viernes, 9 de mayo de 2014

El viaje interminable








La vida es movimiento. Estamos vivos, porque nos movemos. La vida es el movimiento. La vida es el viaje.

Mis recuerdos son de ir y venir, de jugar, de brincar, de correr, de montar en cicla o patines, de nadar, de caminar, de bailar, de moverme hasta dormido. De ir de un sitio a otro lugar. La curiosidad nos hace mover. Siempre queremos conocer. Conocer es ir a otros lugares.

He conocido muchos lugares, caminado ciudades, me he dejado perder en tantos campos, he subido muriendo de fatiga algunas montañas, he nadado y caminado ríos, he visto, nadado y navegado muchos mares y recorrido la geografía de varios países enamorándome de ellos. Viajar es aprender. Y aprender es comprender. Y comprender es reconocer y aceptar al otro.

El amor ha sido un huracán en mi vida. No ha dejado que yo estuviera quieto nunca. Siempre en busca de alguien que no sé si existe, si es mi imaginación o mi excusa. Alguien que parece inalcanzable. El amor mío ha sido el amor del viajero. He dejando parte de mí en ellas, las inolvidables, las únicas, mis amadas. Es imposible no amarlas a pesar de los años, de la distancia y del silencio. Ellas siguen conmigo, aunque ya no están conmigo.
El amor que me tocó a mí es el amor de los viajeros; de los que no se detienen, de los que son amados porque no son para siempre.
Aún hoy navego rumbo a Ítaca con la esperanza de que un día amanezca en brazos de Penélope.

Mientras estemos vivos, la vida es un viaje interminable.




jueves, 8 de mayo de 2014

El gatopardismo en Colombia




"Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".

Releyendo El Gatopardo no puedo sino pensar en Colombia con su democracia aparente que sostiene al nepotismo de un par de centenas de familias que viven del erario. No es coincidencia que el libro hable sobre la política y la aristocracia de Sicilia del siglo XIX. Igual que en Colombia que en esa „élite“ que considera al país su finca particular.

Colombia soporta un nepotismo apuntalado por los delfines políticos y sus votos cautivos y sus estructuras mafiosas de poder. Igual que en la Sicilia entonces y de hoy y del Gatopardo.

El personaje de Tancredi de El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa declara a su tío Fabrizio la conocida frase:
"
Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie" (en italiano: "Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi"). Esta frase simboliza la capacidad de los sicilianos para adaptarse a lo largo de la historia a los distintos gobernantes de la isla, pero también la intención de la aristocracia de aceptar la revolución unificadora para poder conservar su influencia y poder. El "gatopardismo" o lo "lampedusiano" es en ciencias políticas el "cambiar todo para que nada cambie", paradoja expuesta por Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957). La cita original expresa la siguiente contradicción aparente:
"Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". "¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado". "…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está".

Desde entonces, en ciencias políticas se suele llamar "gatopardista" o "lampedusiano" al político que inicia una transformación política revolucionaria pero que en la práctica sólo altera la parte superficial de las estructuras de poder, conservando intencionadamente el elemento esencial de estas estructuras.

Así, la novela muestra cómo la aristocracia absolutista del reino de las Dos Sicilias es expulsada del poder político para instaurar la monarquía parlamentaria y liberal del Reino de Italia pero ello no implica transformar las estructuras de poder: la burguesía leal a la Casa de Saboya simplemente sustituye a los aristócratas como nueva élite que acapara para sí todo el poder político, recurriendo incuso al fraude electoral bajo una apariencia democrática.“


El entrecomillado fue tomado de Wikipedia. La foto es de la película El gatopardo de Luchino Visconti de 1963.

