Parte 4
Mainz es una ciudad pequeña llena de encantos. Con una catedral que habla de tiempos gloriosos y magníficos. Tiene una pequeña capilla al lado del altar central donde las personas que lo deseen se pueden recoger a rezar en un ambiente sereno y acogedor que hasta para un agnóstico como yo sería una delicia rezar ahí. La verdad es que todos los días de mi vida he rezado. Siempre rezo. Es una costumbre que tengo desde niño cuando mamá cada noche con mi hermana y yo rezaba el Ángel de la Guarda.
A
orillas del Rin se asoma al mundo Mainz, la antigua Maguncia de los
romanos y sede del cardenal príncipe elector del Sacro Imperio
Romano Germánico. Hoy es una de las ciudades más ricas de Alemania
y en pleno centro de la industria alemana. Mainz tiene menos
habitantes que Bonn y Gutenberg es su hijo más preclaro. Inventor de
la imprenta que transformó el mundo. A este hombre le debo mi placer
más grande: los libros. Bueno, los libros ya existían. A él le
debemos que se pudieran multiplicar.
La
estación de Mainz está siempre llena de gente que llega o se va. Su
cercanía con Wiesbaden y Frankfurt hace de ella un centro del
tráfico de trenes.
Mi
hija me espera en la floristería a la entrada de la estación.
Siempre nos encontramos ahí. Nos sonreímos. Nos alegramos de
vernos. Llevamos toda una vida queriéndonos.
Por
primera vez voy a montar en su nuevo Mini Cooper verde. Uno de sus
sueños hecho realidad. Aunque su apartamento no está lejos ha
salido a recogerme. Es un ritual que nos gusta y une. Una manera de
decirnos que nos queremos. El carro es precioso y más si lo ha
comprado mi hija. Huele a nuevo y a cuero. Ummm. El motor suena de
película y se ve fácil, ágil y ligero de manejar. Más que mirar
estoy admirando a mi hija. En diez minutos estamos frente a su
apartamento en el centro de la ciudad. El carro lo deja frente al
edificio. Su apartamento está en el primer piso, que para nosotros
colombianos es el segundo piso. Es pequeño y moderno. Tiene una
mini terraza con cactus donde nos asoleamos cuando el verano se digna
a asomarse por estas latitudes. Subimos para dejar la maleta y salir
de nuevo. Vamos a darnos una caminada por la ciudad. Primero iremos
al Rin que está muy cerca y después subiremos al centro de la
ciudad y nos devolveremos por la Agustinerstrasse. La calle lleva el
nombre de San Agustín pues en ella está un antiguo convento de los
agustinianos con una de las capillas más bellas que haya visto en mi
vida. Qué cantidad de iglesias y capillas hay en la parte antigua de
las ciudades europeas y americanas. Uno pensaría que no hacían más
rezar. Aunque todos sabemos que no le temían al pecado. Me recuerda
la Séptima con Jiménez de Bogotá con sus tres iglesias pegadas:
San Francisco, la Veracruz y la Tercera. Qué cantidad de plata,
esfuerzo, creatividad y pasión dedicadas a dios.
Caminamos despacio dejando que el ambiente nos envuelva. Las bellas casas de ladrillo rojo de la orilla del Rín con sus balcones adornados de flores multicolores, el paseo amplio lleno de árboles que sigue el curso del río, las barcazas que lo cruzan, la gente que pasa a nuestro lado, las familias con sus hijos y nosotros dos, mi hija y yo, hablando de las novedades de cada día en nuestras vidas. Hace calor. Un delicioso calor de junio para sorpresa de todos.
Caminamos despacio dejando que el ambiente nos envuelva. Las bellas casas de ladrillo rojo de la orilla del Rín con sus balcones adornados de flores multicolores, el paseo amplio lleno de árboles que sigue el curso del río, las barcazas que lo cruzan, la gente que pasa a nuestro lado, las familias con sus hijos y nosotros dos, mi hija y yo, hablando de las novedades de cada día en nuestras vidas. Hace calor. Un delicioso calor de junio para sorpresa de todos.
Casi
todas las adolescentes llevan esta temporada unos hot pants que le
quitan el aliento a este viejo. Le comento a mi hija que la belleza
está en la juventud. Que la vejez es el adiós más largo a la
belleza. Sé que la belleza es en primer lugar una percepción
individual del otro y de todo lo que nos rodea. La belleza entra por
los ojos. La belleza está ligada de forma irremediable a la juventud
que es el momento en que la vida se quiere perpetuar a sí misma y el
gancho ideal es la belleza. Atraer al otro con la belleza. El truco
lo observamos en la naturaleza cada primavera cuando millones de
flores luchan con todos sus medios por atraer a las abejas para
seguir viviendo. La belleza es de lo mejor que nos puede pasar ya sea
en el propio cuerpo o viéndola en otro. Amo la belleza y la
juventud. Ese instante de eternidad que se une para que el amor sea.
