Parte
5
En
el apartamento, que es una miniatura con todo lo que necesita una
joven para vivir y estar cómoda, mi hija ha inventado una mini
terraza de cactus en el techo que está bajo su ventana. Ahora que
hace calor, que las noches son largas, sacamos dos sillas y nos
sentamos a disfrutar el adiós del día y estar juntos así sin más
que el placer de sabernos y querernos. Estar, estar vivo y sano,
estar con alguien que te ama sin pedir nada a cambio, estar y dejar
que la vida se descubra a sí misma frente a nosotros, no querer nada
diferente a estar en este momento vivo. Esa es la felicidad. Mi
felicidad. En silencio, cada uno en sus pensamientos, sin miedo a
estar callado. Una delicia.
Mientras
tomamos jugo de naranja helado y oímos al fondo Abba, pienso que el
amor es una canción que sólo oyen los enamorados. Es casi media
noche. Estamos cansados. Mis ojos se están cerrando. Me estoy yendo
hacia el mundo de los sueños. Es hora de dormir. Mañana será otro
día.
El
cielo está lleno de estrellas. Los aviones que aterrizan en
Frankfurt sobrevuelan a baja altura Mainz. En los apartamentos
vecinos algunas luces siguen encendidas, un grupo de personas charla
en un balcón, una mujer está en la cocina y una joven se asoma a
vernos. Con un gesto de la mano la saludamos y se esconde
desconcertada. Nos reímos. La torre de la catedral de San Eufrasio,
que está a unos cincuenta metros de distancia, sobresale sobre la
oscura silueta de los edificios que nos rodean. A nuestros pies hay
restos de la antigua muralla de la ciudad. Los mosquitos se sienten
atraídos por la luz y por nosotros. Es hora de entrarnos y
descansar.
Me
acuesto. Con este calor sólo me cubro con la cobija desde la rodilla
hasta la cintura. No siento frío, pero necesito sentirme protegido
al dormir. Antes de dormir me gusta pensar algo agradable que me
lleve con suavidad al sueño. No se oyen ruidos. Me dejo ir para
mañana volver a ser.
Cierro
los ojos y pienso en ellas. Las guapas y maravillosas mujeres que
tanto he amado. Digo en mi mente sus nombres que tanto significan.
Suspiro y me giro en la cama. ¿Ellas
donde estarán? ¿Qué estarán haciendo?
Debo
dejar que los nombres de las mujeres que me amaron regresen a ellas.
Dejar que vuelen sus besos, sus miradas y sus palabras con el viento.
Volverlas recuerdo dulce recuerdo del ayer. Es hora de soltar el
pasado, dejarlo descansar, permitir que el presente florezca, que me
envuelva, que me absorba. Es hora de vivir el momento. Disfrutar la
vida que me queda. Amar, amar de nuevo, si es aún posible.
Es
hora de dejar que el pasado descanse. Es el tiempo de soñar,
sentir y vivir. Y ahora me dormiré, porque mañana me espera un
nuevo día, otro presente que será todo mío.
Mi
hija cocina mucho mejor que yo. Todo lo que hace le queda delicioso.
No hay nada como su arroz blanco y sencillo. Ummmmm...Nos hemos
levantado tarde. Son las diez y media de la mañana. Ha preparado
jugo de naranjas recién exprimidas, huevos revueltos, café y
arepas. Un desayuno riquísimo y charladito como nos gusta. Después
de desayunar me encargo de recoger los platos y arreglar la cocina.
Nos repartimos el trabajo de la casa. Siempre ha sido así.
En
verano, las mujeres son más guapas. Salen de casa con sus vestidos
ligeros, sus sueños a flor de piel y llenan las calles con su
presencia. La ciudad se impregna de sensualidad, de ojos con miradas
infinitas, pieles suaves, pecas y deseos . Hacia donde mire hay
mujeres y promesas de amor. Y están las adolescentes siempre riendo,
en grupo, nerviosas, inocentes, con sus hot pants que son una
invitación a los sueños, al ayer, a la vida en busca del amor. La
calle es una algarabía, ruido de carros, de personas, de
expectativas, de ilusiones. El mundo está ebrio de verano. Qué
maravilla que existan las mujeres que son la vida, mi vida, mis
sueños, mi alegría y mi poesía. Amo la vida, porque está llena de
mujeres.