martes, 6 de mayo de 2014

Mi encuentro con Isabella de Montfort Parte 8



Parte 8


Subo al tren y me siento en una ventana que da hacia el costado que quedará al lado del Rin cuando lleguemos a él a la altura de Bingen. Me quito el saco. Me acomodo la camisa. Busco la mejor forma de sentarme para disfrutar del viaje. Cierro los ojos y miro hacia afuera. El andén ha quedado vacío. Los pocos pasajeros se han subido ya al tren. El vagón está medio vacío. Será un viaje agradable, pienso. La puerta del vagón que está al fondo del pasillo frente a mí se abre. Una joven alta y guapa con una maleta en la mano entra. La miro. Se detiene mi respiración. No me lo puedo creer. Es ella: la joven que viajó conmigo. Ella también me ve. Me reconoce. Hace un mínimo gesto de placer y se acerca. Estoy en tensión. Sé que se va a sentar junto a mí. Lo sé. Aunque no quiero sentirme muy seguro no va y se ahuyente. Mi mente está en alerta. Estoy en alerta. Expectativa y placer se mezclan en mí. Sigue acercándose sin mirar los asientos vacíos que hay a su paso. Ya va a llegar a mí. La veo, casi que la siento y la imagino ya sentándose. Llega a mí. Se detiene a mi lado y sube la maleta al portamaletas encima de las sillas. Me mira y sonríe. Me está hablando. Mejor dicho me saluda. Hallo, me dice en alemán. Achino los ojos y le respondo Hallo. Estoy ahogado en dicha. Está más guapa de lo que la recordaba. Y se viste de maravilla. Un ligero olor a perfume me envuelve al sentarse a mi lado. Es un instante eterno detenido en mis sentidos. No sé si no he dejado de mirarla o de imaginarla. Floto en sueños.
Me está mirando mientras sonríe. Sentada tan plácida, segura de su belleza y de su atractivo no ha dejado de mirarme a los ojos. La miro sonriendo y digo “Was für ein toller Zufall!. Se ríe y responde “Sí, uno entre un millón”.
La primera vez es inolvidable. Nos impregna. Nos determina. No la podemos olvidar. La primera vez. La primavera vez que hacemos algo, que comemos algo, que sentimos dolor, que lloramos. La primera vez es memorable, salvo la primera vez que morimos que es también la última vez. La primera vez que ves a una mujer que va a entrar en tu vida y lo va a cambiar todo es única y jamás dejaremos de volverla a sentir. Aunque nuestra mente con el tiempo cambie esa primera vez y la convierta en la primera vez como hubiéramos querido que fuera. Nuestra mente se graba esa primera vez. Es impresionante las sinapsis que se unen y se convierten en caminos de neuronas que nos llevan una y otra vez a esa primera y maravillosa vez en que la vimos y supimos que ella podía ser, tenía que ser y sería.
No sé qué decirle pero también sé que tengo que decirle algo. Y tiene que ser ya. Pienso y pienso y el tiempo parece interminable, largo, eterno.
-¿Viajas de regreso a Bonn?- le pregunto.
    -Sí.- me contesta lacónica.
    -¿Estudias en Bonn?-
    -Sí- otra vez una respuesta demasiado corta.
    -¿ Qué estudias?-
    -Estudio derecho. Y estoy en octavo semestre. Ya he presentado mi primer examen estatal.-
    -Guauu. Muy bien.- al decirlo siento como si hubiera ladrado. A mi mente viene el edificio del Juridicum que es la sede principal de la facultad de derecho. La facultad tiene fama de buena y conservadora. De niños bien.
    Sonríe. Me sonríe. Me anima con la mirada. Sus ojos son acaramelados con chispas.

    -¿De dónde eres?- me pregunta.

    -Soy colombiano- respondo aliviado de que ella haya tomado la iniciativa y quiera seguir hablando.
    -Un suramericano.- me dice mirándome a los ojos.
    -Sí, un suramericano. Me llamo Gabriel, Gabriel Jacobsen. Y ¿tú?-
    -Isabella, Isabella de Montfort-
    -Ummmm, descendiente de los hugonotes- le digo.
    -Sí, exacto- me mira sorprendida.
    La matanza de San Bartolomé que comenzó en la noche del veintitrés al veinticuatro de agosto de 1572 en París fue ordenada por Catalina de Medicis, madre del rey Carlos IX contra los hugonotes, protestantes calvinistas franceses, en la lucha por el poder. Durante meses fueron perseguidos en toda Francia y asesinados. Muchos de los sobrevivientes huyeron a Alemania donde encontraron refugio y se integraron a la sociedad. Algunos apellidos importantes de Alemania tienen un origen hugonote como Lafontaine, De Maiziere. Y ella es una más de esos protestantes que encontraron un nuevo hogar en Alemania.
    -Te vi en el viaje de ida. Iba a visitar a mi abuela en Francfurt. Te vi desde que estábamos en el andén- me dice.
    -Yo también te vi-
    -Lo sé- me dice y ríe.
    -Vengo de visitar a mi hija en Mainz-

    -¿Estudia?- me pregunta.