Belleza, juventud y amor son tres elementos que definen la vida de
todos. Intuyo que lo demás es envidia.
Mi hija se ríe cuando me oye hablar de jóvenes y me dice: Viejo verde. Pero en ella es una manera tierna de recordar lo irreprochable: que aún los viejos no estamos ciegos y podemos caer en la tentación de la belleza, de la juventud y el amor. El control social que busca que los viejos sólo nos atraigan otros viejos es sólo eso: un intento inútil de negar la naturaleza.
A mí me gusta ver a las adolescentes tan lejanas y extrañas para mí. Su belleza abrumadora, su inocencia, sus ganas de vivir, su para ellas desconocida capacidad de seducir. Aunque sé que para ellas soy invisible. No existo. No me ven. No les intereso. Y así está bien.
Las
adolescentes maravillosas con su provocadora inocencia, con su
descarada belleza, con la certeza de la juventud caminan a mi
alrededor sin tener la menor idea de que yo las veo. Qué hermosa la
vida a cierta edad. Es decir a mi edad cuando ya he superado todas
las vergüenzas, las penas y las inseguridades de la edad más bella
de la vida.
Mi hija me invita a cenar al restaurante tailandés de la Agustinerstrasse. Nos gusta en especial por su arroz con vegetales y carnes. Es una delicia. No hay otro igual en esta parte del Rin. El sitio siempre está lleno de gente. En gran parte jóvenes. Cada vez más soy consciente de que ya no soy joven, de que la vida me está despidiendo de ella y que no tengo ni dos de ganas de esa despedida. Pero el tiempo hace su selección. Ya veré qué pasa y cuándo. Mientras tanto disfruto cada momento de vida, de risa, de charla, de baile, de aire puro y de sueños. Quien vive no está muerto.
-El
amor sólo es amor si es de dos. Si los dos lo sienten y lo viven. Si
sólo uno de los dos lo siente, no es amor. Es, más bien, desamor.-
me dice mi hija mientras comemos. - El amor de uno solo es sólo
dolor, tristeza. Que es todo lo contrario al amor, que debe ser
alegría, felicidad y ganas de vivir, de disfrutar el instante, de
ser el otro y con el otro.-
Es
cierto. Este amor que aún me queda por ella, por la que un día me
dejó, porque se sentía culpable ya no es amor, es tristeza de lo
perdido, nostalgia del pasado, es el duelo casi eterno que es saber
que el otro a muerto para uno, aunque siga tan vivo por la vida. Me
viene a la memoria la frase de Anatole France "Todos los
cambios, aún los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía;
porque aquello que dejamos es una parte de nosotros mismos: debemos
morir una vida para entrar en otra."
-Papá,
no te vayas detrás de su recuerdo- me dice mientras me sonríe con
esa ternura y complicidad que nos hace inseparables. -Si no puedes,
no importa. Vive tu ahora, el instante. Disfruta de lo que te da la
vida, que es mucho.-
Le
sonrío, y le doy gracias a la vida por tener una hija que me acepta
tal como soy. Y no es por nada, pero ejerzo con cierto éxito todos
los defectos que puede poseer una persona sin ser tildado de anormal.
Con el tiempo, he entendido que la lucha contra la realidad está
perdida, que lo que hay que hacer es dejar que la vida llueva sobre
uno y aflore con mucha suerte lo bueno que hay en nosotros.
Después
de cenar nos vamos caminando por la Agustinerstrasse hasta el
apartamento de mi hija en la Holzturmstrasse. Caminamos despacio.
Miramos a la gente, las vitrinas, nos embriagamos del ambiente
distendido casi alegre que tiene la calle con sus bares,
restaurantes, almacenes con ropa exclusiva, turistas, estudiantes y
parejas enamoradas presurosas de llegar a la cama. Nos asomamos a la
bella capilla del antiguo convento de los agustinos, que le da su
nombre a la calle. Esta calle es peatonal, de casas de máximo tres
pisos, estrecha como las calles del casco antiguo, con algunos
rincones donde aún se conservan un par de casas antiguas hechas de
grandes vigas de madera y adobe blanqueado. Típica arquitectura
medieval alemana. También hay edificios modernos pero que no
molestan la armonía de este pequeño milagro de calle en medio del
mundanal ruido. Es nuestro sitio predilecto. Siempre que caminamos
por ella nos sentimos bien, únicos, actores de nuestra propia vida,
como si los sueños sí pudieran convertirse en realidad. Me gusta la
Augustinerstrasse.