"El
deseo vence al miedo, atropella inconvenientes y allana
dificultades".
Mateo
Alemán
Una isla es lo más parecido al
paraíso, pienso mientras miro el Atlántico con sus aguas de color
verde esmeralda, ese verde divino del paraíso. Estamos a punto de
aterrizar en la isla de Fernando de Noronha. Se dice que Tomás Moro
al leer las crónicas de Américo Vespucio sobre la belleza de la
isla, pensó en escribir sobre una sociedad perfecta en un lugar
maravilloso como esta isla. Así nació la Utopía. Este pequeño
archipiélago frente a las costas de Brasil es lo más parecido a la
Tierra Prometida. El paisaje corta la respiración y no me puedo
imaginar un sitio de este mundo que supere tanta belleza.
Después
de diez meses desde mi último y breve encuentro con Laura en
Colonia, hemos logrado cuadrar esta escapada de nuestras vidas y
oficios. Al fin, una nueva y corta cita de amor. Como tantas veces
que hemos estado juntos nunca sobrepasan los dos o tres días.
Nuestro amor es eterno y nuestros encuentros distantes y breves. La
vida se ha interpuesto entre los dos. Por ello cada vez que sucede
esta especie de milagro en que los dos nos escapamos de nuestros
deberes para amarnos, el mundo y el momento los vivimos con
desespero, pretendiendo que cada instante dure más que el
instante... que sea eterno.
Siento
la mano de Laura que aprieta la mía. Está emocionada. Es increíble
que al fin nos hayamos vuelto a encontrar y que estemos juntos. El
viaje desde Alemania ha sido largo y pesado. De casa hasta Francfurt
en tren. De Francfurt hasta Sao Paulo, donde Laura me esperaba. La
noche la hemos pasado juntos en su apartamento. Por la mañana hemos
madrugado a tomar el avión a Recife y de ahí a Fernando de Noronha.
Es mediodía y el clima está espléndido. Antes de aterrizar el
avión da un giro lento alrededor de las islas. Los pasajeros están
felices observando el mar y las islas. Llegar a la isla no es fácil.
El número de turistas es restringido y los precios son altos, porque
la isla, que es un parque nacional, no produce nada. Vive del
turismo.
Miro
a Laura y me mira con esos ojos verdes que me quitan la tristeza, que
después de tantos años, silencio y distancia me hacen sentir amado.
Es linda, muy linda. Con su vestido de lino blanco vaporoso y suelto
y esa bufanda verde que resaltan sus ojos la encuentro irresistible.
Ella es única en mi vida. No conozco un amor como el nuestro. Un
amor marcado por la distancia, el silencio, la pasión y las largas e
íntimas charlas, el deseo y unas ganas de volverse a ver una y otra
vez. Con ella me siento muy bien. La puedo dejar de ver por mucho
tiempo y al mirarla de nuevo es como si nos acabáramos de separar,
como si hubiera pasado sólo un día. Nuestro amor ha sido de
momentos y de distancias, de pasión y de complicidad, de querer que
nada nos separe y quizá de la necesidad de los dos de saber que en
los días tristes alguien al otro lado del mundo nos quiere.
La
soledad nos ha mantenido unidos.
Me
besa, nos miramos. Me besa de nuevo mientras seguimos mirándonos.
Hay un río de calor, de ternura, de deseo entre los dos que nos
aisla de los demás. Nos sentimos únicos. Cada beso y cada mirada
suya son una eternidad. No lo olvidaré nunca, lo sé: la eternidad
está en ella. Ella es mi eternidad. Mi amor, mi secreto mejor
guardado. Mi otro yo.
-Te
amo, Laura- le digo mientras siento su cercanía y su respiración
acelerada. - Yo te amo, mi lindo- me susurra al oído y lo muerde
suavemente. Un escalofrío me baja del cuello al cuerpo. Soy feliz.
El
avión aterriza con suavidad como un ave marina en el aeropuerto
internacional Augusto Severo de la isla. Una obra de arquitectura
moderna e innovadora para una isla que tiene apenas tres mil
habitantes. La isla vista desde el aire le roba el show al cielo.
Fernando
de Noronha como muchas islas lejanas fue un presidio. Y antes fue
entregada al portugués Fernando de Noronha para que explotara los
árboles de maderas finas que abundaban en la isla y que fueron
talados siglos después para evitar que los presos fabricaran barcas
para fugarse. Luego, fue base americana durante la Segunda Guerra
Mundial y ahora es un parque nacional.