    -No, es docente en la Universidad-
    -Ajá. Cuando terminé la carrera pienso viajar a Sudamérica. Pasaré por Colombia. ¿De qué parte de Colombia eres?-
    -De Bogotá. Y tú ¿de qué parte de Alemania eres?-
    - Nací en Münster, pero vivo en Bonn desde pequeña.-

    -¿Tienes hermanos?- le pregunto.

    -Sí, una hermana mayor-
    - Eres muy guapa- no sé por qué lo he dicho. Desde que hemos comenzado a hablar no he hecho otra cosa que memorizar su cara, sus facciones, el color de sus ojos y de su piel,grabarme en la mente el sonido de su voz. Sus gestos y su manera de vestir. La he estado memorizando toda.
    Sonríe y me dice “Gracias” mientras me roza el borde la mano con sus dedos. Siento como si un aguacero de dicha me hubiera caído encima. Siento calor y una sensación placentera me invade el cuerpo. Le toco suavemente los dedos de su mano. No retira la mano. Sólo me mira y suspira. Sin darnos cuenta nos acercamos. Huelo su perfume suave. E gusta.
    Permanecemos callados un rato mientras por la ventana se ven los castillos del Rin. Me mira sonriendo y con los ojos llenos de estrellas. Le sonrío y le quito un mechón de pelo que le cae sobre la cara. Mi piel está electrizada. Me siento ligero y sorprendido de mi audacia. Me toma la mano entre sus manos. La retiene. Mira al frente, cierra los ojos, suspira y me toma la mano con su mano.
    -He pensado en ti desde que nos vimos en la estación de Bonn- me dice sin mirarme.
    -Yo también- le contesto sin reponerme de la sorpresa. Ha pensado en mí. No soy el único loco del mundo.
    Me estoy quieto. No me quiero mover. No quiero despertarme de este sue
    ño. Ni siquiera parpadeo. Quiero que todo siga así. Ella tiene los ojos cerrados. Está quieta. No parece dormir. Creo que está pensando en lo que estamos haciendo. Dos extraños de edades diferentes se toman de la mano y crean una intimidad que sobrecoge, que es maravillosa.
    Entreabre los ojos, voltea a mirarme y sonríe.
    -Quiero disfrutar este instante- me dice en un susurro.
    Sólo le sonrío para que sepa que siento lo mismo, que soy feliz.
    Sin darnos cuenta hemos pasado Koblenz y estamos cruzando Remagen. Estamos a punto de llegar a Bonn. Y no sé qué pasará cono nosotros. E temo que cada uno seguirá su camino, que no volveremos a vernos, que todo fue un momento de debilidad. ¿Qué pensará ella? Quiero que nos veamos de nuevo. Lo quiero.
    El revisor del tren anuncia que estamos a pocos minutos de llegar a la estación de Bonn. Me suelta la mano. Se acomoda la bufanda. Se para y coge su maleta. Me mira y sonríe. Me paro y tomo la mía. Ella sale al corredor del vagón y se dirige hacia la puerta de salida. La sigo. Se voltea a mirarme y nos sonreímos.
    El tren se detiene en el andén número uno que es el habitual para este tren. El andén está lleno de pasajeros ansioso por subirse al tren. Frente a nuestra puerta hay varios pasajeros esperando para salir y otros tantos para entrar. Sigo detrás de ella. Me busca la mano y la roza con la suya. Le devuelvo el gesto. Nos miramos. Se abre la puerta y la gente empieza a salir. Los de afuera esperan sin presionar a que bajemos y luego suben.
    Caminamos hacia el final del andén. Uno al lado del otro. Callados. Quiero que el tiempo se detenga. No quiero que nos separemos, que no nos volvamos a ver. No quiero. Al llegar al final del andén se detiene. Suelta la maleta y me mira a los ojos.
    -Quiero volver a verte- me dice.
    -Yo también quiero- le respondo.
Me da el número del móvil. Me mira esperando algo. Sonrío tontamente. Por dios, si seré bobo. Se acerca y me abraza. La abrazo con fuerza. Siento su cuerpo delgado y fuerte contra el mío. Me encanta que su pelo esté contra mi cara. Me gusta su olor. Me gusta mucho. Se separa sin soltarse de mí. M e mira, se hunde en mi mirada y me da un beso en el cachete. Se aprieta a mí. E coge las dos manos y me dice que se tiene que ir, porque la mamá la está esperando con el coche.
Nos decimos adiós. Me quedo mirando como se aleja y se acerca a un coche, saluda y se sube. Pero antes de cerrar la puerta, voltea con la mirada a buscarme. Nos miramos y me hace un gesto mínimo. Cierra la puerta. Estoy parado en mitad de la estación. Soy feliz.
La miro una vez más detrás de la ventana del coche con su belleza eterna y caigo en cuenta de que toda la vida he caminado para llegar a ella.