Cuando
salgo de compras con mi hija no llevamos rumbo fijo ni una meta
determinada. Dejamos que el camino nos guíe. Doblamos por calles en
las que no hemos estado y buscamos en los escaparates ser
sorprendidos. Las cosas nos llaman o nos ignoran. Unas sólo quieren
que las miremos, otras quieren observarnos, que las recordemos. Salir
de compras con mi hija es una invitación a imaginar vidas
diferentes, a arriesgarse a otras posibilidades. Es optar por algo
que nos acompañará y determinará. En las compras nos definimos,
descubrimos y mostramos cómo somos y cómo queremos que otros nos
vean. Una compra no es sólo una compra más, es una forma de
reconocernos.
Salir
de compras con mi hija es una fiesta y también una manera de
acercarnos el uno al otro. Caminamos, miramos, nos detenemos,
observamos, nos reímos, pero, sobretodo, hablamos. Desde que era
casi bebé, ella y yo hemos hablado y al hablar hemos tejido el
afecto que nos une y protege. Nos hemos hecho fuertes el uno al otro.
Tampoco
es que muera por ir de compras. Me aburre quedarme mirando cosas sin
decidir si se compran o no. Siempre sé qué quiero y si lo voy a
comprar o no. Mis compras son rápidas y fáciles. Las compras con
las mujeres son largas, interminables y no saben bien si quieren algo
o no. Me encantan las camisas blancas o azules. Creo que sólo tengo
camisas de esos colores. Desde la juventud me visto igual. Es decir,
soy un humanista conservador. La mayoría de compras las archivo para
estrenarlas un día que valga la pena. Así que tengo pantalones,
sacos y camisas sin estrenar esperando por su oportunidad. Tengo mi
ropa predilecta y ésa es la que uso a diario. Y siempre hay una
camisa, pantalón o zapatos preferidos que quiero usar todo el
tiempo.
Mi
hija sabe bien qué quiere y eso nos hace posible salir juntos de
compras. Aunque para llegar a los almacenes que quiere ver damos
vueltas y revueltas. Bajamos al Rin y caminamos por su orilla.
Regresamos al centro por entre las calles perdidas. La plaza frente a
la catedral de Mainz es un sitio espectacular con sus casas de
fachadas decoradas del siglo XVII, sus cafés al aire libre, el
mercado y el café junto a la entrada lateral de la catedral donde se
comen los mejores corazones del mundo (acá los llaman orejas de
marrano) y un chocolate delicioso. A pesar del calor entramos y nos
sentamos en una mesa para dos. El sitio es muy concurrido y hay
muchos alemanes viejos. Bueno, Alemania está llena de viejos. Y yo
ya soy uno de ellos. Pero también hay un par de parejas jóvenes.
Antes de llegar al café hemos visto los grandes almacenes de ropa y
de marcas famosas. Los templos del consumismo. Y de verdad que no he
visto en mi vida gastar tanto como en Alemania. Pero mi hija prefiere
los almacenes pequeños de marcas menos conocidas, pero más
originales. Marcas danesas, checas o italianas , que son un secreto a
voces de los que aman la moda. Son almacenes que ofrecen una moda
diferente y novedosa que para mis ojos de lego en el tema es muy
bella.
En
una esquina de una calle lateral al Marktplatz está NoaNoa, un
almacén danés de moda indie. Varias tardes nos hemos detenido
frente a su vitrina para mirar los modelos que exhiben con un gusto
exquisito. Mi hija siempre queda encantada. Así que hoy hemos
decidido, es decir ella ha decidido, entrar. Parte del encanto del
almacén es que no exhiben muchas cosas. Sino que destacan cada
modelo de tal forma que parece único. Hay espacio alrededor de la
ropa y luz que se concentra en los detalles, que adornan y mejoran el
modelo. En un mundo de consumo masivo se agradece tener una prenda
que no todo el mundo lleva. MI hija se compra un par de blusas y una
falda, además de una cartera, medias y un par de bufandas. Salimos
llenos de paquetes y ella, que está feliz con sus compras, quiere
llegar rápido a casa para probarse la ropa nueva.