Nos
bajamos del avión tomados de la mano como una pareja enamorada, muy
enamorada. Ahora nuestro mundo real es éste. Existimos nosotros y el
amor. Esa sensación de al fin poder ser y hacer lo que queremos es
inigualable y nueva para los dos que de alguna manera tenemos que
guardar la distancia y la discreción casi siempre que nos
encontramos en ciudades donde a los dos nos conocen. Hemos
desarrollado una manera de comportarnos en que los gestos mínimos
significan caricias, abrazos o besos. Pienso en Benedetti que
escribió: „Tú
sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace»,
«dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»... Entre
las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es
tarde», y tú sabías que decía «te quiero»“
Pero
ahora somos lo que somos sin disimulos ni recato: amantes enamorados
protegidos por el anonimato.
Alquilamos
un boogie para movernos por la isla. Es amarillo y bastante simple.
Ideal para nosotros. Cuando estamos a punto de subirnos al boogie, se
acerca una pareja de jóvenes que ya habíamos visto en el avión.
Son brasileños. Se presentan como Joao y Carlinha, están recién
casados y vienen de luna de miel. Nos preguntan si los podemos llevar
hasta el hotel, pues nos oyeron comentar sobre él y ellos van al
mismo. Nos caen simpáticos y les decimos que claro, que será un
placer. Mientras Joao nos cuenta cómo fue que se conocieron, que el
viaje es regalo de los papás de ella y que quieren tener dos niños,
porque quieren seguir trabajando para comprarse una casa propia,
Laura maneja y yo disfruto del paisaje. El paisaje de sus piernas.
Hace calor y una brisa fría y agradable sopla del sudeste del
Atlántico. El hotel está en la Baía do Sueste, muy cerca del
aeropuerto. La isla es tan pequeña que todo está cerca. La
carretera está bordeada de matorrales cubiertos de flores. Es
septiembre y comienza la temporada seca en la isla. Ideal para nadar
y echarse al sol.
Al
llegar al hotel, nos despedimos de la pareja y nos registramos en la
recepción del hotel. Nos alojamos en la Pousada Maravilha en un
búngalo de ataque. La habitación da a una terraza de madera desde
donde se divisa la bahía de Sueste con sus dos islotes, Ilha
Cabeluda e Ilha Chapéu, que encierran la bahía con el Morro Madeira
de 172 metros de altura. A la izquierda están las ruinas del fuerte
de Sao Joaquim de Sueste. El mar es verde esmeralda y azul profundo.
Tiene una playa de arena con manglares a los lados. La cama es
grande y cómoda y desde ella se divisa el panorama gracias a un
ventanal que va del piso al techo y de pared a pared. En la terraza
hay dos tumbonas para recostarse y contemplar los atardeceres.
Apenas
se va el conserje que nos ha traído las maletas al búngalo nos
lanzamos en brazos del otro y dejamos que el amor se arrastre por el
piso, se recueste contra las paredes y se enloquezca en la cama. Nos
amamos sin límite. Necesitamos recuperar la ausencia, el silencio y
la distancia.
Los
dos sabemos que las horas pasan y que la eternidad que estamos
viviendo terminará. Más no decimos nada. Le negamos a la realidad
el gusto de vernos sufriendo cuando somos tan felices.
Desnudos
y abrazados dejamos que el atardecer se aproxime desde el océano
hasta los jardines y luego suba oscuro por la terraza hasta cubrir
todo la habitación. Siento la calidez del cuerpo de Laura en mi piel
y su cabeza en mi hombro. Puedo oler su perfume delicado, tan ella.
No decimos nada. No necesitamos hablarnos, el momento habla por los
dos. Todo es amor.
Nos
es difícil salir de ese estado de perfección. No queremos volver a
la realidad. No deseamos movernos, sólo seguir así: juntos. Uno
para el otro. Eternos. Ella y yo al fin juntos.
Una
ráfaga de aire frío nos despierta de la ensoñación.