lunes, 5 de mayo de 2014

Mi encuentro con Isabella de Montfort Parte 7



Parte 7


Me he levantado temprano para preparar el desayuno. Mi hija duerme en su cuarto. Los días siguen soleados, algo que no es obvio en Alemania, y la mañana está fresca y el cielo azul sin nubes. Sólo se ven las estelas blancas que dejan los aviones que aterrizan y despegan de Francfurt. Alisto la mesa. Dejo todo preparado para cuando ella despierte desayunar juntos.
Mientras tanto prendo el computador para leer las noticias. Ya no vivo sin que esté conectado a internet al constante fluir de noticias y hechos. Ahora que tengo el pelo blanco me alegra cada vez que me despierto y un día más espera por mí. He tomado conciencia de que estar vivo no es obvio, que es más bien un milagro. Y mucho más estar sano y optimista. Sin embargo, la manida frase de Ovidio Carpe Diem no la aplico nunca. Sólo hago lo que me da la gana. Como en este momento disfrutar de la lectura y del día que me espera sin saber qué me viene.
Después de desayunar, mi hija me lleva a la estación del tren. Son las once de la mañana y Mainz está llena de gente, especialmente estudiantes que vienen o van de y a la universidad. La estación está con gente, pero no congestionada.
Somos seres que miramos. Somos, porque miramos. Nos fascina mirar. Mirar al otro. Mirar todo. Nuestros ojos captan a los demás, desde el conjunto hasta el detalle. La mirada busca siempre en los demás algo que nos sirva, a que nos enseñe, que nos recuerde de algo. Aprendemos a través de la mirada. La mirada nos une al mundo, a los demás. Somos ojos para entender a los demás. Y es viendo a los demás como nos comprendemos a nosotros mismos. La mirada es el instrumento que nos da el conocimiento. Miramos para ser. Y somos cuando miramos. Nos reconocemos en los otros y en los demás. La mirada individualiza y generaliza. La mirada piensa y piensa con nosotros. Y yo no soy la excepción y disfruto de cada momento en que sólo soy un observador de los demás, del entorno, del movimiento, del gesto, de las emociones de las personas que no se saben observadas, de los comportamientos del grupo, de los espacios que generamos entre la arquitectura y la cotidianidad de un acto tan común como esperar el tren.
El tren está demorado. Demasiado demorado para todos los que lo esperamos. Una pareja de jubilados canadienses en vacaciones se acercan a preguntarme sobre el retraso del tren a Colonia que es el mismo que tomo para ir a Bonn. Les explico que por los alto parlantes han informado de un retraso de una hora
debido a un problema en la máquina. E dan las gracias y se alejan un poco. Un soldado baja con afán las escaleras que llevan al andén. Está en uniforme y camina hacia el sitio para fumadores. Enciende un cigarrillo y aspira profundo. Se nota el alivio que siente tras la primera bocanada de humo que entra en sus pulmones. Una estudiante lee una novela sin preocuparse en apariencia del mundo que la rodea, aunque de cuando en cuando alza la cabeza y mira a su alrededor como para cerciorarse de que sigue en la estación y todo está bien. Una mujer alternativa, tipo hippie que regresa de Goa, de unos cuarenta años se está cambiando de zapatillas deportivas en medio de dos morrales viejos y desteñidos de donde cuelga un tiquete de equipaje del aeropuerto de Francfurt. Una pareja de extranjeros que residen desde hace tiempo en Alemania no han para do de hablar. Aunque no reconozco su idioma, me imagino que es del este. Una joven con la cara empolvada de blanca, el pelo pintado de negro y maquillaje del mismo color, trata de no desbordarse del pantalón que la aprisiona en su abundancia. Habla por el móvil mientras camina por el borde del andén. Un tipo con pinta de extranjero recostado contra la pared del edificio que está al lado del andén observa a la gente que espera o camina por el andén. Mi radar de colombiano me pone en alerta. Tiene la actitud del que quiere robar. Estoy casi seguro que es un ladrón de los que están en las estaciones de trenes y buses para aprovechar la multitud y robar a los despreocupados viajeros.
Anuncian que el tren ha sido cancelado y que debemos tomar el siguiente tren que llegará en media hora y viene por horario. Suspiro y me siento a esperar resignado. Miro de nuevo a la estudiante que sigue leyendo su libro. No puedo leer durante los viajes. Además ese tiempo lo utilizo en dejar que mi mente descanse observando el mundo que me rodea, en pensar lo que escribiré o en cómo solucionar algún problema que tenga. Al andén llegan un par de pasajeros más. Afortunadamente no hay mucha gente, así que habrá puestos en el tren. Cuando viajo solo siempre hay puesto. Algunos días en pleno verano los trenes van repletos o los fines de semana que mucha gente regresa a casa o va de visita a algún lugar.
Al fondo se ve el tren acercándose al andén. Al fin.