Recuerdo
cuando era chiquita que tenía toda su ropa traída de Europa por la
abuela y que salíamos a la calle y todo el mundo la miraba, porque
era bellísima. Sigue siendo guapísima y la siguen mirando mucho.
Especialmente las mujeres ,que es el signo indiscutible de que se
está bien vestido. Es una mirada entre disimulada y afanada por
captar que es lo diferente que lleva puesto. Mi hija mezcla prendas
exclusivas con ropa comprada en el mercado de pulgas y cosas que ella
se cose. Le encanta coser, pintar y todo lo que sea de hacer con las
manos. La veo y no me puedo creer que ya sea una mujer hecha y
derecha con la vida en sus manos, independiente y decidida a
conquistar el mundo. Para mí ella siempre será mi hija, mi niña,
mi bebé. Obvio que esto no lo digo en publico. Sólo lo pienso en
silencio mientras la miro.
Antes
de llegar a casa, paramos en un kiosko pequeño donde venden helados
de crema. Adoro los helados soft cream de vainilla. Acá el monopolio
del helado está en manos de los italianos. Pero sus helados no me
gustan tanto. Hace años que no me como uno de ellos. Nos devolvemos
por la Augustinerstrasse comiendo helados y llenos de paquetes.
Pareciera que la ciudad entera está en la calle. Bulle. Hay gente
sentada en los bares o comiendo en los restaurantes, paseando o de
compras y por todos lados los jóvenes. Y las maravillosas
adolescentes insaciables de vivir, de aprender, de reír. Un
espectáculo de vida son las jóvenes. Pero yo soy invisible para
ellas. Me vienen a la memoria los versos de Rubén Darío “Juventud,
divino tesoro, te vas para no volver..” Mainz es una ciudad
pequeña y todo está cerca. Así que pronto llegamos a casa. Es
decir, al apartamento de mi hija.
En
el apartamento, mi hija corre a medirse lo ropa que ha comprado. Se
lleva para su habitación los paquetes que ella ha cargado y los que
le he llevado yo. Está feliz. Me sonríe. Y desaparece detrás de su
puerta. Después de un rato, sale y me mira mientras posa con uno de
los vestidos nuevos. Le queda precioso. Luego vuelve a irse, a
entrar, a irse unas veces con el pelo suelto, otros, recogido; cono
o sin cinturón, con pulseras o sin ellas, cono collar y sin collar,
cono una cartera o con otra y con cada vestido, blusa o saco que se
compró repite la misma ceremonia de expectativa y felicidad que le
da ponerse ropa nueva.
Aprovecho
para sentarme en una silla grande y cómoda frente a la televisión a
descansar, a dormir tele mientras pasa por enésima vez Bridget Jones
por la tele. Mi hija saldrá esta noche con un amigo y voy a
aprovechar para leer un par de libros de poesía. No son un par de
libros cualquieras: el uno es “Textos en la sombra” de Víctor
Paz Otero y el otro es “El vino rojo de las sílabas” de Fernando
Denis. Los dos son una maravilla. Los releo con frecuencia y los
tengo a mano. Leerlos es despertar a mundos bellos e imposibles, que
son lo único posible que me gusta de la vida: sus imposibles. Me
enriquecen mi propia poesía, porque me abren posibilidades a nuevas
maneras de entender las palabras y sus relaciones, afectos y sonidos
con otras palabras. Escribo otra poesía, pero ésta es una fuente de
inspiración para mí. Hay tantos poetas colombianos buenos que creo
que nunca terminaré de descubrirlos y de leerlos. Lo bueno de
Colombia es su poesía. Es única y universal.