Sin ganas nos desperezamos y luego nos levantamos. Es de noche. El
amor nos ha abierto el apetito. Nos duchamos y arreglamos. Vamos al
restaurante del hotel. El hotel es pequeño y exclusivo. Perfecto
para parejas como nosotros. El servicio es ágil y especial. Nos
sentamos en una mesa en la terraza que mira a la bahía. Se oyen los
grillos y algunos pájaros que no cantan, sino chillan. La luz sobre
el jardín es indirecta y la mesa está alumbrada con velas. Pedimos
langostinos
a la plancha y peixada pernambucana. La comida de la isla es parecida
a la de Recife, a la que la isla pertenece. Tomamos jugo de maracuyá.
Nada de alcohol. Cortesía de Laura a mi abstinencia. En la cena
saludamos a la pareja de brasileños que parece sólo interesarse por
ellos mismos. Lógico ya que están recién casados y están de luna
de miel. Mejor para nosotros que también queremos estar solos y
disfrutar cada instante juntos.
Después
de cenar salimos a caminar a la playa. Nos avisan que podemos ir
hasta la playa, pero no pasear por ella, porque la noche se hizo para
la naturaleza en el parque nacional. Las tortugas suelen aprovechar
la noche para esconder sus huevos en la arena de la playa. No deben
ser molestadas. Así que caminamos tomados de la mano por el borde la
carretera hablando de lo que en los últimos meses hemos hecho con
nuestras vidas. Laura no deja nunca su rutina de trabajo y de viajar
de aquí para ya. Incansable, constante y responsable. Yo le cuento
de mi vida sencilla, de mi diario vivir y de lo que escribo. Nos
reímos, porque tenemos ideas políticas muy distintas. Pero eso no
es problema entre los dos. Cada uno dice lo que piensa y ya. Una hora
más tarde regresamos lentamente al hotel. Queremos prolongar cada
instante de nosotros. Estar juntos, muy juntos, decidida y
amorosamente juntos.
El
búngalo está en silencio, sólo la noche y sus muchos habitantes
se oyen afuera. Nosotros una vez más nos amamos con pasión y luego
con ternura. Somos felices.
Madrugamos
a desayunar, porque queremos alquilar un yate para darle una vuelta a
la isla y ver sus islotes, conocer sus otras playas y bahías y por
último anclar cerca de alguna playa para nadar.
Después
del desayuno nos acercamos a la recepción para preguntar sobre el
alquiler de yates. Queremos uno de esos pequeños que se pueden
llegar cerca de la playa. Nos informan que para fondear en algunas
playas y bahías se requiere un permiso del parque. Ellos se pueden
encargar de los permisos y nos avisan a qué horas podemos partir.
Calculan que hacia el mediodía todo estará arreglado. Mientras
tanto nos vamos a la piscina a nadar y a asolearnos. La piscina como
todo el hotel tiene una vista increíble de la Baia de Sueste. Está
construida en forma de L, la bordea un piso de madera y es de esas
piscinas que se confunden con el horizonte. Tiene tumbonas para tomar
el sol. Estamos solos. Nadamos un rato y luego nos recostamos a
dejar que el sol pase sobre nosotros. Laura me toma de la mano.
Sentimos la urgencia de permanecer en contacto. Me mira y me dice que
me quiere. Se achinan mis ojos de amor por ella. La adoro. Han pasado
los años entre los dos. No somos los jóvenes locos, lanzados e
impacientes que hace tanto se enamoraron en una Bogotá que ya no
existe, que sólo vive en nuestra memoria. Hemos envejecido. Pero el
amor entre los dos sigue intacto. Sólo es mirarme en sus ojos y su
mirada y la mía se llenan de estrellas, de chispas de amor.
No
sé qué día me moriré, ni quiero morirme nunca, pero si como se
dice todos morimos algún día, quiero que Laura esté a mi lado y
que lo último que yo vea de esta vida sean sus ojos, sus
maravillosos ojos verdes del color de los mares que rodean a Fernando
de Noronha.
Me
acerco a ella y la beso. La beso para que ella sienta la emoción
profunda que su presencia y su cercanía representan para esta
soledad que soy. La quiero agradecido por cada instante de su vida
que ha compartido conmigo.
Me
dice que ella también me ama y que ella también siente lo que yo
callo y ella sabe qué pienso. No hay nada más que decir. Salvo
querernos mientras nos volvemos a lanzar a la piscina a nadar y
nadar. Media hora después, de la recepción nos avisan que los
permisos y el yate están listos.