El tren se detiene y la puerta de un vagón ha quedado enfrente de donde estoy parado esperándolo. He alcanzado a ver por las ventanas del tren mientras paraba que no hay muchos pasajeros en él. Eso me tranquiliza. Siempre me pone nervioso pensar que no voy conseguir un puesto y que tengo que ir a otro vagón. Pero hasta ahora nunca ha sucedido. Debe ser mi mente fatalista que espera que algo malo suceda en el momento menos esperado. Las sillas de los vagones van en parejas y unas miran hacia una entrada y las otras hacia la otra. Así siempre hay mirando hacia delante, que creo que le gusta a mucha gente. Por ejemplo, a mí. Me  gusta sentarme en la ventana en el tren y mirar el paisaje. Dejarme llevar por el entorno y mis pensamientos. Cuido y cultivo ese espacio de tiempo que es sólo para mí. Durante los viajes así disfruto de ese aparente no hacer nada que es pensar, soñar, dejar que la mente decida sus prioridades.

viernes, 2 de mayo de 2014

Mi encuentro con Isabella de Montfort Parte 6




Parte 6

Desde mi niñez siempre he amado a las mujeres. Me interesan más que nada ni nadie. Aunque por mucho tiempo ni siquiera les hablaba. Sólo las miraba y las aprendía de lejos. Muchas me quisieron y me quieren. Pero sólo tres me han amado y he amado sin límites, con total entrega. Tres son eternas para mí. Pero también son pasado. Ahora vivo solo. Estoy solo y me siento bien así. A nadie molesto ni nadie me exige nada. Estoy en paz con el amor. Sé que no es posible hacer feliz a nadie. Sé que el amor es pasajero. Sé que soñamos amores para siempre, pero no es posible. Somos inconstantes, cambiantes y no podemos quedarnos en un lugar quietos y tampoco en un amor. Somos trashumantes de la vida, estamos partiendo hacia otros yos que nos esperan. El amor es eterno como concepto y pasajero como realidad.
No estoy amargado por ello. Creo que un día llegará otro amor y quizá éste sea el último y el mejor. Y con demasiada suerte, para el resto de mi vida.

