrimonio. Me gusta que la gente se case. Es una
muestra de optimismo, de confianza en el futuro. El otro eje de la
ciudad es el Münsterplatz con la catedral y el gigante Kaufhof de la
Remigiusstrasse. Uno de los almacenes que más vende en Alemania.
Todo enmarcado por la Universidad, antiguo palacio veraniego del
arzobispo de Colonia, destruido en los bombardeos aliados de la
Segunda Guerra Mundial, y reconstruido para albergar la universidad.
Hemos
ido a la orilla del Rin a tomar una cerveza y disfrutar del
panorama.Allí
hemos visto zarpar los buques de turistas que recorren el Rin hasta
Coblenza y regresan.
Luego hemos ido al centro a comprar un par de cosas y
hemos almorzado en un restaurante turco. El restaurante era grande y
de estilo familiar. Nada del otro mundo, pero la comida una delicia.
Hay varias mesas ocupadas por jóvenes turcos y otras con mujeres con
el pelo cubierto y niños gritando y brincando y alejado de todos un
turista que parece extraviado en es lugar con sus bermudas, camiseta
vieja y desteñida y el pelo despeinado. El camarero nos habla en
turco y nosotros le contestamos en alemán. No parece dominar el
alemán y nos mira sorprendido cuando hablamos castellano. La comida
es abundante, demasiado abundante. No podemos comerla toda, aunque
queríamos. Un placer comer en ese lugar. Después hemos pasado por
la casa de Beethoven, donde siempre hay un grupo de turistas
tomándose fotos y nos hemos topado con una librería en liquidación:
todos los libros a dos euros. No estaban los best sellers del
momento, pero un par de buenos libros. Así que hemos salido con un
paquete muy pesado del ibros. Ese sí que es un placer: comprar
libros.
La
ciudad está llena de gente. Es un río viviente que se desborda por
las calles y entra y sale de los almacenes sin cesar. El capitalismo
será un pecado mortal, pero qué vital es. Hay mucho movimento, pero
no hay estrés. Todo la gente se ve contenta, positiva, menos una
pareja: ella le escupe un sarcasmo que a él le cae en plena cara y
le quita los colores de la piel.
Hemos
caminado varias horas y estamos cansados. Hace sol. El clima está agradable y perfecto para estar en la
calle. Pero ya no podemos más y nos devolvemos a casa.
Bonn,
una pequeña ciudad universitaria a orillas del Rin, donde mis sueños
viven y vivo mis sueños.