Llegamos
a la Baia de San Antonio, donde están fondeados un par de barcos
pesqueros y tres pequeños yates y desde donde se divisa el Morro do
Pico, un pico con una elevación de 335 metros y que se
ve desde toda la isla. La bahía está protegida por un espolón de
piedras y cerca está la Praia do Cachorro. En una caseta nos espera
el funcionario al que le pagamos y nos entrega los documentos que
tenemos que firmar. Nos instruye sobre cómo debemos comportarnos en
las playas y bahías y la forma en que podemos bucear. No se puede
molestar a los peces. Así que tirarse al agua no se puede. Sólo
deslizarse. Para ello el yate tiene en la popa una puerta y una
saliente donde uno se sienta y se desliza al agua. Tiene una
escalerita para entrar o salir del mar. Nosotros no queremos bucear,
pero sí nadar y snorquelear. Laura tiene permiso para manejar botes
y yates. Ella será el capitán. El hotel nos ha dado una canasta con
agua, jugos y sánduches. El funcionario nos lleva remando en una
lancha hasta el yate, que tiene de nombre, cómo no, Ipanema. Le
explica a Laura la manera de prender y apagar el motor, el manejo del
radio para emergencias y un par de detalles que ya no recuerdo. Laura
prende el motor del yate, que no mide más de seis metros de eslora.
Perfecto para nosotros. Laura llevael yate fuera del refugio de la
bahía y se nota porque se mece más al entrar al mar abierto. Pone
rumbo hacia Ilha Rata, donde está el faro de la Ponta do Lucena. Nos
han dicho que allí ahí corales y se ven tortugas. A veces delfines.
En un cuarto de hora estamos en la bahía frente al faro. Apaga el
motor. Tiro el ancla. Vuelvo a tirarla, porque no ha cogido. Al fin
lo logro. La bahía está sola para nosotros. En la playa no se ve
nadie. El sol del mediodía está en su plenitud. El cielo azul y una
ligera brisa refresca. Nos metemos al mar con las caretas y el
snorkel. Bajo el agua hay multitud de peces que se mueven tranquilos
de un lado al otro. No nos tienen miedo. Ellos y nosotros nadamos con
tranquilidad. El mar no es profundo. Y hay sitios cercanos a la playa
donde se asemeja a una piscina llena de peces. Nadamos hacia la playa
que está a unos treinta metros. Ya cerca las olas nos empujan con
fuerza y nos paramos para caminar hasta la arena amarilla y suave.
La playa no es grande, pero está sola. Sola para nosotros. Nos
recostamos para que el sol nos seque. Nos tomamos de la mano. Nos
abrazamos. Tenemos el cuerpo cubierto de arena. El pelo mojado. Nos
reímos pues paremos monstruos. Sus ojos verdes de mar y de amor me
miran. La adoro. Soy feliz. Nos besamos.
-El
mundo parece detenido. Creo que hoy quiere ser nuestro cómplice- me
dice con su cara colorada por el sol. Miramos a lo lejos. Nos
quedamos en silencio. Los dos estamos pensando en lo fugaz de nuestro
tiempo. Nos hicimos grandes, como dicen los chiquitos. Nos hicimos
mayores, adquirimos problemas ineludibles, vivimos lo mejor que
pudimos y no tuvimos tiempo para los dos. Salvo momentos como éste.
Y aún siendo felices no podemos olvidar que lo nuestro es prestado.
Amor atrapado en la distancia y en la ausencia. Amor que vive de
memorias. Ya pasa de treinta años y sigue siendo amor.
-Somos
lo que somos cuando nadie nos ve, decía Jung- le digo mientras la
beso.
El
silencio de la isla es un canto de pájaros y de olas chocando contra
la costa. Ausencia de voces. Silencio que deja oír nuestros
pensamientos y corazones.
Seguimos
echados al sol hasta secarnos. Nadamos de regreso al yate. Subimos
por las escaleras. Tenemos hambre. Nos secamos. Hemos recibido una
llamada por radio. Laura da nuestra posición y la hora de regreso.
Nos secamos y nos ponemos bronceador antes de comer. Mi estómago
gruñe. No comí, sino que devoré. Me sentí como en la adolescencia
en que hacíamos carreras de quién se tomaba más rápido una
cocacola. Nunca gané, pero me divertía mucho.