Supongo que es amor ese olvido de mí que me restituye al Paraíso. Esa caída en una fosa de luz, ese vacío donde al saberte mía sé que siempre he sido tuyo. Amar es una maravillosa forma de extraviarse. Es como una dispersión que reunifica. ¿Será acaso la unidad perdida? Te amo y me extravío en la música táctil de tu sexo, en la callada quietud de tus asombros, y el tiempo que no es mío de alguna manera esencial nos pertenece”
Víctor Paz Otero
Mi hija se despide desde la puerta y se va a encontrar con su amigo. Ha dejado el aire impregnado de ilusiones. Me recuesto en la cama y mientras la tele sigue de música de fondo, dejo mi mente vagar por mis recuerdos. Estoy en otro mundo: hace mucho tiempo cuando aún era joven y bello. En los días en que por fin pude derrotar la tristeza. La tristeza del desamor. Un tiempo en que viví vidas paralelas. En la una llovía eternamente soledad, tristeza y y abandono, y en la otra el sol salía cada mañana. Fui dos y a veces más durante esa larga travesía de la soledad, la ausencia y los porqués sin respuesta. Descubrí que nadie se muere de amor. Que sólo se agoniza, que no cesa la tristeza y que el dolor se anuda en la boca del estómago.
Pero un día, al levantarme supe que, aunque no la olvidaría, le había dicho al fin adiós. Ese día volví a ser uno de nuevo. Pero me dejó una inexpugnable barrera contra el amor. No volví creer a ciegas en el amor. Quise a distancia, a tiempo definido; dispuesto a irme a la menor señal de duda. No he vuelto a dejar que nadie entre en mi vida y haga lo que quiera con mis sentimientos. Soy un hombre solo, irremediablemente solo. Claro que río, quiero, gozo, bailo, nado, coqueteo, hago el amor, pero cada día y cada noche un yo que sólo yo conozco hace guardia en mi vida para huir conmigo en el momento que me sienta vulnerable frente al amor. A veces siento que una parte de mí está muerta para siempre.
Sé que no se deja nunca de amar a quien se ha amado de verdad, que queda una llama pequeña esperando a ese día incierto o imposible que por alguna razón los enamorados se reencuentren y vuelvan a incendiar lo que les queda del mundo.
Por otro lado, siento que sólo sobrevive el cariño, el agradecimiento a quien nos dio todo en un momento de su vida. Que eso que se cree amor es sólo ternura por haber sido felices.

Después del adiós nada vuelve. El río de la vida continúa, nos arrastra. Para la vida no existe el ayer, sólo el presente.

jueves, 1 de mayo de 2014

Mi encuentro con Isabella de Montfort Parte 5






Parte 5


En el apartamento, que es una miniatura con todo lo que necesita una joven para vivir y estar cómoda, mi hija ha inventado una mini terraza de cactus en el techo que está bajo su ventana. Ahora que hace calor, que las noches son largas, sacamos dos sillas y nos sentamos a disfrutar el adiós del día y estar juntos así sin más que el placer de sabernos y querernos. Estar, estar vivo y sano, estar con alguien que te ama sin pedir nada a cambio, estar y dejar que la vida se descubra a sí misma frente a nosotros, no querer nada diferente a estar en este momento vivo. Esa es la felicidad. Mi felicidad. En silencio, cada uno en sus pensamientos, sin miedo a estar callado. Una delicia.
Mientras tomamos jugo de naranja helado y oímos al fondo Abba, pienso que el amor es una canción que sólo oyen los enamorados. Es casi media noche. Estamos cansados. Mis ojos se están cerrando. Me estoy yendo hacia el mundo de los sueños. Es hora de dormir. Mañana será otro día.

