domingo, 28 de abril de 2013

Una vez más la primavera








Una vez más la primavera llegaba impasible, lluviosa, trepándose a los árboles, floreciendo por doquier, sin molestarse en mirar a través de las ventanas las mil vidas llenas de rutinas, de secretos, éxitos, tristezas y cambios imperceptibles de mis vecinos. No se daría cuenta de que la pelirroja de abajo con sus dos metros de altura y esa exhuberancia impropia de una alemana había enfermado de amor. Es decir, de abandono. No es que se lo dijera a alguien, pero se le veía en la derrota de su mirada y en esa risa solitaria con la que nos saludaba.

La primavera sólo se interesaba en devolverle los colores y los olores a la naturaleza agobiada por el frío, la nieve y los interminables días grises del invierno. Con los años ese largo invierno de noches interminables se había vuelto para él en la excusa perfecta para dejar reposar su ánimo, para regodearse en los fracasos y  las batallitas perdidas que había acumulado en su ya larga vida de combatiente en la rutina.

Se sentó en el balcón. Pensó en las muchas personas que antes que él habrían estado refelexionando sobre su vida u observando a los vecinos como sin querer queriendo en ese mismo balcón en que él estaba. Dejó que la primavera le envolviera. Pospuso los apuros diarios, las decepciones y el diario sufrir por un instante. Se olvidó de todo y de todos. Sólo estaba él siendo vida en la vida. Suspiró y supo que era maravilloso estar vivo, optimista y aún con sueños. Era consciente de que estaba recorriendo la última etapa de su eternidad y que en ese único e inusual momento de  su vida todo estaba bien.

Se llenó los pulmones del aire de ese instante en que el universo se había detenido  a contemplar la vida, la vida que eran. Se vio en medio del mundo como casi nunca lo había sido: en comunión con la existencia. Sintió como ella le estaba pensando en ese instante. Y se alegró, porque la mujer de su vida regresaba en la tarde. Una vez más el amor llegaba.

domingo, 7 de abril de 2013

El último abril





Llega la primavera acobardada. No quiere mirarme a los ojos. Se refugia en el viento frío del este, en la tardía nieve de este abril, en los aguaceros interminables, en la luz que apenas logra pasar las nubes. No quiere ver la ausencia en mi mirada, en este nudo de tristeza que me acompaña.

Un yo que amaba se está muriendo en mí. Le duele a la vida, a los árboles que se aferran al cielo para no caer y a mí, sobretodo, a mí que voy perdiendo a ese otro que amaba. Ese amor se cae a pedazos, me deja en carne viva los sentimientos. Me hundo por los caminos por los que trato de huir de mí para no verme morir así de esa manera: de soledad, de tristeza, de ausencia. No quiero morir, morir de amor una vez más.

Hoy la gente está más sola que nunca mientras camina sin rumbo por las calles en busca de esa vida que no existe, el mundo de las ilusiones. La ciudad está sola con sus edificios, sus plazas, sus casas y sus mil ventanas que no mirab a ninguna parte; la tarde gris está sola buscando un sol que no llega, que no quiere volver; las paredes con cuadros que pinté en otra vida están solas en este apartamento alejado de mi mundo, del mundo que era mío, aunque siga en él. Mis horas, mis risas y mis recuerdos están solos, sin mí, sin nadie que los viva o los escuche o los disfrute. Mientras mi soledad mira sin ganas a través de la ventana la primavera que no se atreve a verme a los ojos para no asustarse de tanta soledad, de tanta tristeza que me velan mientras me muero de mí, de vida, de nostalgia, de ausencia.

Me estoy quedando solo frente a ese yo que se muere desde hace meses, sin querer morirse, aferrado a un hilo de vida que a estas horas de la vida es cada vez más débil, más inútil, más desesperado que nunca. Soy un pobre diablo que mira a un diablo pobre temblar de miedo frente a su propio fin, a su irremediable adiós.

Mi vida, o lo que de ella queda, tiembla de soledad en esta cobarde primavera.