Después
de comer nos quedamos a mirar a un grupo de delfines que saltan del
agua mientras nadan hacia mar adentro. Laura me abraza, me besa, me
desnuda sin afanes, me acaricia. La desnudo y nos amamos. Nunca he
hecho el amor en un yate a plena luz y al aire libre. Me siento como
en una película. El provinciano que soy se asombra una y otra vez de
lo que en esta vida se puede ser y hacer. Las horas se deshacen en el
aire. Desaparecen. Ya es tarde. Debemos regresar antes de que
oscurezca. La magia del día se queda en nosotros. Me abrazo a Laura
mientras ella pone rumbo al puerto. El sol se refleja sobre el mar.
La vida está en paz con nosotros. El instante de nuestro amor es
perfecto.
Poco
después regresamos al puerto y nos dirigimos al hotel. En la
habitación nos duchamos y luego nos quedamos dormidos. Después de
dormir no se cuánto tiempo abro los ojos y veo a Laura desnuda
frente al espejo mientras se peina con calma. Es una imagen perfecta.
Ella en sus pensamientos. Mirando su alma y sus sueños. Yo en
silencio adorándola. La oscuridad apenas negada por una vela que ha
encendido para no despertarme. Al fondo se oye el rugido quedo del
Atlántico. El amor son instantes. El amor se ve. Ella es el amor.
Soy su enamorado. Se voltea a mirarme y sonríe. Deja que la
contemple. Es maravillosa. La quiero como es. No quiero que cambie.
Ahora
que la miro desnuda frente al espejo pienso que es la misma que en la
vida real es una empresaria que sabe lo que quiere y actúa en
consecuencia. Una mujer que siempre ha decidido su destino.
Más
tarde, cenamos en la terraza junto a la piscina mientras un grupo
toca música. Algunas parejas bailan y otras cenan. A la luz de las
teas encendidas que rodean la terraza y la piscina, Laura se ve
preciosa con su traje de lino blanco. Siempre en el verano o en el
trópico está vestida de lino blanco y con bufanda verde. Está
bronceada y el verde de sus ojos resaltan su belleza. Me mira y yo me
sumerjo en sus ojos. Tengo hambre de ella, hambre de su tiempo y de
su vida.
Le
rozo su mano con mis dedos. Sonríe.
Me
gustan las noches cerca al mar. Mirar y oír el mar que habla de
lejanas tierras, de viajes imposibles, de proezas y tragedias, de
posibilidades y de amores. Cuántos han sido los que al ver el mar
han cambiado el destino de sus vidas. Todos de alguna manera queremos
volver al mar.
Laura
me saca a bailar. El grupo canta una canción de Roberto Carlos:
„Como
vai você ?
Que já modificou a minha vida
Razão de minha paz já esquecida
Nem sei se gosto mais de mim ou de você
Vem, que a sede de te amar me faz melhor
Eu quero amanhecer ao seu redor
Preciso tanto me fazer feliz“
Que já modificou a minha vida
Razão de minha paz já esquecida
Nem sei se gosto mais de mim ou de você
Vem, que a sede de te amar me faz melhor
Eu quero amanhecer ao seu redor
Preciso tanto me fazer feliz“
La
tomo entre mis brazos y ella pone los suyos sobre mi cuello. Cierro
los ojos. Disfrutamos del baile juntos en una noche hermosa a orillas
de la felicidad y al mismo tiempo del adiós. Como siempre entre la
realidad y los sueños.
Pero esta noche el sueño es realidad. Nuestra única realidad. La
felicidad será pasajera, pero este instante siempre existirá. Laura,
yo y el baile. Esta maravillosa noche no la olvidaremos mientras
vivamos. Noche de estrellas y de amor.
Mientras
bailamos nuestros cuerpos son un sólo cuerpo; nuestros sueños son
un sólo sueño, nuestro amor es sólo un amor. La música, la noche,
el calor, nuestra piel, el amor y el deseo fundidos en una isla
perdida en el océano. Y nosotros transformándonos de no ser más
que un sueño a ser la realidad de todos nuestros sueños.
El
baile hace que nuestra noche sea interminable. Abro los ojos mientras
aún nos mecemos lentamente. La música ha cesado y la pareja de
recién casados nos mira sonriendo. Les sonrío y beso suavemente a
Laura. La pareja se acerca a nosotros. Nos saludan y Joao, el marido,
nos dice que en la tarde nos han visto nadando y en el yate.