El cielo está lleno de estrellas. Los aviones que aterrizan en Frankfurt sobrevuelan a baja altura Mainz. En los apartamentos vecinos algunas luces siguen encendidas, un grupo de personas charla en un balcón, una mujer está en la cocina y una joven se asoma a vernos. Con un gesto de la mano la saludamos y se esconde desconcertada. Nos reímos. La torre de la catedral de San Eufrasio, que está a unos cincuenta metros de distancia, sobresale sobre la oscura silueta de los edificios que nos rodean. A nuestros pies hay restos de la antigua muralla de la ciudad. Los mosquitos se sienten atraídos por la luz y por nosotros. Es hora de entrarnos y descansar.
Me acuesto. Con este calor sólo me cubro con la cobija desde la rodilla hasta la cintura. No siento frío, pero necesito sentirme protegido al dormir. Antes de dormir me gusta pensar algo agradable que me lleve con suavidad al sueño. No se oyen ruidos. Me dejo ir para mañana volver a ser.
Cierro los ojos y pienso en ellas. Las guapas y maravillosas mujeres que tanto he amado. Digo en mi mente sus nombres que tanto significan. Suspiro y me giro en la cama. ¿Ellas donde estarán? ¿Qué estarán haciendo?
Debo dejar que los nombres de las mujeres que me amaron regresen a ellas. Dejar que vuelen sus besos, sus miradas y sus palabras con el viento. Volverlas recuerdo dulce recuerdo del ayer. Es hora de soltar el pasado, dejarlo descansar, permitir que el presente florezca, que me envuelva, que me absorba. Es hora de vivir el momento. Disfrutar la vida que me queda. Amar, amar de nuevo, si es aún posible.
Es hora de dejar que el pasado descanse. Es el tiempo de so
ñar, sentir y vivir. Y ahora me dormiré, porque mañana me espera un nuevo día, otro presente que será todo mío.
Mi hija cocina mucho mejor que yo. Todo lo que hace le queda delicioso. No hay nada como su arroz blanco y sencillo. Ummmmm...Nos hemos levantado tarde. Son las diez y media de la mañana. Ha preparado jugo de naranjas recién exprimidas, huevos revueltos, café y arepas. Un desayuno riquísimo y charladito como nos gusta. Después de desayunar me encargo de recoger los platos y arreglar la cocina. Nos repartimos el trabajo de la casa. Siempre ha sido así.
En verano, las mujeres son más guapas. Salen de casa con sus vestidos ligeros, sus sueños a flor de piel y llenan las calles con su presencia. La ciudad se impregna de sensualidad, de ojos con miradas infinitas, pieles suaves, pecas y deseos . Hacia donde mire hay mujeres y promesas de amor. Y están las adolescentes siempre riendo, en grupo, nerviosas, inocentes, con sus hot pants que son una invitación a los sueños, al ayer, a la vida en busca del amor. La calle es una algarabía, ruido de carros, de personas, de expectativas, de ilusiones. El mundo está ebrio de verano. Qué maravilla que existan las mujeres que son la vida, mi vida, mis sueños, mi alegría y mi poesía. Amo la vida, porque está llena de mujeres.
Cuando salgo de compras con mi hija no llevamos rumbo fijo ni una meta determinada. Dejamos que el camino nos guíe. Doblamos por calles en las que no hemos estado y buscamos en los escaparates ser sorprendidos. Las cosas nos llaman o nos ignoran. Unas sólo quieren que las miremos, otras quieren observarnos, que las recordemos. Salir de compras con mi hija es una invitación a imaginar vidas diferentes, a arriesgarse a otras posibilidades. Es optar por algo que nos acompañará y determinará. En las compras nos definimos, descubrimos y mostramos cómo somos y cómo queremos que otros nos vean. Una compra no es sólo una compra más, es una forma de reconocernos.
Salir de compras con mi hija es una fiesta y también una manera de acercarnos el uno al otro. Caminamos, miramos, nos detenemos, observamos, nos reímos, pero, sobretodo, hablamos. Desde que era casi bebé, ella y yo hemos hablado y al hablar hemos tejido el afecto que nos une y protege. Nos hemos hecho fuertes el uno al otro.
Tampoco es que muera por ir de compras. Me aburre quedarme mirando cosas sin decidir si se compran o no. Siempre sé qué quiero y si lo voy a comprar o no. Mis compras son rápidas y fáciles. Las compras con las mujeres son largas, interminables y no saben bien si quieren algo o no. Me encantan las camisas blancas o azules. Creo que sólo tengo camisas de esos colores. Desde la juventud me visto igual. Es decir, soy un humanista conservador. La mayoría de compras las archivo para estrenarlas un día que valga la pena. Así que tengo pantalones, sacos y camisas sin estrenar esperando por su oportunidad. Tengo mi ropa predilecta y ésa es la que uso a diario. Y siempre hay una camisa, pantalón o zapatos preferidos que quiero usar todo el tiempo.
Mi hija sabe bien qué quiere y eso nos hace posible salir juntos de compras. Aunque para llegar a los almacenes que quiere ver damos vueltas y revueltas. Bajamos al Rin y caminamos por su orilla. Regresamos al centro por entre las calles perdidas. La plaza frente a la catedral de Mainz es un sitio espectacular con sus casas de fachadas decoradas del siglo XVII, sus cafés al aire libre, el mercado y el café junto a la entrada lateral de la catedral donde se comen los mejores corazones del mundo (acá los llaman orejas de marrano) y un chocolate delicioso. A pesar del calor entramos y nos sentamos en una mesa para dos. El sitio es muy concurrido y hay muchos alemanes viejos. Bueno, Alemania está llena de viejos. Y yo ya soy uno de ellos. Pero también hay un par de parejas jóvenes. Antes de llegar al café hemos visto los grandes almacenes de ropa y de marcas famosas. Los templos del consumismo. Y de verdad que no he visto en mi vida gastar tanto como en Alemania. Pero mi hija prefiere los almacenes pequeños de marcas menos conocidas, pero más originales. Marcas danesas, checas o italianas , que son un secreto a voces de los que aman la moda. Son almacenes que ofrecen una moda diferente y novedosa que para mis ojos de lego en el tema es muy bella.