-Espero
que después de los años nosotros nos amemos como ustedes se aman-
nos dice. Laura y yo nos miramos por un instante, sonreímos y le
agradecemos agregando que estamos seguros de que así será. Nos
preguntan que cuánto hace que estamos juntos. Laura se apura a
contestar que hace treinta años. Se miran asombrados y nos
felicitan. Les decimos que mañana nos vamos de la isla y les
deseamos un resto de luna de miel muy feliz.
Mientras
caminamos hacia nuestro búngalo sonreímos de nuestra inocente
travesura: callar que no estamos casados, sino que somos amantes
furtivos huyendo de la realidad por un par de días.
Por
los dos cruza el pensamiento de qué hubiera sido de nosotros si nos
hubiéramos casado, qué sería de nosotros si no fuéramos quienes
somos, si nuestros caminos no se hubieran separado por tanto tiempo.
Ninguno dice nada. Los dos conocemos la respuesta. Los dos aceptamos
la realidad para que nuestros sueños no mueran. No tiene sentido
preguntarse por lo que ya no fue. Laura se aprieta a mí y la beso en
la cabeza. Estamos felices y estamos tristes. Ese es nuestro destino.
Pero
el ahora es más fuerte que los pensamientos y una vez más nos
amamos en la larga y última noche en Fernando de Noronha, la isla
del paraíso, de nuestra utopía de vivir la eternidad juntos. Así
han sido estos días.
La
eternidad transcurre rápido. Se agota cuando comienza, cuando mejor
nos sentimos. La eternidad es de lo más pasajero que existe.
Al
mediodía del día siguiente despega nuestro avión rumbo a Recife.
En una hora y media estamos de nuevo en tierra firme. Brasil, ese
continente incrustado en Sudamérica, nos recibe con un aguacero
torrencial. En la terminal hace bochorno por la lluvia y el calor.
Hay mucha gente y no queremos separarnos el uno del otro. Sabemos
que puede ser la última vez que nos veamos, que podamos estar
juntos. Y hay tanto amor entre los dos, tanto amor que aún necesita
del otro.
Caminamos
lentamente tomados de la mano entre la gente como si así pudiéramos
detener el tiempo. De improviso oímos la voz de una mujer que llama
a Laura. Ella por reflejo me suelta la mano y se voltea a saludarla.
Se conocen, son amigas de siempre y se saludan. La amiga me mira y
Laura sin querer me presenta como un amigo al que se ha encontrado en
el aeropuerto. Los dos nos sentimos incómodos. La amiga le pregunta
a Laura si viaja a Sao Paulo y ella le dice que sí. Laura me mira y
se despide de mí dándome un beso en la mejilla. Yo desconcertado y
triste me despido de ella. Las dos se alejan y yo me quedo en medio
de la multitud más solo que nunca. Mi vuelo hacia Francfurt sale en
un par de horas, pienso perdido en un vacío que invade mi mente.
No
para de llover sobre Recife. El cielo está gris. El mundo me parece
lejano en medio de la gente que viene y se va. Todo hasta el silencio
se escapa, se pierde en los afanes de los otros.
En
ese momento, Laura se voltea y corre de regreso a mí. Me abraza y me
da un beso largo y hermoso. Luego me mira a los ojos, coge mi cara y
dice casi gritando -Te amo, te amo con toda mi alma, mi lindo. Eres
el amor de mi vida. La gente se voltea a mirarnos y sonríe. La amiga
que se ha detenido nos mira con la boca abierta. Laura me vuelve a
besar y me entrega una hoja de papel. Yo sólo puedo decirle que la
amo, que la amo más que a nadie. Laura se aleja, esta vez por mucho
tiempo.
Leo
lo que me ha escrito. Es una cita de El
lector de Bernhard Schlink:
"Cuando
nos abrimos,
tú a mí y yo a ti,
cuando nos sumergimos,
tu en mi y yo en ti,
cuando nos olvidamos,
tú en mí y yo en ti,
sólo entonces
yo soy yo
y tú eres tú".
tú a mí y yo a ti,
cuando nos sumergimos,
tu en mi y yo en ti,
cuando nos olvidamos,
tú en mí y yo en ti,
sólo entonces
yo soy yo
y tú eres tú".
Estoy
alegre y triste al mismo tiempo. Camino sabiendo que el amor cuando
es verdadero nunca termina. Sus ojos del verde esmeralda me siguen,
me miran y me quieren para siempre.