En una esquina de una calle lateral al Marktplatz está NoaNoa, un almacén danés de moda indie. Varias tardes nos hemos detenido frente a su vitrina para mirar los modelos que exhiben con un gusto exquisito. Mi hija siempre queda encantada. Así que hoy hemos decidido, es decir ella ha decidido, entrar. Parte del encanto del almacén es que no exhiben muchas cosas. Sino que destacan cada modelo de tal forma que parece único. Hay espacio alrededor de la ropa y luz que se concentra en los detalles, que adornan y mejoran el modelo. En un mundo de consumo masivo se agradece tener una prenda que no todo el mundo lleva. MI hija se compra un par de blusas y una falda, además de una cartera, medias y un par de bufandas. Salimos llenos de paquetes y ella, que está feliz con sus compras, quiere llegar rápido a casa para probarse la ropa nueva.

Recuerdo cuando era chiquita que tenía toda su ropa traída de Europa por la abuela y que salíamos a la calle y todo el mundo la miraba, porque era bellísima. Sigue siendo guapísima y la siguen mirando mucho. Especialmente las mujeres ,que es el signo indiscutible de que se está bien vestido. Es una mirada entre disimulada y afanada por captar que es lo diferente que lleva puesto. Mi hija mezcla prendas exclusivas con ropa comprada en el mercado de pulgas y cosas que ella se cose. Le encanta coser, pintar y todo lo que sea de hacer con las manos. La veo y no me puedo creer que ya sea una mujer hecha y derecha con la vida en sus manos, independiente y decidida a conquistar el mundo. Para mí ella siempre será mi hija, mi niña, mi bebé. Obvio que esto no lo digo en publico. Sólo lo pienso en silencio mientras la miro.
Antes de llegar a casa, paramos en un kiosko pequeño donde venden helados de crema. Adoro los helados soft cream de vainilla. Acá el monopolio del helado está en manos de los italianos. Pero sus helados no me gustan tanto. Hace años que no me como uno de ellos. Nos devolvemos por la Augustinerstrasse comiendo helados y llenos de paquetes. Pareciera que la ciudad entera está en la calle. Bulle. Hay gente sentada en los bares o comiendo en los restaurantes, paseando o de compras y por todos lados los jóvenes. Y las maravillosas adolescentes insaciables de vivir, de aprender, de reír. Un espectáculo de vida son las jóvenes. Pero yo soy invisible para ellas. Me vienen a la memoria los versos de Rubén Darío “Juventud, divino tesoro, te vas para no volver..” Mainz es una ciudad pequeña y todo está cerca. Así que pronto llegamos a casa. Es decir, al apartamento de mi hija.
En el apartamento, mi hija corre a medirse lo ropa que ha comprado. Se lleva para su habitación los paquetes que ella ha cargado y los que le he llevado yo. Está feliz. Me sonríe. Y desaparece detrás de su puerta. Después de un rato, sale y me mira mientras posa con uno de los vestidos nuevos. Le queda precioso. Luego vuelve a irse, a entrar, a irse unas veces con el pelo suelto, otros, recogido; cono o sin cinturón, con pulseras o sin ellas, cono collar y sin collar, cono una cartera o con otra y con cada vestido, blusa o saco que se compró repite la misma ceremonia de expectativa y felicidad que le da ponerse ropa nueva.

Aprovecho para sentarme en una silla grande y cómoda frente a la televisión a descansar, a dormir tele mientras pasa por enésima vez Bridget Jones por la tele. Mi hija saldrá esta noche con un amigo y voy a aprovechar para leer un par de libros de poesía. No son un par de libros cualquieras: el uno es “Textos en la sombra” de Víctor Paz Otero y el otro es “El vino rojo de las sílabas” de Fernando Denis. Los dos son una maravilla. Los releo con frecuencia y los tengo a mano. Leerlos es despertar a mundos bellos e imposibles, que son lo único posible que me gusta de la vida: sus imposibles. Me enriquecen mi propia poesía, porque me abren posibilidades a nuevas maneras de entender las palabras y sus relaciones, afectos y sonidos con otras palabras. Escribo otra poesía, pero ésta es una fuente de inspiración para mí. Hay tantos poetas colombianos buenos que creo que nunca terminaré de descubrirlos y de leerlos. Lo bueno de Colombia es su poesía. Es única y universal.